CADA UNO PUEDE AMAR A QUIEN QUIERA
Antonio Campillo Ruiz
Uno de los mineros que asiste al sermón del predicador, ante las palabras que éste pronuncia, pregunta con asombro a otro: “¿Qué es un fornicador?”, a lo que responde el interrogado: “No lo sé, no soy hombre religioso”. Este es un ejemplo de uno de los ingeniosos diálogos de la película “La leyenda de la ciudad sin nombre” de Joshua Logan, 1968. Esta película posee no solo un magnífico guión de Paddy Chayehsky y Alan Jay Lerner, sino también una inimitable banda sonora.
La película es de imposible clasificación ya que no se la puede ubicar en un solo género cinematográfico por tratarse de una comedia-musical-western, en la que cualquiera de sus tres aspectos son inseparables. Conjugados en esos aspectos aparecen bien el cariz del amor, bien el de la moralidad, ora el de la codicia, ora el de la religión, cuando el de la libertad, cuando el del ingenio, y sobrevolando, especialmente, el de la amistad. Una amistad más fuerte que cualquier otro vínculo artificial creado por hombres catequizadores y predicadores de su vacía verdad.
Cuando Elizabeth, Jean Seberg, plantea la convivencia con los dos socios, su marido, Ben Rumson, interpretado por Lee Marvin, y “Pardner” ("Socio”), Clint Eastwood, mantienen un diálogo adecuado al momento de tan ”descabellada” propuesta:
Elizabeth: “… yo estuve casada con un hombre que tenía dos mujeres, ¿por qué una mujer no puede tener dos maridos?...”
Ben Rumson: “… eso digo yo, socio, este es el país del oro. Aún no lo han estropeado las manos del hombre. Los hombres de esta tierra todavía pueden escupir a la civilización. Nadie depende de nadie. Si uno quiere, ama a su prójimo y, si no le da la gana, no. El individuo aquí es diferente: ¡silvestre, humano, libre…! En todos los Estados predican contra eso todos los domingos pero yo no creo que Dios les escuche, ¿sabes por qué? Porque Él está aquí, en la gloriosa California”.
Elizabeth quiere por igual a su marido y a su socio. Viven un “adulterio” pactado y libre. Ben, mucho mayor que su socio “Padner”, sabe que un día volverá a caminar hacia ninguna parte a crear una nueva ciudad, a vivir como siempre lo ha hecho: como una “estrella errante”. No sabe ni quiere detenerse en un lugar para echar raíces, aunque posiblemente su socio sí lo hará y por eso, dejando a un lado el deseo de posesión, comparte el amor por Elizabeth. Lo que sí sabe es que siempre hay algo que lo impulsa a perseguir fatalmente un nuevo destino y no tiene intención de arrastrar a Elizabeth con él.
El amor que sienten ambos personajes por Elizabeth es diferente pero tiene una meta común: ella debe ser feliz y poseer lo que ha ansiado durante tanto tiempo. “Padner”, más idealista y apasionado, representa la paz del amor y Ben, casi cansado de vivir una existencia continuamente cambiante, representa el amor filial y desinteresado tanto por Elizabeth como por “Padner”.
Ben intuye que su despedida es una bendición hacia los hijos que nunca tuvo, igual que presiente que será recordado en el lugar donde ha sido feliz. Su "soledad sonora” le musita al oído que la felicidad de ellos será la libertad suya.
Magnífica película... y las interpretaciones fueron sensacionales...
ResponderEliminarSobre el tema, y aún con la rudeza característica al expresar sus sentimientos... pues que quieres que te diga... los expresaban y eso es mucho... ahora los seres humanos parece que pasamos de puntillas por la vida... hablamos pocas veces desde el corazón... y esto no es bueno...
“La leyenda de la ciudad sin nombre” la he visionado varias veces y es complicado catalogarla ya que tiene dos vertientes bastante dispares…Como musical es bastante pobre, exceptuando la canción “La estrella errante” que parece hecha a medida para la voz de Lee Marvin. Sin embargo, como comedia el film tiene sus buenos momentos, en los que destaca sobre todo la actuación de Lee Marvin quien a mí me pareció de lo mejor de la película.
ResponderEliminarUn saludo.
El adulterio produce heridas indelebles. Se perdonará, puede haber reconciliación y prposito de enmendar los errores. Pero una cosa es cierta, las heridas y las cicatrices que produce el adulterio son para siempre...creo.
ResponderEliminarMás saludos.
Es posible que así sea, apreciado/a Flamenco Rojo. Pero, como siempre... creo que hay un pero... personalmente considero muy diferenciadas dos palabras que aparentemente significan lo mismo: infiel y adultero/a.
ResponderEliminarCreo que las cicatrices graves las produce la infidelidad porque, para mí, significa que interiormente y con premeditación se engaña sin tener un motivo racional. Por el contrario, adúltero/a creo que expresa la ruptura de normas sociales preestablecidas que, casi siempre, coartan, oprimen sentimientos y degradan a quien puede manifestarlos.
Cuando se siente verdaderamente no debe haber arrepentimiento de nada, no es ningún "pecado". Si además, quien pueda estar ligado/a o atado/a al supuesto/a heterodoxo de la sociedad, comprende que lo sentido por la otra persona se debe a una falta de tales sentimientos, sean cuales fuesen sus causas, será el perfecto/a compañero/a.
Una vez conocida la infidelidad o adulterio (diferénciese) el camino a seguir dependerá de cada uno de los que crean que han sido ofendidos.
Por este motivo no he titulado la etiqueta general "La mujer infiel" sino "La mujer adúltera", la que lucha por sus sentimientos con todas sus fuerzas y sin convencionalismos preestablecidos.
Un fuerte saludo y muchas gracias por comentarios tan perspicaces y adecuados.