PARA LA SOLEDAD
Antonio
Campillo Ruiz
Victor Nizovtsev
Sentarse en una
terraza, con frío o calor, y ver pasar a las personas era su gran
ilusión. Procuraba hacerlo siempre que le era posible y la desgana para
vestirse, para salir a la calle tras el trabajo, la dejaba. Muchos de los
viajes que había realizado con amigos acabaron con un pequeño desencuentro.
Opinable, claro, muy opinable. Ella siempre se quedaba en la primera terraza
que veían tomando cualquier bebida mientras que los amigos visitaban los
itinerarios previstos para admirar las bellezas del lugar visitado, a sus
gentes o sus costumbres. Ella siempre explicaba que para la soledad bastaba una
persona.
Con el tiempo, el pequeño cascarón en el que se había introducido se
fue agrandando, compartimentándolo cada día con nuevos recintos en los que su
pasividad se extendía a gran velocidad. Sí, había llegado a la conclusión de
que era un ser pasivo y ni siquiera tenía ganas de analizar, siquiera
someramente, las causas que podrían haber influido en este comportamiento. No
tenía ganas de pensar en hechos que le habían producido unas veces daño y otras
felicidad. Ni siquiera quería pensar si eran más importantes o habían dejado un
rastro más profundo en sus sentimientos uno que otro. Le molestaba pensar en
esos días pasados que nunca la ayudaron a poder mover los tornos y engranajes
de su espíritu. Su trabajo era primordial y jamás dejó de cumplir su cometido
pero, cuando acababa, se dejaba arrastrar por su querida nada, su momento para la
soledad. Además, su extroversión chocaba de frente y bruscamente con la
incomprensión de quien la escuchaba o conocía su carácter. Cuando era franca,
leal consigo misma, y lo transmitía a los demás, amigos, compañeros o posibles
pretendientes, ninguno comprendía el alcance de sus palabras o bien ella no
sabía explicar la maraña de pensamientos que se agolpaban en su mente. Su voz
no era tan rápida como para transmitir sus pensamientos le decía en una ocasión
un joven con el que paseaba, se gustaban
e incluso practicaban sexo con la premura de ahora, en este momento, sin
esperar, estuviesen donde estuviesen. No soportaba las citas a largo plazo. Plantear que se encontrarían por la tarde o noche le producía tal alteración que
rechazaba inmediatamente la propuesta. Por ello, lo sugerido y admitido debía cumplirse en el momento que era aceptado. Lentamente, con un cuidado que era
incapaz de percibir, aquellos espacios de la concha que se ampliaban cada día
más, horadaban su interior y la separaban, no sin tristeza, de amigos que se
cansaban de no comprender, de no llegar hasta el fondo de la más recóndita habitación
de sus sencillos placeres. Observar las reacciones de las personas de su
entorno la condujo muy cerca de un leve rechazo hacia quienes sólo se ocupaban
de aquello que para ella siempre fue prescindible: el estudio, la sensibilidad
por lo que no entendía, la memorización de datos que siempre le gustaba
recordar pero invariablemente olvidaba, aspectos que estaban relacionados con
fantasías o sueños que, para ella, jamás se cumplieron y un largo etcétera que
la hacían encapsularse con una gruesa capa protectora. Era ideal para la
soledad, podía estar contenta esta señora de nombre tan solemne. Había
alcanzado un estado muy complejo y difícil en su propia estabilidad. A pesar de
ello, su búsqueda errática no dejó ni un instante de buscar lo que nunca supo encontrar.
Cuando joven, era la admiración de compañeros y amigos: guapa, directa en sus
apreciaciones, incluso demasiado, habilidosa y trabajadora. Fue blanco de tiro
para quienes pensaron que podían llegar hasta ella, tomar aquello que querían y
seguir caminando hacia otro lugar. Sus convicciones y aprendizaje fueron lentos y
tediosos pero siempre se entusiasmó con las explicaciones que provenían de
hechos que se debían acatar sin remisión, los hechos ocasionales o de supuesta
magia no demostrable.
Este era su contrasentido, no saber diferenciar lo
pregonado para cumplir y lo que ella misma negaba cuando se trataba de una
decisión propia. Y este choque entre lo admitido sin más razonamiento y lo rechazado
solo por convencionalismos, que se encontraba fuera de su propio raciocinio,
era lo que llevaba a muchos compañeros y amigos a un debate sin sentido, a
buscar la punta del hilo de la madeja que se escondía en su interior. Ahora, al
cabo de muchos años, cuando la vida cada día avanzaba más deprisa, comprendía,
sin saber explicarlo, que ella había nacido para la soledad, que los tiempos
vividos en compañía de amigos o novios habían sido nefastos porque pasaron sin
dejar señal alguna, que su interés por vivencias en común con un hombre o la
maternidad, echada de menos sin demasiado entusiasmo, eran aspectos no
conseguidos en su caminar por entre personas que, probablemente, la habían
querido pero que jamás habían comprendido la sencilla razón por la que le
gustaba tanto sentarse en una terraza, con frío o calor, para ver pasar a la
gente mientras paseaba, se atareaba o apresuraba por llegar a sus destinos.
