ENTRE LA SOLEDAD
Antonio
Campillo Ruiz
John Silver
Se les veía caminar
por el largo y concurrido paseo todos los días de fiesta, cuando el sol se
despedía con lentitud de su paseo diario. Jamás caminaban cogidos pero entre
ambos no podría pasar una hoja de papel. A veces, la chiquillería, revoltosa y
juguetona, podía rodearles, circundarles, esconderse tras su volumen pero
nunca bajaban la vista de un punto del horizonte que parecía ser su meta, nunca
detenían su marcha. Estos días eran los acordados para verse y, desde que el
tiempo era tiempo para ellos, habían cumplido esa costumbre, ya transformada en
ley. Se encontraban a las ocho de la mañana en la céntrica y porticada
chocolatería de una recoleta plaza. Solían abrazarse y besarse con pasión entre
los comensales con las bocas manchadas de chocolate que, sorprendidos por tal
efusión carnal a tan temprana hora, les miraban con sorpresa y envidia. El
camarero sabía qué tenía que servir y además, no debía hacerlo hasta que ambos
estuviesen juntos. Casi sin terminar de sentarse ya le servían un suculento
desayuno, incluyendo el chocolate caliente en cualquier época del año. Era la
especialidad de la casa. Tras el desayuno, salían al centro de la plaza y
respiraban con fuerza el calido, frío, suave o húmedo, aire puro de la mañana y
se dirigían hacia la casa. Una enorme escalera con maderas muy cuidadas en los
perfiles de los escalones les trasladaba al primer piso. Al entrar en casa se
volvían a besar con pasión y una suerte de suspiros empezaba a llenar las
estancias vacías. El salón poseía unos muebles clásicos y en su centro una lámpara
de chorrillos, que tintineaban con la mínima corriente de aire, iluminaba
tenuemente la estancia. Allí empezaban a desnudarse, con lentitud pero con
avaricia, sintiendo que cada prenda que caía al suelo era innecesaria, en ese
momento, para la parte del cuerpo que
fue cosida. Se acercaban a la habitación principal, oscura y con la cama recién
hecha. Dos pequeñas lámparas iluminaron las mesillas y la tibieza de la luz
ayudaba a descubrir recónditos y placenteros lugares de ambos cuerpos. Cuando
caían sobre la cama ya se encontraban desnudos y la pasión, desatada en unos
prolegómenos tan largos como jugosos, extendía un fuego más potente a cada
momento. Se provocaban y hacían el amor con suave potencia, con la delicadeza
del encuentro esperado, con la tranquilidad de saberse unidos y sintiendo cómo
el placer se paseaba por ambos con igual intensidad. El largo e intenso tiempo
empleado les agotaba cuando el placer culminaba su ascenso. Después, se sentían
relajados, uno en brazos del otro y con suaves movimientos se iban separando
hasta quedar acostados, descansando. Ese era el peor momento, cuando ambos se
encontraban entre la soledad. Se instalaba en sus pensamientos y con lentitud
iba oscureciendo el placer que habían sentido, que todos los días festivos
sentían. Entre la soledad de ambos sumaban toda la del mundo, toda la que se podría
sentir en una vida que se les había marchado casi sin percatarse de ello. Hacía
tantos años que entre la soledad y ellos se había ido levantando una barrera,
un invisible muro, que con la inconsciencia de su amor y su pasión por el placer,
nunca dejaron de ser los obreros de su propia destrucción. Un tiempo prudente
les indicaba la necesidad de asearse, vestirse de día de fiesta y salir a comer
al restaurante en el que su mesa siempre estaba reservada. Comían con cierta
voracidad y bebían siempre champagne. Como siempre, se les subía un poco y les
alegraba la sobremesa. Cuando el sol iniciaba su lenta e inexorable caída,
salían y daban un largo paseo. Era el inicio del fin. Hasta el próximo día de
fiesta no se volverían a ver. Al anochecer, volvían a casa y, como ocurría cada
mañana, se besaban con pasión y se acariciaban con desesperación. Ambos sabían
que la separación se acercaba implacable. Marta tenía los ojos arrasados en
lágrimas. Pensó que nunca se encontraban tan solos como cuando estaban juntos.
Antonio Campillo Ruiz
John Silver
Muy bello Antonio. Lamento no haber pasado por tu maravilloso sitio antes, he perdido un amigo y he estado muy triste. La verdad no lo esperaba porque era muy joven. Estaré a menudo por aquí de ahora en más.. Un abrazo enorme.
