ROSAS
ARTIFICIALES
Antonio Campillo Ruiz
Moviéndose
a tientas en la penumbra del amanecer, Mina se puso el vestido sin mangas que
la noche anterior había colgado junto a la cama, y revolvió el baúl en busca de
las mangas postizas. Las buscó después en los clavos de las paredes y detrás de
las puertas, procurando no hacer ruido para no despertar a la abuela ciega que
dormía en el mismo cuarto. Pero cuando se acostumbró a la oscuridad, se dio
cuenta de que la abuela se había levantado y fue a la cocina a preguntarle por
las mangas.
-
Están en el baño -dijo la ciega-. Las lavé ayer tarde.
Allí
estaban, colgadas de un alambre con dos prendedores de madera. Todavía estaban
húmedas. Mina volvió a la cocina y extendió las mangas sobre las piedras de la
hornilla. Frente a ella, la ciega revolvía el café, fijas las pupilas muertas
en el reborde de ladrillos del corredor, donde había una hilera de tiestos con
hierbas medicinales.
- No
vuelvas a coger mis cosas -dijo Mina-. En estos días no se puede contar con el
sol.
La
ciega movió el rostro hacia la voz.
- Se
me había olvidado que era el primer viernes -dijo.
Después
de comprobar con una aspiración profunda que ya estaba el café, retiró la olla
del fogón.
-
Pon un papel debajo, porque esas piedras están sucias -dijo.
Mina
restregó el índice contra las piedras de la hornilla. Estaban sucias, pero de
una costra de hollín apelmazado que no ensuciaría las mangas si no se frotaban
contra las piedras.
- Si
se ensucian tú eres la responsable -dijo.
La
ciega se había servido una taza de café.
-
Tienes rabia -dijo, rodando un asiento hacia el corredor-. Es sacrilegio
comulgar cuando se tiene rabia. -Se sentó a tomar el café frente a las rosas
del patio. Cuando sonó el tercer toque para misa, Mina retiró las mangas de la
hornilla, y todavía estaban húmedas. Pero se las puso. El padre Ángel no le
daría la comunión con un vestido de hombros descubiertos. No se lavó la cara.
Se quitó con una toalla los restos del colorete, recogió en el cuarto el libro
de oraciones y la mantilla, y salió a la calle. Un cuarto de hora después
estaba de regreso.
-
Vas a llegar después del Evangelio -dijo la ciega, sentada frente a las rosas
del patio.
Mina
pasó directamente hacia el excusado.
- No
puedo ir a misa -dijo-. Las mangas están mojadas y toda mi ropa sin planchar.
-Se sintió perseguida por una mirada clarividente.
-
Primer viernes y no vas a misa -dijo la ciega.
De
vuelta del excusado, Mina se sirvió una taza de café y se sentó contra el
quicio de cal, junto a la ciega. Pero no pudo tomar el café.
- Tú
tienes la culpa -murmuró, con un rencor sordo, sintiendo que se ahogaba en
lágrimas.
-
Estás llorando -exclamó la ciega.
Puso
el tarro de regar junto a las macetas de orégano y salió al patio, repitiendo:
-
Estás llorando.
Mina
puso la taza en el suelo antes de incorporarse.
-
Lloro de rabia -dijo. Y agregó al pasar junto a la abuela-: Tienes que
confesarte, porque me hiciste perder la comunión del primer viernes.
La
ciega permaneció inmóvil esperando que Mina cerrara la puerta del dormitorio.
Luego caminó hasta el extremo del corredor. Se inclinó, tanteando, hasta
encontrar en el suelo la taza intacta.Mientras vertía el café en la olla de
barro, siguió diciendo:
-
Dios sabe que tengo la conciencia tranquila.
La
madre de Mina salió del dormitorio.
-
¿Con quién hablas? -preguntó.
-
Con nadie -dijo la ciega-. Ya te he dicho que me estoy volviendo loca.
