COMANDANTE
FIDEL CASTRO
Antonio Campillo Ruiz
“Cuando un pueblo enérgico y viril llora,
la injusticia tiembla.”
Fidel Castro
Conocí
personalmente a Fidel Castro durante el primer viaje del Aula Navegante de
Estudios Iberoamericanos. El “J.J. Sister”, rebautizado “Guanahani”, fondeó en
la isla de la que copio su nuevo nombre, en las Bahamas, la madrugada del día 12 de octubre, como primera escala, tal
cual hizo Cristóbal Colón en su primer
viaje al Nuevo Mundo. De allí partió hacia su segunda escala, La Habana. Un
revuelo de intranquilidad se apoderó de oficiales y marinos cuando, al llegar a
las aguas territoriales de Cuba, aparatos de medida, navegación vía satélite y electrónicos se volvieron un poco locos, indicando parámetros
contrapuestos. Sí, se trataba de los satélites que EE.UU. mantiene, en lugar geoestacionario, sobre la Isla para provocar todo
tipo de interferencias electromagnéticas. Capitán y oficiales de a bordo buscaron
con nerviosismo las cartas de navegación sobre papel y trazaron nuevamente el
rumbo, lento, cuidadoso por los peligrosos cayos y arrecifes. El viaje se
alargó dos horas, tiempo que esperó Fidel Castro, todo su gobierno, altos
cargos de la nación y una nube de pioneros en el muelle donde atracaría. De
pie, con la paciencia que caracteriza a un amigo que espera dar un abrazo a
quien llega desde lejos.
Fue
el primer gesto que honró a un Jefe de Gobierno ante un hecho realizado con la
intención de provocar daño a todo aquel que manifestase el cariño de acercarse
a saludar a un cubano, a un pueblo aislado por la intransigencia de los “dueños”
del mundo.
Al
desembarcar, ante la multitud de cubanos y un recibimiento tan cálido como el
carácter del pueblo, entre unos y otros, casi sin darme cuenta me encontré ante
un pequeño gigante rígidamente vestido por su impenitente traje militar de color
verde oliva, Fidel Castro. Alto, majestuoso y dando la mano o un abrazo, uno a
uno, a todos los que llegábamos de su otra Patria. Al apretar su mano y dar una
palmada a su espalda, él repitió el gesto y sería una veleidad tratar de
expresar en este momento el aurea que le envolvía y la sensación de amistad,
bondad y camaradería que le rodeaba. Inaudito. Inusual su campechanería y
sonrisas a unos y otros. Profesores y alumnos, sin dejar uno, con la paciencia
de su larga espera, fueron saludados y amablemente recibidos por Fidel y todo
su gobierno. Los pioneros ponían la nota de color con sus rojos pañuelos al
cuello e intercambio de preguntas y jolgorio. Acabados los saludos, todavía
Fidel estaba mirando hacia el barco. Solícitamente, el Jefe de la expedición le
preguntó qué esperaba, a lo que respondió: “…
espero a la tripulación, ellos también han venido con ustedes, es más les han
traído a ustedes ¿no?” Con
rapidez y agitadamente el capitán dio orden de que bajasen todos los marinos
del barco excepto los que estaban de guardia. Fidel insistió diciendo: “…
no capitán, estos soldados y marinos hermanos cuidarán de su barco pero sus
marinos se vienen con nosotros, son hermanos iguales que usted”. Bajó toda la
tripulación, los saludó cordialmente uno a uno y en los transportes habilitados
nos trasladaron a todos a la residencia oficial del gobierno en La Habana. En
los grandes y parcos salones plenos de grandes plantas tropicales creciendo en
su suelo original, se había preparado un gran banquete de bienvenida que
contenía desde un pote tradicional de habichuelas hasta las barricas de viejo
ron y puros de todo tipo de fabricación propia. Sus diseñadores no pretendieron
agasajar apabullando con manjares sino exponer todas las tradiciones de un
pueblo que fue colonia española y en el que perduraban tradiciones culinarias
bien conocidas por quienes estuvieron, en otra época, allí. Nadie se atrevía a
tocar nada de las mesas porque observarlas era tan bello plásticamente como
importante para su estudio antropológico. Fidel empujaba con los brazos
abiertos a todos hacia la imperiosa curiosidad de apreciar tales alimentos y en
pocos segundos una fiesta espontánea, una alegría curiosa y compartida se apoderó
de todos, incluyendo a los importantes hombres y mujeres del Gobierno.
