jueves, 8 de noviembre de 2018

ABECEDARIO: O

OLAYA

Antonio Campillo Ruiz

 Ambrosius Benson

   Olaya hablaba nerviosa y con rapidez. Le suponía un gran esfuerzo ocultar que era capaz de expresar lo que sentía sin tener que explicar a nadie por qué lo hacía y a quien lo relataba. Tenía prohibido estas charlas. Su estado general se alteraba, preocupada, como siempre, de la recriminación que caería sobre ella si se conociese lo que hacía pocas veces, muy pocas veces. A pesar de ello, su ahogo interno, su falta de opinión ante un entorno considerado por todos hostil, en algunas ocasiones, era insoportable. Tenía que expresar la acumulación de pensamientos, opiniones e, incluso, soluciones, que, de tiempo en tiempo, la corroían sin la purga de una válvula de escape por la que su presión interior se suavizara y disminuyese. Era entonces cuando lanzaba su interminable y veloz carrera de palabras que simulaban una competición en la que una tras otra trataba de alcanzar a la pronunciada anteriormente.

Ambrosius Benson

   Olaya se tranquilizaba tras observar o captar la comprensión de quien la escuchaba. A la vez, observaba que, siempre que sucedía uno de sus pequeños estallidos de monólogo veloz, su relajación interior era mayor y su visión del entorno cotidiano favorecedora. Así, a pesar de su dificultad y necesidad para expresar sus pensamientos, nunca consideró volver a los años, lejanos ya en el pasado, en los que su silencio potenció su propia apatía, inicialmente y el desaire hacia sus opiniones después. Había nacido en ella un atisbo de libertad que fue en aumento conforme se apreciaba como persona poseedora de pensamientos y opiniones propias. Ahora, volver atrás, además de temerario, creía que supondría un retroceso tanto para sí misma como para los demás. De hecho, muchas de sus opiniones eran tenidas en cuenta, a pesar de tratar, en muchas ocasiones, de no determinar el origen de las mismas. No le importaba. Lo importante era que se aplicasen sus ideas y razonamientos ante problemas de complejidad manifiesta.

Ambrosius Benson 

   Olaya se sentía feliz cuando en el trabajo, tan aséptico y cuidadoso, cada día era más frecuente que su opinión se requiriese. Que en sus relaciones personales, de cualquier tipo, razonase con mayor precisión y oportunidad de quienes eran los eternos dictaminadores de cualquier acción a desarrollar. Sin embargo, apreciaba que su carácter cambiaba a la misma velocidad con la que crecía su estima externa. No lo comprendía a pesar de su satisfacción personal. ¿Estaba volviendo hacia aquella tristeza en la que se sumió ante un menosprecio injusto, especialmente, cuando se trataba de sus relaciones personales, queridas e insustituibles? Esta conclusión, dudosa pero mesurable, se traducía en una congoja que aumentaba conforme lo hacía su novedoso éxito. Se solicitaba a sí misma que nada pudiese suponer un cambio emocional, una ruptura con sus sentimientos, una pasividad que pudiese considerar normal su cualidad racional, ni mucho menos su cualidad de mujer. Empezaba a volver al tiempo en el que su tristeza le procuró un estado de autoinmolación, aceptada ante la cruel y despiadada separación a la que fue sometida su mente y posterior separación de su condición humana, de la que se sentía orgullosa.    

Antonio Campillo Ruiz

Ambrosius Benson

   

8 comentarios:

  1. Jo, Bamboso, no sé de donde te sacas estas cosas espectaculares! El texto, precioso. Un abrazo!

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    1. ¡JOPELINES, MAESTRO…! ¿Y tú me lo preguntas? Pues lo saco de donde tu también buceas constantemente… Parte de las Musas, parte de lo que he aprendido de ti y parte de lo que se entremezcla entre ambos dos y eso que llaman “mi yo”… Un abrazo chillao, Mariano.

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  2. Sin duda, Antonio, creas unos personajes literariamente atractivos. Pero me sorprende que "tus mujeres"suelen ser personas atormentadas, inseguras, infelices...incluso cuando, como en el caso de Olaya, puedan llegar a ser reconocidas en su valía. Quizás sea una apreciación mía. Tú dirás.
    Un saludo de una mujer más feliz que exitosa.

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    1. Bien lo dices, “suelen”… pero no siempre lo son. Olaya, por ejemplo, no tiene nada de atormentada ni de infeliz y mucho menos de insegura… ¿Expresado mal por mí? Posiblemente. Me alegro de que seas feliz. No es fácil. Un abrazo.

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    2. Antonio,siento ser tan "respondona", pero copio un párrafo de tu relato que me parece me da toda la razón.
      "Esta conclusión, dudosa pero mesurable, se traducía en una congoja que aumentaba conforme lo hacía su novedoso éxito". Antonio dixit.
      Y el último párrafo abunda en esa tristeza.
      Perdona por no comprenderte.

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  3. Interesante perfil y bellos cuadros los de Benson, que no conocía. Ahora, permíteme un divertimento retorcido

    Jugando a ser Abogado del Diablo, el lector podría preguntarse si creyéndose intuitivo y sagaz, el autor no ha ido demasiado lejos imaginando la auténtica personalidad de la dama. Porque, ¿Está seguro de que en realidad ella es como la describe? ¿De veras? ¿Y si todo lo que él ha captado ya estaba previsto en el guión y sólo era una puesta en escena?

    Saludos, Antonio.

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    1. La palabra correcta que definiría para mí, inequívocamente, tu comentario sobre Olaya es “TOUCHÉ”. Sí, Anamaría, era una posibilidad que sopesé en todo momento, deseando que se cumpliese mi deseo. Sin embargo soy demasiado atrevido y, como sabes, me gusta la escena. Olaya será un punto de inflexión indefinible cuya interpretación correcta debe ser asumida por escritor y lector. Algunas veces, la vista de los linces es demasiado pobre a pesar de los pequeños “arreglos” a los que se somete el autor. Un gran abrazo chillao, Ana.

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  4. Alucinante la transformación de Olaya, como vence barreras hasta llegar a sentirse "alguien" y como su personalidad se torna en un arma de doble filo.
    Antonio, me ha gustado muchísimo el relato y el punto de vista narrativo que has utilizado, es decir, el omnisciente y sin salirte de el.

    Un abrazo y feliz semana.

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