Encerrada
en su cuarto, Mina se desabotonó el corpiño y sacó tres llavecitas que llevaba
prendidas con un alfiler de nodriza. Con una de las llaves abrió la gaveta
inferior del armario y extrajo un baúl de madera en miniatura. Lo abrió con la
otra llave. Adentro había un paquete de cartas en papeles de color, atadas con
una cinta elástica. Se las guardó en el corpiño, puso el baulito en su puesto y
volvió a cerrar la gaveta con llave. Después fue al excusado y echó las cartas
en el fondo.
- Te
hacía en misa -le dijo la madre.
- No
pudo ir -intervino la ciega-. Se me olvidó que era primer viernes y lavé las
mangas ayer tarde.
-
Todavía están húmedas -murmuró Mina.
- Ha
tenido que trabajar mucho en estos días -dijo la ciega.
-
Son ciento cincuenta docenas de rosas que tengo que entregar en la Pascua -dijo
Mina.
El
sol calentó temprano. Antes de las siete, Mina instaló en la sala su taller de
rosas artificiales: una cesta llena de pétalos y alambres, un cajón de papel
elástico, dos pares de tijeras, un rollo de hilo y un frasco de goma. Un
momento después llegó Trinidad con su caja de cartón bajo el brazo, a
preguntarle por qué no había ido a misa.
Valéry Maugeri
- No
tenía mangas -dijo Mina.
-
Cualquiera hubiera podido prestártelas -dijo Trinidad.
Rodó
una silla para sentarse junto al canasto de pétalos.
- Se
me hizo tarde -dijo Mina.
Terminó
una rosa. Después acercó el canasto para rizar pétalos con las tijeras.
Trinidad puso la caja de cartón en el suelo e intervino en la labor.
Mina
observó la caja.
-
¿Compraste zapatos? -preguntó.
-
Son ratones muertos -dijo Trinidad.
Como
Trinidad era experta en el rizado de pétalos, Mina se dedicó a fabricar tallos
de alambre forrados en papel verde. Trabajaron en silencio sin advertir el sol
que avanzaba en la sala decorada con cuadros idílicos y fotografías familiares.
Cuando terminó los tallos, Mina volvió hacia Trinidad un rostro que parecía
acabado en algo inmaterial. Trinidad rizaba con admirable pulcritud, moviendo
apenas la punta de los dedos, las piernas muy juntas. Mina observó sus zapatos
masculinos. Trinidad eludió la mirada, sin levantar la cabeza, apenas
arrastrando los pies hacia atrás, e interrumpió el trabajo.
-
¿Qué pasó? -dijo.
Mina
se inclinó hacia ella.
-
Que se fue -dijo.
Trinidad
soltó las tijeras en el regazo.
-
No.
- Se
fue -repitió Mina.
Trinidad
la miró sin parpadear. Una arruga vertical dividió sus cejas encontradas.
- ¿Y
ahora? -preguntó.
Mina
respondió sin temblor en la voz.
-
Ahora, nada.
Trinidad
se despidió antes de las diez.
Liberada
del peso de su intimidad, Mina la retuvo un momento, para echar los ratones
muertos en el excusado. La ciega estaba podando el rosal.
- A
que no sabes qué llevo en esta caja -le dijo Mina al pasar.
Hizo
sonar los ratones.
La
ciega puso atención.
-
Muévela otra vez -dijo.
Mina
repitió el movimiento, pero la ciega no pudo identificar los objetos, después
de escuchar por tercera vez con el índice apoyado en el lóbulo de la oreja.
-
Son los ratones que cayeron anoche en la trampa de la iglesia -dijo Mina.
Al
regreso pasó junto a la ciega sin hablar. Pero la ciega la siguió. Cuando llegó
a la sala, Mina estaba sola junto a la ventana cerrada, terminando las rosas
artificiales.
-
Mina -dijo la ciega-. Si quieres ser feliz, no te confieses con extraños.
Mina
la miró sin hablar. La ciega ocupó la silla frente a ella e intentó intervenir
en el trabajo. Pero Mina se lo impidió.
-
Estás nerviosa -dijo la ciega.
-
Por tu culpa -dijo Mina.
-
¿Por qué no fuiste a misa?
- Tú
lo sabes mejor que nadie.
