SEGÚN LA SOLEDAD
Antonio
Campillo Ruiz
Akzhana Abdalieva
Aquella noche, como
muchas otras, debieron quedarse en casa a pesar de tener adquiridas unas
entradas para platea, séptima fila, del teatro. La obra que representaban era
clásica y dramática. Suponía una contrariedad porque según la soledad en la que
ella se encontraba, disfrutar de una buena interpretación dramática sería como
la fuerte respiración de una ballena. Necesitaba un inmenso suspiro de
tranquilidad. Nunca comprendía cómo soportaba estos repentinos reveses que
tanto la contrariaban. No preguntó los motivos que provocaban aquella repentina
decisión, ¿para qué? Siempre estaban relacionados con el cansancio o estado de
ánimo de él, acostumbrado a realizar en cada momento aquello que,
supuestamente, mejoraba sus relaciones con ella. ¡Un fastidio! Ni mejoraban
nada ni ayudaban a nada. Marchó a su habitación y empezó a desnudarse con
lentitud. Se miraba en los grandes espejos de un armario y su observación se
fue haciendo cada vez más cuidadosa. No, no era la misma. Sus largos brazos,
aunque no deformados, no poseían aquella tersura que siempre le había gustado.
Al desprenderse de la fina camisa de seda, lo hizo con
voluptuosidad, dejando aparecer sus pechos mortificados por aquella prenda que
los realzaba, Se gustó. Siempre le habían gustado sus pechos. Con igual
lentitud soltó el cierre de aquella prenda y sus pechos quedaron sueltos. Se
observó con lentitud. No, no era la misma. Aunque guardaban parte de la
esbeltez que había sido una seña de identidad, ya no poseían aquel desafío que
entusiasmaba a los chicos cuando la miraban con deseo en la playa, luciendo
aquellos atrevidos bikinis con desenvoltura. Se sentó en la cama y derramó unas
solitarias lágrimas. Todo se lo había ofrecido a él, entre desagradables trabajos
en la casa, el lento paso del tiempo y noches nunca disfrutadas, como la de
aquel mismo día. ¿Qué pensaría él? A veces, según la soledad en la que se
encontraba, dejaba la mente vagar sin medida y pensaba si sus desplantes, sus
dolores, que ella creía inexistentes, sus cansancios, eran fingidos porque
había percibido un leve descenso en el deseo de uno por el otro, aunque ella,
siempre más desinhibida que él, conducía los encuentros placenteros con habilidad.
Incluso llegó a pensar en la posibilidad de que otra mujer se hubiese cruzado
en sus vidas y él estuviese entusiasmado con esa otra. Se tendió boca arriba
con el torso desnudo y pensó en estas locas deducciones y preguntas que se
hacía según la soledad en la que se encontraba cuando se encontraba pensando.
Cerró los ojos y dejó, otra vez, vagar su mente sin freno. No, no era posible
tal hecho. Después de las décadas que convivían juntos, ¿quién iba a escuchar
de él ese largo período de su vida y soportar los dolores imaginarios, la
anulación de salidas con tanta frecuencia, sus cansancios…? ¿Alguien le podría
querer tanto como para dedicar la mucha
o poca juventud que le quedase por vivir para cuidarle, siempre cuidarle? No,
estaba convencida que sólo en determinados momentos era soportable la convivencia
con él. Al deseo le ocurría lo mismo que a sus pechos: era compatible con el
tiempo pero no fogoso. Sin embargo, ella lo amaba y él a ella, estaba segura.
Habían empezado a desbrozar el nuevo camino que, desafiante y sintiendo el
cansancio de la vida, les llevaría inexorablemente hacia la nada. Pero, iban
juntos, de la mano, con sus pequeñas virtudes y muchos defectos. Él lo sabía y
junto a ella, con su fuerte personalidad, se sentía amparado. Ella, según la
soledad en la que se encontrase, a veces, cometía pequeños deslices pensando en
un pasado que nunca regresaría y en un aspecto físico que debía ser igual de
admirado que aquel día de principio de verano, en el que se conocieron y se
enamoraron. Había comprado para la ocasión, el día
anterior, aquella ropa que se estaba quitando y fue colocando todas las prendas
en los mismos paquetes y bolsas, con cuidado, suavemente. Seguro que en otra
ocasión podría disfrutar de su tacto y bellos colores. Se colocó una bata de
casa y con una sonrisa de felicidad salió al salón y sentándose junto a él se
arrebujó en sus brazos y le beso suavemente en la mejilla. Él pasó un brazo por
los hombros de ella y la atrajo suavemente hacia su pecho.