Antonio Campillo Ruiz
Victor Nizovtsev
Tiene magia, Antonio.
ResponderEliminarRecibo tus correos y respondo a todos. Gracias por tu amistad.
Un abrazo.
Libre, independiente... para la soledad! Estupenda entrada.
ResponderEliminarAbrazo fuerte!
Intuyo un gusto por el detalle en esta Soledad y por la observación y por pasar desapercibida. Parece una persona sensible y dada a intentar encontrar relaciones o similitudes entre sucesos que parecen dispares. Seguramente la soledad es su estado final pero esta Soledad no disfrutó del camino recorrido.
ResponderEliminarProfunda entrada Antonio. Un abrazo.
Magnífico, amigo Antonio. ... "para ... siempre". Ese es un bonito "para"
ResponderEliminarPARA 10, ANTONIO. TÚ QUE HAS SIDO CAPAZ DE DESENTRAÑAR UN POCO LA MADEJA
ResponderEliminarMuy buen relato sobre la soledad, querido Antonio. La soledad puede ser terrible cuando no se desea; aunque a veces es necesaria, pero si la elegimos nosotros, no si se nos impone.
ResponderEliminarUno se puede sentir solo en mitad de una multitud; y es que la soledad tiene muchas caras, tantas como las de las acertadas y bellas ilustraciones de Victor Nizovtsev con las que has arropado tu magnífico trabajo: la soledad, cuando más dura es, solemos esconderla tras una máscara de falsa felicidad. Así de complejos o de simples somos las personas.
Un abrazo y feliz fin de semana.
Una soledad plena por deseada, pero que tampoco le proporcionaba la felicidad.
ResponderEliminarLa ataraxia mal entendida o comprendida puede desembocar en la soledad o en la incomunicación.
ResponderEliminarTu relato me ha fascinado, Antonio, por muchas razones que no vienen al caso, pero es realmente una verdadera joyita y una magistral fotografía de la incomunicación (yo no lo veo tanto como de la soledad).
Mi aplauso y un enorme abrazo, querido amigo.
Mi sincera felicitación por una entrada tan admirable.
ResponderEliminarUn gran relato, querido Antonio.
Un beso grande.
Buen relato y mejores imágenes Antonio, de la soledad, creo que es el pago a nuestra libertad, todos los que conozco que disfrutan de la libertad, acaban pagando con soledad, tal vez es falta de equilibrio en la vida, tal vez y por poner un ejemplo, el tener un hijo es suficiente para dar sentido a tu vida y no aburrirte.
ResponderEliminarUn abrazo
Enhorabuena por este texto.
ResponderEliminarSaludos.
Una mujer compleja y observadora. Y parece que poco a poco se ha ido acomodando y haciendo su mundo. Sola sí, pero cerca de la gente. Y de observarlas vive más para ellas que para si misma.
ResponderEliminarGran escritor y gran maestro. Tú.
Bicos, querido amigo.
ResponderEliminarEscucha el silencio del poeta al pronuncia sus versos,
Escucha el silencio de los sentimientos al decir te quiero,
Escucha el silencio de la aurora al besar las cumbres del olvido,
Escucha el silencio del rocío al acariciar los pétalos del pensamiento.
Escucha, el silencio del teclado creando sueños imaginarios antes de quedarse dormido…
Escucha en silencio las rimas de las palabras que han sido pensadas para ti.
Un abrazo y feliz fin de semana estimado amigo Antonio!!
Atte.
María Del Carmen
La soledad es buena compañía cuando se la conoce a cabalidad y es aceptada en su total desnudez.
ResponderEliminarQué descripción tan estupenda hiciste Antonio. Es un gusto leer y dejarse llevar por la fantasía de tantas metáforas y prosas.
Un feliz domingo querido amigo.
Es difícil llegar a comprenderse a uno mismo, tanto que a veces no sabemos ni lo que queremos. Nunca se está solo; o por lo menos no literalemente porque cuando se está en soledad te encuentras acompañado por ti mismo, lo cual no es sencillo. La cabeza empieza a bullir como una olla a presión dando vueltas a ideas esperpénticas que te hacen desear estar con otras personas, distrarte de la soledad con uno mismo. Esto no quiere decir que siempre deseemos estar acompañados porque es posible que rodeados de personas también nos encontremos solos e incomprendidos. Con un par de personas con las que conversar es suficiente. A veces esas personas, si son amigos, dicen que lo que queremos oir o es posible que nos desvelen rasgos ocultos que nunca habíamos llegado a captar de nosotros mismos. La soledad, por tanto, es una sensación, un deseo que materializamos en nuestro interior, en nuestro raciocinio y no tiene que ver nada con la presencia o no de personas a nuestro alrededor.
ResponderEliminarUn saludo
Una vez mas mi admiración a tus letras. a Tú talento, a Tú magia.
ResponderEliminarLas fotos mas que bellasssss.
Besos