LA HORA
Antonio Campillo Ruiz
Salvador Dalí
Mañana era hoy y ayer; el reloj, un regalo de Reyes o de cumpleaños que
daba cierta categoría pero no medía el tiempo. El sol tibio o caliente de las
mañanas entraba por los ventanales de las aulas y nos pintaba jóvenes, con
sonrisas de burla y miradas de amor, entre cuadernos y carteras y una mano
desesperada y rebelde cogiendo notas. Las muchachas lucían más relojes y eran
más vistosas y bellas.
Muchos usábamos corbata y, algunos, un pañuelo dandy,
melancólico, inútil, en el bolsillo alto de la americana. Una fortuna más: no
teníamos dinero. El tiempo volaba en la hora de Literatura, de Arte y se
arrastraba minutero, zumbador, premioso en la hora de filosofía. Cuando el
bedel abría la puerta para dar la hora nos desentumecíamos del atasco pensante
y volvíamos a llenamos los ojos de la luz del día, de la que no se hablaba en
las notas ni el texto. La
filosofía, o lo que fuera, había convertido en máscara la cara del filósofo, la
había llenado de recovecos y arrugas, y su rostro tenía un aire mediocre de
corteza insensible. Parecía un hombre incapaz de suspender a nadie, de amar a
nadie. No alzaba la voz, vestía casi siempre de negro, con camisa blanca algo
gastada y sucia y el pelo, negro y liso, era un casco fijo graso y opaco. Le
teníamos los lunes y jueves y su clase era la última de la mañana, cuando daba
más pereza pensar o, por lo menos, así, por galerías oscuras. A las dos,
abarrotábamos los tranvías para volver a casa.
Aquel jueves era igual que todos, pero, en vez de hablarnos de los mitos
platónicos o de la teoría aristotélica de la potencia y el acto, explicó las
cinco vías tomistas a posteriori que demostraban la existencia de Dios. Aquel
hombre tenía algo de clérigo de paisano y ese jueves de primavera la clase olía
a incienso o, quizá, a romero y cantueso de los campos cercanos, a iglesia.
Insistió, hasta el mareo (ad nauseam), en la contingencia del ser.
Seríamos contingentes, sin duda, pero no sabíamos lo que significaba. Luego lo
dijo: “Lo que no se explica por sí: existe, pero podría no existir”.
Bueno, estábamos allí, sostenidos por la mano del Creador y ninguno de
nosotros era necesario -escribíamos en el bloc de notas-, pero qué duda cabe
que nos gustaba andar juntos y, sobre todo, charlar y que éramos distintos,
como las frases de una partitura dispar que se titulara Segundo Curso, Grupo A,
Aula 24. A mí me parecía necesario admirar los ojos de Begoña o divertirme con
el humor de Lauro, contingentes o no.
En
el último cuarto de hora llegaban el sopor, la impaciencia.
Venteábamos la cercanía de Aniceto, el bedel, para damos la hora y
abría, por fin, la puerta cuando pensábamos que ya no venía.
Aquel jueves de
comienzos de abril fue como todos. Él tardaba en llegar o el reloj, algún
reloj, se movía despacio. De pronto, oímos el picaporte y Aniceto asomó su
calva, miró al catedrático, que a su vez le miró a él y, alzando la voz, dijo:
«¡La hora!» Las dos, por fin. En
ese momento se oyó un golpe atrás. Alguna cartera que se había caído. No, no
era eso. Era Ricardito. Un muchacho delgado, de ojos azules y cara entre
inocente y viejales. Un buen chico. Amable. Sonreía con cara de susto y se
marchaba corriendo a estudiar porque, según él, no le cundía el tiempo. Era la
hora, su hora, y estaba muerto.
La
contingencia de Ricardito fue un ejemplo excesivo. Sabíamos que estaba
enamorado de Matilde. Sabíamos que ella, menuda y parlanchina, le diría un día
que sí. Pero nunca estaremos seguros de si morirse aquel jueves, en aquel
instante, hizo que nosotros no olvidáramos el tercer argumento de Santo Tomás,
y si aquello tuvo que ver con que Elena y Milagros se hicieran monjas años más
tarde, y Seve se estrellara una noche en una carretera de Ciudad Real.
Medardo Fraile
Salvador Dalí
Si existe o no la predestinación, quien podría asegurarlo.
ResponderEliminarPero hay días en que podríamos aventurarnos. Hoy.
Has ilustrado el relato de final inesperado con la imagen del cuadro de Dalí “La persistencia de la memoria”, donde el reloj blando resbala como cera caliente por el canto de una superficie. Una imagen que él había tomado del grupo “La Matanza de los Inocentes” de la Sagrada Familia cuando la visitó con García Lorca. Y que a su vez, Gaudí había desarrollado a partir de una visita a la Morgue del Hospital, donde había visto la posición descoyuntada de los cadáveres juntos de varios niños.
Tú siempre abriendo la mente, amigo Antonio
Son necesarios los años y duros golpes para que uno tome conciencia de la vía tomista. De la levedad del ser por citar a Kundera. Luego, una vez aceptada nuestra contingencia, la llamada "humildad óntica" nos permite aceptar lo que somos y a veces hasta como somos.
ResponderEliminarMuy bueno ese relato corto de Medardo Fraile. Un abrazo.
Son necesarios los años y duros golpes para que uno tome conciencia de la vía tomista. De la levedad del ser por citar a Kundera. Luego, una vez aceptada nuestra contingencia, la llamada "humildad óntica" nos permite aceptar lo que somos y a veces hasta como somos.
ResponderEliminarMuy bueno ese relato corto de Medardo Fraile. Un abrazo.
Un relato muy bueno y emocionante.
ResponderEliminarUn final triste que invita a meditar .
Las pinturas de Dali, magníficas.
Un abrazo grande. Feliz inicio de semana.
Un relato muy bueno y emocionante.
ResponderEliminarUn final triste que invita a meditar .
Las pinturas de Dali, magníficas.
Un abrazo grande. Feliz inicio de semana.
Que bien sabes provocar nuestra mente. De una lectura plácida a la realidad de la muerte en su hora precisa para cada uno. Me encanta la creatividad de Dalí. Unos vamos a pensar demasiado sobre el fin de la vida, otros pasarán de puntillas no queriendo enterarse.pero la hora está marcada.
ResponderEliminarHola, da mucho que pensar ...unos creemos de una manera, otros de otra, aunque al final de todo...a ese final llegamos todos.
ResponderEliminarRelatado de forma muy amena y didáctica. Dalí muy grande y aquí ensalzado.
Saludos
Rosa
Ese reloj, el de Dalí, toda una premonición, amigo Campillo.
ResponderEliminarReflexión, atención y ... esperar. Ya sabes mi lema: "Día a día, no hay más ... y es mucho"