A la
sazón, Paco, un compañero que llevaba un cuadro para el Museo de Arte Moderno
de la Habana como regalo del Ayuntamiento de Granada, cargaba con él ayudado
por mis brazos, ya cansados. Fidel nos invitó a entrar a una habitación y, con
el Ministro de Deportes y Cultura, Alberto Juantorena, el campeón olímpico de
400 y 800 m. lisos en Montreal, 1976, nos sentamos los cuatro en el recinto.
Tuvimos una charla tan agradable como importante acerca de la pintura, del
viaje, de la necesidad de la enseñanza y del saber, del buen ron y del tabaco.
Fidel, introduciendo su mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacó dos
Cohibas y nos lo ofreció a Paco y a mí. Otro lo preparó para él. Con el gusto
de compartir hasta lo que fue su símbolo durante los años de la guerra contra
Batista, encendimos los puros y seguimos hablando por más de media hora.
Requerido por la marabunta en la que se había convertido aquella improvisada
fiesta, Fidel se despidió de mí como si desde siempre hubiésemos estado
hablando, siendo, que le tuve que explicar dónde estaba Murcia y en qué
rinconcito le esperaría para enseñarle una agricultura muy rentable y bien
estructurada, de la que estuvimos hablando con gran interés por su parte, y un
mar interior que le gustaría. Al salir a los salones nos abuchearon por
secuestrarle tanto tiempo y la satisfacción de Paco y mía fue mayor. Probamos
un ron que los compañeros habían rescatado de sus cien años de crianza y terminamos
de fumar el Cohiba. Nos integramos a la fiesta y a altas horas de la madrugada,
por las silenciosas y oscuras calles de una Habana durmiente, iluminadas por
débiles lámparas de gas con su nerviosa llama flameando al viento, caminamos
conociendo sombras y rincones peculiares, desde la residencia hasta el muelle.
Durante el trayecto noté cómo la humedad caribeña, los excesos de comida y
bebida y, especialmente, el humo de aquel inmenso cigarro, iban haciendo mella en
mis bronquios y una tos cada vez más impertinente fue apareciendo. Al día
siguiente, con los estudiantes de Historia del Arte, Birkin, Antonio y
Raúl, salimos hacia la Bodeguita del Medio y todo un gran paseo con tropezones
de mojitos y daiquiris, a la vez que mis bronquios se transformaban en unas débiles láminas que se
agitaban paso a paso. Fue igual. Seguimos hasta el final pero… pero… ¡Ay! Con
la promesa expresa de que jamás, jamás, volvería a tener un malestar como aquel
por fumar. Y hasta hoy. Así fue y será hasta que nos veamos otra vez en las
Pléyades, amigo Fidel: hiciste que dejase de fumar en la Isla con aquel cigarro, a pesar de ser productora
exquisita de tabaco de la mejor calidad y amorosamente liado.
Después,
otras dos veces he tenido el honor de estar juntos por otros motivos. Podremos
hablar de palabras como Estado, prisión, imperialismo palurdo, Guantánamo,
guetos en playas de Miami, sociedad occidental, democrácia, libertad... lo haremos… pero ha
sido un honor poder hablar y planificar diversos aspectos provechosos para la
Isla con el último rebelde con causa, por su inmensa comprensión hacia todos y
para todos los compañeros y hermanos, como llamaba siempre a las personas, sus
conciudadanos. Siempre recordando la anécdota y siempre explicándote dónde
estaba y cuándo vendrías a Murcia… Tu Revolución, Fidel, te ha absorbido la
vida que has dedicado a una sociedad diferente y muy desconocida por el resto
de ciudadanos de este mundo que sí, ha cambiado porque ya ha habido un Presidente
negro en la Casa Blanca a la vez que un Papa latinoamericano, como predijiste.
Antonio Campillo Ruiz
Bonito y encendido homenaje, querido maestro, a un hombre que solo la historia y el tiempo, sabrá juzgarlo en su verdadera magnitud, humana, social y política.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte, amigo y, ah, eres una caja de sorpresas ... interesantes sorpresas
Amigo Antonio, después de leer tu post, me quedo con tantas dudas como seguramente tu también las tuvistes en la visita al líder Cubano, pero la cercanía que se percibe ante una persona de un régimen de izquierdas y que bien describes, no es igual que si fuera uno de derechas, esa es la diferencia, la izquierda acoge a la persona, la derecha se sirve de ella.
ResponderEliminarUn abrazo de izquierdas
No sabía yo estas cosas de usted Don Antonio.
ResponderEliminarCuba resistirá ya que los cubanos han aprendido a pensar, cosa que no es muy normal en el resto del mundo.
Un abrazo