EL
BASTÓN
Antonio Campillo Ruiz
Le moulin de la galette, 1876.
Musée d’Orsay
Auguste Renoir
Hasta
el mediodía, Antonio no percibió que cuando puso un pie en el suelo desde su
cama, muy temprano, iba a cometer tal cantidad de travesuras. Se detuvo y,
mirando fijamente al infinito cielo azul, trató de obtener una explicación a
los actos que estaba realizando sin ningún recato ni arrepentimiento. Los
relacionó con el pequeño repaso que había dado la noche anterior a dos
películas clásicas. Sí, era posible. “Veamos
– se dijo – proyecté en la computadora “El testamento del Dr. Cordelier” de Jean Renoir,
1959, excelente película francesa realizada
por el hijo de otro gran artista, Auguste Renoir, el
gran pintor impresionista, que está basada en la novela "The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr.
Hyde" de Robert Louis Stevenson. Y, “Toute une vie” de
Claude Lelouch, 1974, bien diferente pero también un cine
francés en estado de gracia”.
Pues
no, Antonio no encontraba razón para su comportamiento sino en la primera de
las películas que había estudiado. ¡Claro! ¿Cómo no? Jean-Louis Barrault, su protagonista, durante
su transformación en Mr. Hyde, Opal en la película,
interpreta uno de los mejores papeles de la historia del cine y en ella, ¿cómo
no?, Jean Renoir actúa en una
interpretación secundaria, también muy convincente. La utilización del bastón, como
en la película, las travesuras que pensaba, realizaba y sus posteriores risas, su comportamiento inusual,
se debía a esta “copia malévola” pero muy edulcorada, claro, sin el antagonismo
planteado en el aleccionador guion entre el bien y el mal. La diferencia entre
su actitud y la que Opal llevaba a cabo eran muy diferentes excepto en el bastón
como elemento común. No resultó nadie lastimado sino, posiblemente, en la
credulidad de los protagonistas.
Antonio
había cogido al salir de casa un bastón para, sin necesitarlo, pasear y moverlo
como le había hacía mucho tiempo. Su blanca cabellera rala y larga, su
larguirucho aspecto serio y su forma de caminar hicieron que, durante el
trayecto hasta uno de los medios de locomoción de la gran ciudad, idease una
sobreactuación que podría utilizarla para observar a caminantes y vecinos de
viaje. Para ello debía de cimbrear el bastón con la alegría y, si era posible elegancia, como le había enseñado su abuelo. Siempre le decía:
-
Nene,
el bastón debe tener una empuñadura bella y práctica. Si es posible debe poseer
un punto de apoyo para el dedo índice y otro para el pulgar, de tal manera que,
empujando con el pulgar y recibiendo el bastón en movimiento con el índice se
eleve no más de 45º con respecto al plano del suelo. Ese es el ángulo. Si se
eleva más es descarado y si lo hace menos parece que se necesita como tercera
pierna.
Realizando el paseo, en alguno de los pasos de peatones ralentizaba su caminar
apoyado en el bastón hasta que, en varias ocasiones, caminantes anónimos le
cogían del bazo y le ayudaban, a pesar de sus protestas, en el cruce. Ni qué
decir de la entrada al medio de locomoción. ¡Apoteósica! Hasta cuatro personas,
mujeres y hombres, se levantaron para dejarle el asiento al “señor del bastón”,
posible traumatizado muscular, óseo o inválido. En ningún caso acogió su
ofrecimiento sintiendo cómo los vecinos de viaje le miraban entre admirados y
sorprendidos, tanto por su tenacidad como por su fortaleza. Al terminar su trayecto,
su caminar era admirable y, patilargo como era, cimbreaba en el aire su bastón
ante las miradas extrañas de quienes le habían tratado de ayudar, pese a él. La
última “maldad” la realizó cuando, en otro medio de locomoción, encontró a un
grupo de mozalbetes que ocupaban seis asientos. Antonio Pasó desapercibido y
todos siguieron con sus bromas. Toco a uno de ellos en la pierna con el bastón
y también con él, señaló el cartel, que sobre el asiento asignaba al mismo a
personas minusválida. El muchacho volvió la cabeza y al leer el cartel se
levantó inmediatamente cediendo su lugar. Su interpretación se acercó mucho a
la de Louis
Barrault.
Ahí se acabaron los juegos. Fue la última "malicia" que realizó.
Comprendió que los jóvenes no han experimentado el dolor ni saben de él.
Fue
entonces cuando percibió que la amabilidad, la bondad y el ánimo de ayuda entre
los humanos es inmenso. Creyó comprender una necesidad de ayudar a quienes lo
necesitan que une entre sí, con fuerza, a personas que sin conocerse, hablarse
ni tan siquiera percibirse cuando se miran, ayudan a quien lo necesita
sintiendo una especial atención por los más desfavorecidos. Este es el
resultado de una evolución positiva de los humanos comprensivos, libres y con
espíritu social. Aquel bastón, de empuñadura de bronce fundida a la cera
perdida, único y con tallas de oro retocadas con precisión a mano, palo de
madera de ébano y punta retocada pulcramente con adorno también de bronce, le
enseño que el engaño, aun perteneciendo a un ensayo, broma o estudio del
comportamiento humano, es innecesario y perjudicial para la honra y buen hacer
de quienes son personas buenas por naturaleza. Su ensayo y divertimento lo dio
por acabado inmediatamente.
Antonio Campillo Ruiz
¡ATENCIÓN!
Las reservas de la propiedad intelectual permiten
únicamente la exhibición de determinadas secuencias de la película “El
testamento del Dr. Cordelier” de Jean Renoir, 1959. Sin embargo, la consecución
de secuencias permite apreciar la transformación, de Cordelier en Hayd (Opal), en idioma alemán y, posteriormente,
si el lector espera unos segundos podrá visionar la escena en la que la maldad
trata de imponerse, en idioma francés original.
Antonio ... eres genial. Me quedo con ... "Fue entonces cuando percibió que la amabilidad, la bondad y el ánimo de ayuda entre los humanos es inmenso".
ResponderEliminarUn abrazo fuerte, amigo y maestro.
Así creo que es, mi gran amigo Enrique. Los seres humanos no somos como algunos se muestran y, además, lo difunden. Somos per se honrados, justos, receptores de la debilidad de los demás y ayudan, ayudan y lo dan todo. Eso es tener un honor y una humanidad que nos diferencia de los soberbios, los prepotentes y del deshonor. UN gran abrazo, Enrique.
EliminarSólo por mostrarnos el elegante malabar con la empuñadura del bastón, ya te felicito.
ResponderEliminarTambién por el máster del abuelo. No creo que a nadie más se le ocurriría explicar ese cimbreo en clave científica. En cuanto a las "malicias" me has hecho pensar en el futuro. Yo me dejaría querer, que me cogieran del brazo y me cruzaran la calle...
Mi gran amiga Anamaría, un divertimento, una experiencia "malsana" pero, como dices, realizada con amor y respeto, "dejándonos querer"... Esa es la clave de una comunicación que se traduce en recuerdos de infancia, juventud y de aceptación de una realidad que es cada día más sorprendente, sin rabietas por la piel arrugada, sin conceder al paso del tiempo nada que no sea íntimo, vivido, feliz. Aprender estas mínimas particularidades siendo joven me parecieron inútiles hasta escribir esta pequeña anécdota. Ahora empiezo, muy lentamente, a comprender a aquellas personas mayores que nos decían lo que más le agradaba y nos lo enseñaban. Un abrazo, Anamaría.
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