ResponderEliminarLo siento, Lou, lo siento sinceramente. La muerte es siempre traidora e innecesaria. Comprendo tu dolor y comprendo tu desilusión por este hachazo que ha roto tantas ilusiones. No te preocupes, pasar por aquí siempre se puede hacer, sentir la muerte de tu amigo es un proceso largo que te serenará. Repito, Lou, lo siento mucho.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Lou.
Me ha encantado todo el texto, pero la última frase me parece reveladora y la entiendo muy bien. Es duro y cruel el momento en que se acaba el contacto físico que nos mantiene alejados del mundo y la realidad, quizá porque entonces nos damos cuenta de que todas las cosas tienen su fin, todo se acaba, y ya empezamos a contar el tiempo que falta para que suceda.
ResponderEliminarGracias, Antonio, por una historia que me ha dejado un sabor agridulce. Un fuerte abrazo
Mabel, eso creo yo. La dulzura de los encuentros se mezcla en continuidad con los agrios momentos en los que la vida se limita a esperar, a poder volver a sentir, a que Marta vuelva a vibrar y con esa vibración debe escuchar música durante días.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Mabel.
Ay, qué bonito, Antonio... Romántico, pasional, bello.
ResponderEliminarUn abrazo bien grandote.
Durante un día, entre muchos que se espera a que vuelva a aparecer ese atisbo de felicidad. La situación romántica de una situación admitida es muy relativa y, en todo caso, solo la siente Marta.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Isabel.
¡Ah! Y como todo amor, termina en ¿tragedia?
ResponderEliminarBueno, Isabel, este es el único caso en el que se sabe cómo acabará: las visitas están prefijadas. La cuestión es, ¿están admitidas por ambos? Pues entonces no existe separación trágica.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Isabel.
No hay nada como la soledad compartida, es lo peor que le puede pasar a una pareja. Magnífico relato.
ResponderEliminarPor cierto acabo de darme cuenta, de que somos casi vecinos, tú en Murcia y yo en Cartagena.
Besos
Nela
Cierto, Nela, si algo es terrible de compartir es la soledad. Tendríamos que ahondar en las circunstancias por las que se ha admitido este régimen de visitas tan rígido.
EliminarPues sí, somos vecinos. Tendremos que tomar un café un día en los bellos lugares que se han remodelado en Cartagena o en Murcia, Sería muy agradable.
Un fuerte abrazo, querida Nela.
Nunca el sexo alejará la soledad.La última frase es demoledora,querido amigo.
ResponderEliminarBicos.
Eso he creído yo siempre, Ohma. El sexo, a veces, es un placebo médico sustitutivo de una verdadera curación. Puede ser que cure alguna pequeña enfermedad del espíritu pero la soledad es una gran enfermedad que necesita fuertes antibióticos, no placebos. Y se nota, Ohma, como dices, en esa última frase tan corrosiva como demoledora.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Ohma.
No descubro nada al comentar que la peor de las soledades es la que se sufre soledad en compañia aunque se compartan el resto de los espacios y situaciones que parece encubrir la situación en que está inmersa la pareja.
ResponderEliminarUn abrazo grande, querido Antonio
Así es, Pilar. La peor de las soledades es la que miramos de frente en compañía. Creyendo que la compañía es el antídoto perfecto de la soledad, buscado y encontrado, cuando sólo lo podemos disfrutar durante unas horas entre muchas, no tenemos más remedio que descartar como solución esa compañía y dejar de padecer la doble soledad entre quienes se acompañan.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Pilar.
Romántico y apasionado relato.
ResponderEliminarBellamente narrado, qurido Antonio, como tú bien sabes hacer. Aunque el final me ha dejado un sabor agridulce.
Es cierto que la peor soledad es la que se siente aun estando acompañado, pero ¿acaso no es el precio que se tiene que pagar cuando se instala la rutina entre una pareja?
Un abrazo
Pues sí, María José, lo es. A través de diversos medios nos han enseñado que la soledad se anula mediante la compañía. Si se convierte en amor, seguirá eternamente produciendo sensaciones cada vez más profundas y placenteras. La cuestión es, María José, que en el cine, uno de los lugares en donde hemos aprendido, probablemente, a ver enamorados hasta el más allá del más allá, después de jurarse ese amor, siendo muy jóvenes, un fundido en negro indica al espectador la mejor enseñanza: serán felices hasta el fin de los tiempos. Nos quitamos con este recurso tan antiguo la rutina, la convivencia, siempre muy delicada, el tedio y la soledad compartida.
EliminarBien, sin ser pesimista, alguna vez tenemos que realizar un análisis de aspectos que no tenemos muy en cuenta.
