EL ARGUMENTO NO ES ESENCIAL
María Luisa Arnaiz Sánchez
El “Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres” anónimo del siglo XIII, fue mandado traducir por Don Fadrique, hermano de Alfonso X. Se trata de una colección de cuentos o “exempla”, de la que se conocen ocho versiones en diferentes lenguas (siríaco, griego, árabe, hebreo y pahlevi), sin que ninguna de ellas sea, naturalmente, original. En el siglo XII ya había aparecido en Occidente una versión en latín bajo el título de “Libro de los siete sabios”, aunque carecía de los relatos cortos y había sido sustituido el consejero llamado Sendebar (< siddhapati, jefe de los sabios < siddha, sabio, profeta), Çendubete en español, por siete personajes de la corte.
La obra versa sobre la falsa acusación instigada por una concubina a su “hijastro”: lo acusa de haberla querido violar, tras verse rechazada por el joven. (Es la conocida historia de José y la mujer de Putifar.) Sentenciado a muerte, el joven guarda silencio durante siete días, mientras los sabios consejeros le cuentan breves relatos -23 comprende la obra- para que reflexione. Finalmente confiesa la verdad y es perdonado, mientras que la perjura es ejecutada.
Las colecciones de “exempla” provenientes de Oriente gozaron de una larga tradición, tradición que insistía y reforzaba el ideario que de la moral de la mujer se quería imponer. En los siglos XIII y XIV fueron utilizadas estas colecciones por la ortodoxia cristiana como “avisos” en forma de: a) consejos para que los hombres buscaran el bien y huyeran del mal; b) amonestaciones a las mujeres para que se guardaran de encarnar el pecado. (Conviene recordar que la visión cristiana de la naturaleza femenina hacía considerar a las mujeres como peligrosos obstáculos para la salvación.)
DEL EXEMPLO DE LA DIABLESA, E DEL OMNE, E DE LA MUGER, E DE COMMO EL OMNE DEMANDÓ LOS TRES DONES.
»-E señor, oí dezir que era un omne que nunca se partía de una diableza e ovo d'ella un fijo, e fue así un día que ella que se quería ir, e dixo:
»-Miedo he que nunca me veré contigo, mas ante quiero que sepas tres oraçiones de mí, que quando pidieres a Dios tres cosas, averlas as.
»E mostról' las oraçiones, e fuese la diableza e él fuese muy triste, porque se le fue la diableza, para su muger, e díxol':
»-Sepas que la diableza que me tenía, que se me fue, e pesóme ende mucho del bien que sabía por ella, e emostróme tres oraçiones con que demandase tres cosas a Dios que las avería, e agora conséjame qué pida a Dios e averlo he.
»-Bien sabes verdaderamente que puramente amás los omnes a las mugeres, e páganse mucho de su solaz. Por ende ruega a Dios que te otorgue d'ellas.
»-¿Aún non te quedan dos oraçiones? E agora ruega a Dios que te las tuelga, pues tanto pasas con ellas.
»E él fizo oraçión e tolliéronse luego todas, e non fincó ý ninguna. E él, quando esto vio començó de dezir mal a su muger, e dixo ella:
»E rogó a Dios que lo tornase commo de primero, e tornól' commo de primero. E así se perdieron las oraçiones todas.
»Por ende te dó por consejo sinon que non mates tu fijo, que las maldades de las mugeres non an cabo nin fin; e desto darte é un enxenplo.»
(Edición digital a partir de la de Ángel González Palencia, Versiones castellanas del Sendebar, Madrid, C.S.I.C., 1946. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.)
JUICIO CRÍTICO
La misoginia estaba muy extendida en la Edad Media, llegando hasta nuestros días, entre otras cosas, porque el receptor ignora que debe colocarse en el punto de vista del autor. En este relato salta a la vista que los acontecimientos están valorados con tendenciosidad, como demostraré, puesto que el narrador nunca es inocente aunque camufle su propósito.
El tema de este relato es la inextinguible maldad de las mujeres, como resulta evidente por la venganza de la mujer, sin embargo no sería ecuánime sostener que el comportamiento de la mujer es peor que el del marido.
El hombre, como protagonista, es el personaje del simple. Veámoslo: recibe los dones gracias a su adulterio, confiesa con toda naturalidad su aventura a su mujer incluso justificándose (“me retenía”), actúa con indecisión pidiendo consejo, demuestra implícitamente que tiene un carácter libidinoso porque cae en la trampa que su mujer le tiende, etc. Es decir, nada apunta en él hacia unas cualidades susceptibles de ser valoradas como honrosas y, aun así, el narrador lo trata con simpatía, con benevolencia, o diré con ¿complicidad?
La mujer, como antagonista, es el personaje tipo de la maldad porque, además de vengarse, su consejo conlleva la pérdida de los dones. No obstante, es presentada implícitamente como audaz y resuelta pues su marido se pone en sus manos, como inteligente porque concibe una estrategia para darle una lección y lograr su fin, como generosa porque no se aprovecha personalmente de la fortuna que le ofrecen los dones, etc. Pero, en definitiva habría que concluir con que la venganza anida en su pecho, no sintiéndose ajeno el narrador a la creencia en dicha concepción sobre las mujeres.
Una vez analizados los personajes, que por su configuración son estereotipos, hay que poner de manifiesto que los acontecimientos de este relato no conducen forzosamente al final propuesto y, en el caso de aceptar dicho final sin criticarlo, se puede caer en la trampa impuesta por el narrador: denigrar a las mujeres. Esa y no otra significa la perspectiva del narrador dentro de una historia pues, a través del modo en como maneja la información, hace que la acción se perciba de una determinada forma y dirija al lector hacia donde él se ha propuesto.
Como acabo de decir, la forma de conducir una narración es uno de los sistemas de manipulación literaria. Para probarlo, basta con hacer protagonista a la mujer del cuento estudiado, el cual comenzaría así: “Era una mujer engañada por su marido que, cuando este vino contándole que su amante lo había dejado…”. Se habrá comprobado que el punto de vista desde el que se construye un relato no es un detalle sin importancia, sino que puede cambiar toda una obra.
Puesto que he anticipado el final del “Sendebar”, el ajusticiamiento de la favorita y el perdón del hijo, hay que convenir que triunfa la opinión de los consejeros y, por tanto, la del narrador omnisciente, justo lo que se proponía el autor anónimo de la obra: presentar a las mujeres como dechado de maldad.
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