EL ENCUENTRO

LA LARGA BÚSQUEDA  VI

Antonio Campillo Ruiz

 Andrius Kovelinas

A María Eugenia

La vida es un continuo, infatigable y curioso explorar. Desde las luces y las sombras hasta las alegrías y las tristezas, desde las rectas y las curvas hasta el tesón y la perseverancia. Así, he alcanzado un presente que estoy pintando con la ternura, con los mimos, de suaves y seleccionados colores y pinceles.           

María Eugenia   

   Un huracán, una inmensa tormenta, un viento puro que encresta las olas y remueve la tranquila arena lamiéndola, arañándola, mezclándola con las algas que son segadas por la cuchilla de la pasión, se levantaron en su espíritu cuando se preguntó ¿Por qué? ¿Por qué ahora y no hace mil años? Posiblemente no existiese en tan pretérita fecha pero la sensación de nada, esa nada que inunda en un instante la mente y el espíritu se entremezclaron con la rapidez del rayo y la intensidad del trueno. 

Recordaba con satisfacción los días que se habían amoldado a una existencia tan normal como entretenida, pero no podía sino estremecerse cuando esta violenta sensación se apoderó de sus recuerdos más queridos, de sus innumerables momentos soñados confundidos con su propia realidad. Y, ahora, cuando los últimos pases de la larga e inacabada película se proyectaban para un solo espectador, empezaba a rodarse una superproducción, una historia con presente y futuro, como siempre había apreciado con entusiasmo. Sin embargo, su pensamiento trataba de buscar un pasado que siempre había existido a pesar de no tener influencia en su futuro. Escudriñó su pasaporte y observó que miles de sellos completaban páginas y páginas de tantos y tan variados acontecimientos que se desesperó cuando no encontró ningún cruce, ni una sola ruta en la que existiesen huellas entremezcladas. Todos los caminos eran de un duro granito tan rugoso y áspero como los sucesos que acaecían a cada momento. 

A pesar de ello, su irreverente imaginación no cumplía lo establecido, lo denominado normal, realizaba constantes y largos viajes a su mente para poder reiterar o aceptar que el camino hacia el futuro se construye sobre los cimientos del pasado, un pasado que es el único existente porque el presente es tan frágil que se diluye a cada instante sobre la masa que generará esa desconocida y siempre dudosa meta. A veces, cuando la soledad del atardecer envolvía con dedos rojos un dorado día, meditaba, meditaba sobre aquel maldito por qué y la sospecha de una realidad vivida con deseos satisfechos, con frustraciones, a saltos y enluciendo las paredes de sus vivencias con la torpeza del aprendiz. En otras ocasiones, una fuerza más potente que la gravedad absorbía sus brazos hasta que arrastraban por el suelo, debilitados por un azar que es irreversible, irrecuperable y, por tanto, nunca disfrutó de un pasado que cimentase sus anhelos. Jamás permitiría que los adobes para consolidar sus sueños fuesen sólo de arcilla. Los mezclaría con limo, con paja de todos los cereales conocidos, con esqueletos que inundan la imponente dureza de las rocas que se formaron con el único factor que las reforzó, un grandioso tiempo fabulado al amparo de la inmensidad del sueño que siempre ha estado modelando la frágil escultura de su vida.

Antonio Campillo Ruiz

Andrius Kovelinas