- Si
hubiera sido por las mangas no te hubieras tomado el trabajo de salir de la
casa -dijo la ciega-. En el camino te esperaba alguien que te ocasionó una
contrariedad.
Mina
pasó las manos frente a los ojos de la abuela, como limpiando un cristal
invisible.
-
Eres adivina -dijo.
-
Has ido al excusado dos veces esta mañana -dijo la ciega-. Nunca vas más de una
vez.
Mina
siguió haciendo rosas.
-
¿Serías capaz de mostrarme lo que guardas en la gaveta del armario? -preguntó
la ciega.
Sin
apresurarse Mina clavó la rosa en el marco de la ventana, se sacó las tres
llavecitas del corpiño y se las puso a la ciega en la mano. Ella misma le cerró
los dedos.
-
Anda a verlo con tus propios ojos -dijo.
La
ciega examinó las llavecitas con las puntas de los dedos.
-
Mis ojos no pueden ver en el fondo del excusado.
Mina
levantó la cabeza y entonces experimentó una sensación diferente: sintió que la
ciega sabía que la estaba mirando.
-
Tírate al fondo del excusado si te interesan tanto mis cosas -dijo.
La
ciega evadió la interrupción.
-
Siempre escribes en la cama hasta la madrugada -dijo.
- Tú
misma apagas la luz -dijo Mina.
- Y
en seguida tú enciendes la linterna de mano -dijo la ciega-. Por tu respiración
podría decirte entonces lo que estás escribiendo.
Mina
hizo un esfuerzo para no alterarse.
-
Bueno -dijo sin levantar la cabeza-. Y suponiendo que así sea: ¿qué tiene eso
de particular?
-
Nada -respondió la ciega-. Sólo que te hizo perder la comunión del primer
viernes.
Mina
recogió con las dos manos el rollo de hilo, las tijeras, y un puñado de tallos
y rosas sin terminar. Puso todo dentro de la canasta y encaró a la ciega.
-
¿Quieres entonces que te diga qué fui a hacer al excusado? -preguntó. Las dos
permanecieron en suspenso, hasta cuando Mina respondió a su propia pregunta-:
Fui a cagar.
La
abuela tiró en el canasto las tres llavecitas.
-
Sería una buena excusa -murmuró, dirigiéndose a la cocina-. Me habrías
convencido si no fuera la primera vez en tu vida que te oigo decir una
vulgaridad.
La
madre de Mina venía por el corredor en sentido contrario, cargada de ramos espinosos.
-
¿Qué es lo que pasa? -preguntó.
-
Que estoy loca -dijo la ciega-. Pero por lo visto no piensan mandarme para el
manicomio mientras no empiece a tirar piedras.
Gabriel García Márquez, “Todos los cuentos”
Valéry Maugeri
No lo conocía. Gracias
ResponderEliminarUn beau post.
ResponderEliminar¡Impecable! del gran maestro que ya cumplió un año de haber partido. Pareció muy rápido ¿verdad?
ResponderEliminarUn abrazo anisado.
Entrañable y amado siempre nuestro querido D. Gabriel García Marquez.
ResponderEliminarAlabado sea por siempre.
Tu también, Antonio.
Siempre recordado
ResponderEliminarSus letras nos acompañarán
Un.fuerte abrazo
Simbolismo, alegorías, surrealismo, fantasía. Poesía.
ResponderEliminarPermíteme que por esta vez no me refiera al texto, siempre tan bien escogido, y te envíe unas líneas deteniéndome en las imágenes con que a menudo los ilustras. Que suelen ser de autores desconocidos para mí con una cualidad común luminosa, son telas visionarias. Te felicito por saber que existen.
Siempre invitan a soñar.
Leer a GGM es, siempre, un placer, amigo Antonio. Parece que el mundo fuera a acabarse y ... le regalé una rosa, la primera fue en el 67.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte
Lindas pinturas, llenas de fantasía pero el escrito es lo que le da mucho significado.
ResponderEliminarNo conocía este texto, me ha gustado mucho. Gracias por compartirlo
ResponderEliminaruna lluvia de besos