LA
MUÑECA DE TRAPO
Antonio Campillo Ruiz
El
tañido de las campanas anunciaba El Ángelus. Desde su lugar de paseo habitual,
torres y atalayas dibujaban una línea
del cielo atractiva, serena y plena de historia. Las personas iban y venían prestamente
en todas direcciones y, la plaza, rodeada de plantas, se diluía para todos tan
rauda como los propios caminantes. Envidiaba a quienes poseían la tranquilidad de
poder caminar durante el día hacia diversos lugares sin orden. Sus pasos debían
de ser precisos, sólo los podía materializar durante las noches. Sus
actuaciones, sempre distintas, parecían repetirse. Sabía que no era así y,
además, procuraba que jamás fuese de esta forma. Los espectadores merecían
pasos únicos cada día.
Debía
ejercitar la elasticidad de sus extremidades para cambiar, siempre que fuese posible,
junto a un acorde musical, esa figura que era inédita, esos brazos arqueados,
ese talle cimbreante y al que debía proporcionar movimientos tan elásticos como
seductores. Sabía que no era apropiado y más de una vez suponía una pequeña
disputa con el coreógrafo pero merecía la pena. Sin saberlo, el público había
asistido a un movimiento muy personal y recién inventado. Su satisfacción era
plena cuando, en alguna actuación se repetían inusitados cambios de movimientos
que eran advertidos por los expertos visitantes, asiduos cazadores de su especial
forma de interpretación. Era frecuente que, posteriormente, criticaran su
iniciativa, exaltando su pulcritud y perfecta sincronización con la música y,
algunas veces, incluso con la letra de una canción.
La
línea del cielo interpretaba cada mañana para ella unos movimientos propios,
dignos de una sincronía entre todos los elementos que la componían. Era posible
que de esta abstraída observación hubiese surgido esa pequeña manía suya de
cambiar, de reformar, de no repetir. La quietud la hacía sentirse limitada y,
en muchas ocasiones, similar a una muñeca rígida y seria. Quería ser una muñeca
de trapo, deformable y recompuesta al instante, quería ser una hoja mecida por
el viento que se traslada sin saber el lugar al que llega, quería ser marioneta
que interpretase divertidos cuentos e hiciese reír a los niños, quería viajar en
una caja de cartón, con el viento y en el interior de la maleta de un
cuentacuentos, por los confines de un fin inacabable en el que sus pies dibujasen
en el suelo las notas musicales de la guitarra que la acompañaba.
Antonio Campillo Ruiz
LA MUÑECA DE
TRAPO from Antonio CAMPILLO
RUIZ on Vimeo.
Creo que todo creador, todo artista, sea escritor, pintor , músico, etc nunca se siente totalmente satisfecho con su obra. Seguro que ésta no refleja todo lo que hubiera querido trasmitir...y así tu bailarina cambia cada día esos pasos que nunca le parecen perfectos. Y quiere ser muñeca de trapo, marioneta. Quiere volar con el viento, viajar en una caja de cartón...siempre insatisfecha buscando la perfección que no existe.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por la variedad de textos con que nos obsequias.
Pues sí, supongo que no todo el mundo puede decir con total satisfacción: “Habla…”… como le dijo Miguel Angel Buonarroti a su “Moisés” dándole un martillazo en su pierna desnuda. Sigo suponiendo que todos los artistas se esfuerzan por conseguir una perfección que, para ellos, siempre está por llegar a pesar de los éxitos que cosechen. Así, cada uno piensa y ueña con aquello que le haría feliz en un momento, solo un momento. Muchas gracias y un gran abrazo, Conchita.
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ResponderEliminarTu texto me deja una sensación de tristeza, de insatisfacción de tu personaje. Quizás si focalizara más la atención en la vivencia, en ponerle sentimiento y no tanto en la perfección de la técnica con sus pequeñas innovaciónes se sentiría mejor.
Abrazos
Bien, Myriam, es lo que siente. Podría ser diferente pero percibe que su trabajo debe ser perfecto y que sus sueños se cumplirán cuando deban, ni un minuto antes. Por ello, aunque no quiera su excesiva perfección y trusteza son íntimas amigas de su vida. Un abrazo Myriam.
EliminarPero todo es búsqueda. Constante. Eso creo, luego de leerte. No la abandones.
ResponderEliminarComo tampoco abandones el escribir.
Abrazos.
¡Muchas gracias, querida Alicia María! Tú eres quien no debe dejar jamás de escribir y plasmar en el papel, al igual que esta muchacha su arte, todo aquello que sientes y necesitas compartir con quienes te admiramos y aprendemos de tus versos. Un gran abrazo, Alicia.
EliminarAntonio, buena técnica la de esa bailarina/muñeca. Aparte, claro está, existe el duende, que como saben muy bien los flamencos aparece cuando Al De Arriba se le antoja. También en la danza el duende es algo intangible que no puede adquirirse, no se hereda, y por supuesto nada tiene que ver con contorsionismos ni gimnasia. Consiste en un soplo divino que quien lo tenga amanecerá cada día imaginando coreografías innovadoras, pasos perfectos a costa de machacarse el cuerpo, los huesos, las articulaciones. Buscando -y a veces consiguiendo- la perfección, a base de convertir sus pies en un manojo de apéndices doloridos, todo con la única aspiración de transmitir emociones a quien la vea bailar.
ResponderEliminarCómo megusta comprobar que sabes de duendes y de soplos divinos, de musas y de trabajo. Un trabajo cuasi inhumano, duro, sacrificado y tenaz hasta la extenuación. Un trabajo que va a ir directo a los espectadores, los lectores, los visionarios de algo más que una técnica que cumple unos cánones prefijados: el íntimo amor del artista por la manifestación de su arte. Y, sí, como expresas muy bien, a pesar de romper, desmadejar y deformar un cuerpo que ha nacido para que los demás sientan al verlo desarrollar su maestría. Los artistas, siempre infravalorados, poseen el soplo de los dioses. Un gran agrazo chillao, Anamaría.
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