Un fuerte abrazo, querida María José.
No hay cosa más triste que sentir la soledad estando en compañía. Si lo romántico y apasionado del relato no les ayuda a superar esas lágrimas, creo que no tiene sentido seguir haciendo ese paripé los días de fiesta.
ResponderEliminarBellamente narrado.
Un abrazo Antonio.
Cierto, María Pilar, son felices cuando se ven y están juntos las primeras horas, es un paripé soportar esta situación por tiempo largo. No sabemos las circunstancias que le han llevado a esta forma tan peculiar de encontrarse y, en lo posible, amarse. Aún siendo las peores imaginables, no se puede sostener una situación que acrecienta el pozo negro en el que se encuentran ambos. Gracias por tus palabras.
EliminarUn fuerte abrazo, María Pilar.
Precioso relato en donde el final nos devuelve al inicio.
ResponderEliminarEl eterno retorno de las cosas nos devuelve, a veces, de lo que huimos.
Abrazos cálidos caro Antonio.
Tu comentario, Genessis, es perfecto. Devolvernos al inicio de nuestra huída hacia delante. Este es el problema que se plantea a ambos. No dejan una situación insostenible porque no quieren, posiblemente, salir de ella. Si lo hiciesen estarían en el inicio de una huída que ya no pueden emprender. Se les fue el tiempo.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Genessis.
El ensueño es hermoso y dulce cuando transcurre y doloroso cuando se termina. La realidad se abre paso implacable y nuestra segunda vida se ve arrasada por la espantosa rutina. Ambas se contraponen y tienen que existir para que sepamos valorar la maravilla del reencuentro con nuestro otro yo.
ResponderEliminarUn slaudo
Un comentario que enriquece esta situación entre los amantes ocasionales, Carmen. Hermosos encuentros y rutina aplastante. Sospechamos que han valorado con mucho tiento la satisfacción de los encuentros frente a la rutina que se apoderaría de ellos. ¿Es bueno o malo? No lo sabemos. Probablemente, si la rutina se adueñase de una convivencia perniciosa, además de perder la vida en ella, perderían hasta la felicidad de poder encontrarse con pasión y deseo. Sopesémoslo.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Carmen.
A veces puedo estar distante
pero nunca ausente,
puedo no escribirte,
pero jamás olvidarte...
y cuando me necesites, puedo
no estar cerca, pero jamás abandonarte...
porque estas en mi corazón!!
Hoy me encuentro celebrando,
el 5º aniversario del nacimiento
del blog de La gata coqueta
y sin pararme a pensar
en mi torpe atrevimiento...
...al pasar sin avisar,
para entregarte la invitación a la celebración,
que de mano me harías sentir muy feliz brindando a mi lado.
¡¡Gracias por asistir a la que desde siempre ha sido tu casa!!
Un abrazo desde el ❤ y con el ❤
Feliz domingo!!
Atte.
María Del Carmen
Querida Gatita Coquetuela, la primera estrofa de tu poema me ha llegado a lo más profundo del corazón. Sólo sé decir que estás en mi ser de igual forma que dicen tus versos.
EliminarEl 5º Aniversario de “La Gata Coqueta” es todo un acontecimiento por el que he pasado tan torpe que he roto varias copas de la celebración. Pero he estado presente brindando por seguir leyéndote y apreciando tus frescos, tiernos y siempre amorosos versos para con todos tus amigos. ¡MUCHAS FELICIDADES!
Un fuerte abrazo, querida María Del Carmen.
extraordinario texto
ResponderEliminarwowwwwwwwwww
un beso
Muchas gracias, MuCha. No me sonrojes, tus blogs poseen pensamientos muy hermosos. Nos seguiremos leyendo.
EliminarUn fuerte abrazo, querida MuCha.
"los obreros de su propia destrucción", jajaja. qué buena frase.
ResponderEliminarEs un magnífico texto, delicioso, lleno de emociones y de pasión. No me gusta que terminara y que ella llore, pero todo lo bueno termina en algñún momento.
Eres un gran escritor!
Besos.
Sin sonrojarme, Sara, sin sonrojarme… Me alegro que te haya gustado aunque, como bien dices, no es agradable que Marta llore y tema tanto estar sola como acompañada porque la soledad va con ellos siempre, estén o no en compañía.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Sara.
Bello, romantico y que verdadero.
ResponderEliminarBesitos
Bueno, Inma, quien ha rozado, siquiera rozado, una situación similar la comprende perfectamente. Pero no es fácil que se produzcan estos encuentros, que deben producirse hace bastante tiempo, por la gran soledad que les une.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Inma.