LA IMAGEN
DESDOBLADA
Antonio Campillo Ruiz
A María Pilar
Matteo Arfanotti
Me
encontré entonces en medio de aquel océano y a mi lado se batía con la muerte
aquel hombre que alquilaba su pequeño barco, con fondo de cristal, para poder
disfrutar de la vida submarina y de los arrecifes. Estaba tan asustada como él. Se
sintió mal mientras me enseñaba aquel paisaje multicolor y se sentó en una silla con la
cabeza gacha. De pronto cayó sobre el mirador como queriendo saltar al agua y
se estremeció. Cuando pude superar la sorpresa, me acerqué a él y traté de
voltearlo para ver su cara. No pude, era un hombre de gran tamaño. Recordando
lo que sucede en alguna película de cine, traté de tocar su arteria carótida.
Ni sabía cómo se llegaba a ella. No se movía y cada vez me encontraba más
asustada.
Subí a la cubierta superior y miré en derredor. El océano. No observé
ni rastro de la costa ni sabía en qué dirección se encontraba. Me dirigí a la
cabina de mando y encontré un panel con muchos botones de diferentes colores, un
pequeño timón de madera y en una pared lateral lo que parecía una radio con
una especie de mando negro, conectado a ella mediante un cable similar a los de los teléfonos que había en el hotel. ¡Ah, el hotel…! Qué contratiempo y
qué desgracia. Si me hubiese quedado en él como me aconsejaron… Había realizado
aquel viaje porque las ofertas ante el fin de temporada eran muy
interesantes. Claro que sólo pude contabilizar a unas ocho personas y ninguna
de mi país. Juanita fue la que me empujó a las reservas porque decía que ella
había disfrutado de todo. ¿De todo? dijimos las amigas. Sí de todo,
todo, todo, repetía una y otra vez. Y no se trataba de que buscase un placer
más allá de visitas y paz pero lo explicó de forma tan atractiva que al día
siguiente realicé las gestiones para venir a este paraíso. Porque lo era, en
esto tenía razón Juanita. Las playas eran inmensas, de una arena blanca y
destellante de luz, bueno, no exactamente arena, yo creo que eran restos de
millones de conchas y arrecifes redondeados por el incansable ir y venir de un
mar de colores cambiantes, desde el azul topacio al verde tan claro y delicado
que semejaba un espejo donde se reflejaba el cielo. Pero la desgracia se había
cebado con ella.
Allí, en medio de aquel océano, no sabía ni qué hacer ni cómo
hacerlo. Nerviosa, bajó para ver si apreciaba algún signo diferente en el
patrón del pequeño barco. Sobre el mirador de cristal no había nada ni nadie.
El hombre no estaba en la cubierta inferior. Quedó rígida y sus músculos se
tensaron hasta el dolor. ¿Dónde se encontraba aquel hombre? ¡Pero, si estaba
muriéndose! Alocadamente miró y remiró todos los posibles lugares, entre los
asientos circulares en torno al fondo transparente. Nada. El hombre había
desaparecido. Volvió a subir a la cabina de mando, muy nerviosa y llorando. No
encontró a nadie. Chillo largamente y descolgó aquel aparato de la pared, tocó
violentamente todos los botones y un desagradable ruido surgió de un altavoz
situado sobre el mismo. Lo dejó y dirigiéndose a los controles del barco apretó
un botón de color rojo. Un rugido sonó violentamente entre sus piernas. El
motor arrancó con violencia y el barco se empezó a mover. Cogió el timón y lo
giró con la violencia de su excitación. Giraba y giraba sin medida hacia la
izquierda. El barco empezó a dar vueltas en sentido contrario formando un
torbellino de agua que empezó a salpicar la popa. De pronto una masa de espuma
blanca saltó desde las hélices e inundó el barco mojándola completamente.
Despertó sudando y con una agitación como jamás había sentido. La cama estaba
empapada de su propio sudor y totalmente deshecha. Respiró unos instantes
apoyada sobre sus manos con los brazos en ángulo. Una pesadilla. Había sido una
pesadilla. Se miró y con sorpresa se encontró desnuda. Ella no solía dormir
desnuda. Pensó que se habría quitado el pijama para sentirse más libre. Se
sentó en la cama y, al levantarse de ella, apreció todo su cuerpo dolorido. El
gran espejo, de suelo a techo, que había en las puertas del armario la desdoblo
en él. Se encontró bella. Miró su cara y la maraña de su pelo. En fin, una
pesadilla. Volvió a la cama y, al proteger su desnudez con la leve sábana, apreció un chispazo de placer en sus doloridos y erectos pezones.
Antonio Campillo Ruiz
Matteo Arfanotti
Mis pesadillas no suelen darme ningún chispazo de placer. Quiero pensar que si el motor funcionaba, habría salido de la situación.
ResponderEliminar¡Qué grata sorpresa! Te felicito. Esa pesadilla vivida con tantan intensidad que la lleva a descubrir una realidad tan placentera con ella misma. Estos retos tienen esa intención, que partiendo de una misma premisa se vayan ampliando como un abanico con la participación de otros y nos vayamos enriqueciendo entre todos como tú lo has hecho ¡Qué maravilla de relato! Gracias Antonio por habérmelo dedicado.
ResponderEliminarFantástico relato Antonio, encierra muchos mensajes ocultos a cerca del interior más oculto de las personas.
ResponderEliminarHe disfrutado mucho leyéndolo, te hace sumergirte en esas aguas turbulentas y en la sensación de caos y nervios incontrolables.
Hago una lectura realmente hermosa sobre la intensidad de las emociones y la capacidad de sentirnos bellos y libres saliendo airosos ante situaciones mágicas y sorprendentes, aún soñadas. Y todo, absolutamente todo lo que soñamos y vivimos va unido a la capacidad de éxtasis sensorial y corporal como estallido del más arduo placer.
Te hago llegar mi cariño y un abrazo inmenso.
Muchas felicidades por este maravilloso texto. Las imágenes son preciosas también.
Mi sincera enhorabuena por un relato tan intenso y brillante.
ResponderEliminarLeerlo ha sido todo un placer.
Las imágenes son fantásticas.
Un abrazo grande.
Muy buen relato Antonio, lástima que solo es una página, me hubiera leído un libro enterito, sabes darle emoción a la narración y como siempre, con esas originales imágenes que no sé de donde las sacas, consigues unos estupendos posts
ResponderEliminarUn abrazo tocayo!
El relato tiene de todo: tensión, juega con la imaginación del lector y acaba de una manera convincente.
ResponderEliminarEres un gran escritor querido Antonio.
Un placer, bicos.
Buen relato, maestro!
ResponderEliminarTu relato me ha arrastrado a su aventura en el barco.
ResponderEliminarMe ha encantado y las imágenes son preciosas.
Una bella entrada.
una lluvia de besos
Una bella metáfora. ¡Cómo me gustan tus relatos, querido Antonio! No sé por qué no nos deleitas más con tus narraciones.
ResponderEliminarUn abrazo
Leerte hoy ... me ha emocionado, maestro campillo, has conseguido que me metiera en el personaje, ahora bien, he tenido que leerte dos veces ... la segunda, mucho más tranquilo.
ResponderEliminarFeliz noche.
Qué interesante, Antonio, como logras crear la atmósfera adecuada para que el lector no pierda el hilo, se involucre y se quede maravillado con el final.
ResponderEliminarAl menos así me pareció hace dos días cuando lo leí, pero el sistema me impedía dejar comentario. He vuelto a leerla y mi percepción continúa siendo la misma. Un placer leerte.
Saludos