Antonio Campillo Ruiz
Akzhana Abdalieva
SOLEDAD DE MUJER, ¿ SINO O.....SEGÚN?.
ResponderEliminarSEGURO QUE SEGÚN, SEGÚN EL DÍA, LA HORA, LA MUJER... EL AGUANTE..
MUY BONITO, ANTONIO.
Cambiamos físicamente, cambian nuestras motivaciones, cambia el sentido de la relación, las apetencias, pero todo puede ser reconducido para bien. Lo que no entiendo es la soledad en la pareja, pienso que solamente es el fruto de la falta de sinceridad, del dialogo, de la falta sincera de comunicación, aunque nunca es culpa de una sola parte.
ResponderEliminarLos años pasan y nunca se podrá recuperar el pasado.
ResponderEliminarLo importante es seguir caminando juntos y comprenderse, aunque algunas veces, inevitablemente, existan momentos de soledad.
Mantener la ilusión ayuda.
Precioso escrito
Un abrazo bien fuerte, querido Antonio..
Al decir de José Ingenieros (gran pensador) " La rutina es el hábito de renunciar a pensar."
ResponderEliminar"ES EL HÁBITO...." (palabra que me da escalofríos) ...y pienso que de alguna manera, si no se calibra delicadamente, ella puede llegar a ser la tumba del amor, máxime cuando la pasión no es tal, sino rutinaria: otra especie de "hábito".........
Excelente artículo, conmovedor, triste y totalmente real. Un saludo afectuoso.
Ay, amigo Antonio, ay. me quedo y te "robo" esté corte: "Habían empezado a desbrozar el nuevo camino que, desafiante y sintiendo el cansancio de la vida, les llevaría inexorablemente hacia la nada"
ResponderEliminarMujeres, supermujeres diría yo, son capaces de pasar de la decepción a una sonrisa para ellos,para los que tienen al lado y ellos, a parte de la rutina por los años vividos en compañía, algo más podían hacer, en algunos casos bastaría con que fueran consecuentes con lo hablado. Son egoístas y no ven más allá.
ResponderEliminarCreo que las mujeres de las nuevas generaciones no van a aguantar tanto.
Un abrazo Antonio
En la vida de toda pareja existen distintos tiempos y dentro de cada uno de ellos distintas viviencias. Lo importante es saber disfrutar de cada uno de ellos con la comprensión y la tolerancia que da el amor auténtico, y el de tu protagonista, querido Antonio, lo es.
ResponderEliminarUn abrazo
Es increíble cómo te metes en la piel y sacas del alma femenina todo lo que aguarda. Reflexiones que hace ella sobre el paso del tiempo al ver cómo su marido ya no tiene el interés que tenía. Pero esto es normal en una relación que dura. La pasión ha dado paso a otro tipo de relación no menos interesante, pudiera ser así, pero en este caso parece que no es así puesto que se han dado cuenta que van camino de la nada. El final es ambiguo.
ResponderEliminarBesicos,querido Antonio.
Es una joyita este cuento. Meditativo sobre el paso del tiempo (tempus fugit), se mete en el alma femenina, aunque igual debe responder la de un hombre ante el implacable paso del tiempo y el envejecimiento. Lo que me ha gustado mucho es ese final lleno de ternura.
ResponderEliminarUn beso, querido Antonio.
Todo que se passa com um casal depende dos dois, não somente de uma das partes.
ResponderEliminarPrecioso conto... e bonitas ilustrações!
Beijo.
El matrimonio es como una flor que se va marchitando poco a poco, Antonio.
ResponderEliminarQué bien escribes y expresas el paso del tiempo tanto en el aspectomfísico como en el sentimental y emotivo.
Eres grande hasta para hacer sentir femeninamente.
ResponderEliminarEs que me encantas.
Besos