domingo, 17 de marzo de 2019

ABECEDARIO: P


PATRICIA

Antonio Campillo Ruiz

Michael  Creese 

    Patricia miraba un punto imaginario de la inmensa planicie. En la llanura no crecía un solo árbol. La luz del amanecer cambiaba a un color dorado cuando se reflejaba en los resecos tallos de la pasada cosecha. El silencio se quebraba con el canto de pequeños pájaros que se afanaban en la búsqueda del sustento diario. Era el silencio de la nada. Limpio y audible en su soledad. Como muchas otras, la noche pasada, no había podido conciliar un sueño sereno y reparador. Su mente semejaba un caballo desbocado que corría saltando riscos y quebradas sin poder detenerlo. No quería conocer la causa de esta desazón. Había vuelto al pueblo con la esperanza de infundir a su espíritu la tranquilidad que, cuando niña, sentía al corretear por las empinadas calles con sus amigos. La casa, ocupada por ella sola ya, la trasladaba a sus recuerdos, precisamente lo que querría borrar de su mente.



   Patricia paseaba aquella mañana por caminos no trazados, rompiendo el silencio con el lamento y crujido de los rastrojos al romperse bajo sus pies y abandonados al sol ardiente. Cada paso la obligaba a mirar al suelo y pensar si podía haber pisado en otro lugar. Posiblemente, ese paso indeterminado hubiera podido cambiar el fin pretendido al iniciar el paseo. Siempre pensó que este y no otro era el permanente azote de sus noches. Reiterar una y otra vez aquello que nunca alcanzó o rechazó, como camino a seguir. Ahora, una vez concluido el tramo, soñar como solución plausible el resultado de la elección que no hizo, asumirlo como real y desviar de su vida actual hechos, acontecimientos y reacciones, que habrían afianzado su seguridad, era un remedio vano. Su vida, en mito permanente, no la  atormentaría con tanto poder si alcanzase a entrever cualquier otra forma de aceptar lo sucedido como única solución admisible. Advertía, en muchas ocasiones preocupada, que se había acostumbrado a pensar en su comportamiento ante cualquier hecho real, como si estuviese condicionado por aceptar sucesos que, a pesar de haberse consumado, nunca alcanzaron su propia realidad. Sus infinitos sueños se entremezclaban con frustraciones y estaba convencida de coexistir con una simulación de su propia vida. Sí, esto era lo que percibía al observar la multiplicidad real de sus ficciones.


   Patricia, cuando estaba en la ciudad, trataba en todo momento de predecir cómo debería actuar un paseante con el que se cruzaba. Determinaba así su propio proceder y lo comparaba con otros que cambiarían el devenir de ambos. Este permanente trabajo mental es el que determinaba que su realidad fuese múltiple y la cansaba, la derrotaba mentalmente. Por ello, aquel día, estando con sus amigas, valoró tantas simulaciones posibles como soluciones, no comprendidas, podrían poseer los dimes y diretes cotidianos. Después, tras largos y agradables momentos, no podía distinguir lo sucedido en la realidad de los sueños que derivaban de anécdotas narradas a lo largo de la tarde y derivaba por derroteros inconclusos e inexactos, escapando, a veces, de la realidad y contando hechos diferentes a los descritos en otras ocasiones. Deseaba, con la avaricia de quien posee sed, comprender cómo era posible pensar y sentir en realidades diferentes. Por el contrario, en sus momentos íntimos elegía caminos insospechados que generaban sorpresa y placer. Era tan agradable asombrar desconcertando y conmoviendo que, la pasividad se convertía en agilidad, implacable destructora de la apatía y la dejadez. En esos momentos, sus múltiples desdoblamientos eran los precursores de nuevos sueños que aplicaba en un laborioso despliegue de novedosos senderos no trazados con anterioridad.  

Antonio Campillo Ruiz      



1 comentario:

  1. Ah! los novedosos senderos! Todavía tenemos la suerte de poder recorrer alguno. Cuidado con los fortachones, que se les va la pinza. Se avecinan los bárbaros, como en cualquier periodo de la historia. Gengis Kan no ha muerto! Un abracete!

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