OLAYA
Antonio Campillo Ruiz
Ambrosius Benson
Olaya
hablaba nerviosa y con rapidez. Le suponía un gran esfuerzo ocultar que era
capaz de expresar lo que sentía sin tener que explicar a nadie por qué lo hacía
y a quien lo relataba. Tenía prohibido estas charlas. Su estado general se
alteraba, preocupada, como siempre, de la recriminación que caería sobre ella
si se conociese lo que hacía pocas veces, muy pocas veces. A pesar de ello, su
ahogo interno, su falta de opinión ante un entorno considerado por todos
hostil, en algunas ocasiones, era insoportable. Tenía que expresar la
acumulación de pensamientos, opiniones e, incluso, soluciones, que, de tiempo
en tiempo, la corroían sin la purga de una válvula de escape por la que su
presión interior se suavizara y disminuyese. Era entonces cuando lanzaba su interminable
y veloz carrera de palabras que simulaban una competición en la que una tras
otra trataba de alcanzar a la pronunciada anteriormente.
Ambrosius Benson
Olaya
se tranquilizaba tras observar o captar la comprensión de quien la escuchaba. A
la vez, observaba que, siempre que sucedía uno de sus pequeños estallidos de
monólogo veloz, su relajación interior era mayor y su visión del entorno
cotidiano favorecedora. Así, a pesar de su dificultad y necesidad para expresar
sus pensamientos, nunca consideró volver a los años, lejanos ya en el pasado,
en los que su silencio potenció su propia apatía, inicialmente y el desaire
hacia sus opiniones después. Había nacido en ella un atisbo de libertad que fue
en aumento conforme se apreciaba como persona poseedora de pensamientos y
opiniones propias. Ahora, volver atrás, además de temerario, creía que supondría
un retroceso tanto para sí misma como para los demás. De hecho, muchas de sus
opiniones eran tenidas en cuenta, a pesar de tratar, en muchas ocasiones, de no
determinar el origen de las mismas. No le importaba. Lo importante era que se
aplicasen sus ideas y razonamientos ante problemas de complejidad manifiesta.
Ambrosius Benson
Olaya se sentía feliz cuando en el trabajo,
tan aséptico y cuidadoso, cada día era más frecuente que su opinión se requiriese.
Que en sus relaciones personales, de cualquier tipo, razonase con mayor
precisión y oportunidad de quienes eran los eternos dictaminadores de cualquier
acción a desarrollar. Sin embargo, apreciaba que su carácter cambiaba a la
misma velocidad con la que crecía su estima externa. No lo comprendía a pesar
de su satisfacción personal. ¿Estaba volviendo hacia aquella tristeza en la que
se sumió ante un menosprecio injusto, especialmente, cuando se trataba de sus
relaciones personales, queridas e insustituibles? Esta conclusión, dudosa pero
mesurable, se traducía en una congoja que aumentaba conforme lo hacía su
novedoso éxito. Se solicitaba a sí misma que nada pudiese suponer un cambio
emocional, una ruptura con sus sentimientos, una pasividad que pudiese considerar
normal su cualidad racional, ni mucho menos su cualidad de mujer. Empezaba a volver
al tiempo en el que su tristeza le procuró un estado de autoinmolación,
aceptada ante la cruel y despiadada separación a la que fue sometida su mente y
posterior separación de su condición humana, de la que se sentía orgullosa.
Antonio
Campillo Ruiz
Ambrosius Benson
Jo, Bamboso, no sé de donde te sacas estas cosas espectaculares! El texto, precioso. Un abrazo!
ResponderEliminar¡JOPELINES, MAESTRO…! ¿Y tú me lo preguntas? Pues lo saco de donde tu también buceas constantemente… Parte de las Musas, parte de lo que he aprendido de ti y parte de lo que se entremezcla entre ambos dos y eso que llaman “mi yo”… Un abrazo chillao, Mariano.
EliminarSin duda, Antonio, creas unos personajes literariamente atractivos. Pero me sorprende que "tus mujeres"suelen ser personas atormentadas, inseguras, infelices...incluso cuando, como en el caso de Olaya, puedan llegar a ser reconocidas en su valía. Quizás sea una apreciación mía. Tú dirás.
ResponderEliminarUn saludo de una mujer más feliz que exitosa.
Bien lo dices, “suelen”… pero no siempre lo son. Olaya, por ejemplo, no tiene nada de atormentada ni de infeliz y mucho menos de insegura… ¿Expresado mal por mí? Posiblemente. Me alegro de que seas feliz. No es fácil. Un abrazo.
EliminarAntonio,siento ser tan "respondona", pero copio un párrafo de tu relato que me parece me da toda la razón.
Eliminar"Esta conclusión, dudosa pero mesurable, se traducía en una congoja que aumentaba conforme lo hacía su novedoso éxito". Antonio dixit.
Y el último párrafo abunda en esa tristeza.
Perdona por no comprenderte.
Interesante perfil y bellos cuadros los de Benson, que no conocía. Ahora, permíteme un divertimento retorcido
ResponderEliminarJugando a ser Abogado del Diablo, el lector podría preguntarse si creyéndose intuitivo y sagaz, el autor no ha ido demasiado lejos imaginando la auténtica personalidad de la dama. Porque, ¿Está seguro de que en realidad ella es como la describe? ¿De veras? ¿Y si todo lo que él ha captado ya estaba previsto en el guión y sólo era una puesta en escena?
Saludos, Antonio.
La palabra correcta que definiría para mí, inequívocamente, tu comentario sobre Olaya es “TOUCHÉ”. Sí, Anamaría, era una posibilidad que sopesé en todo momento, deseando que se cumpliese mi deseo. Sin embargo soy demasiado atrevido y, como sabes, me gusta la escena. Olaya será un punto de inflexión indefinible cuya interpretación correcta debe ser asumida por escritor y lector. Algunas veces, la vista de los linces es demasiado pobre a pesar de los pequeños “arreglos” a los que se somete el autor. Un gran abrazo chillao, Ana.
EliminarAlucinante la transformación de Olaya, como vence barreras hasta llegar a sentirse "alguien" y como su personalidad se torna en un arma de doble filo.
ResponderEliminarAntonio, me ha gustado muchísimo el relato y el punto de vista narrativo que has utilizado, es decir, el omnisciente y sin salirte de el.
Un abrazo y feliz semana.