TRAS LA PUERTA
CERRADA
Antonio
Campillo Ruiz
Edward Ulan
Y se
fue. Desde luego que se fue. Pareciese que, como los veloces atletas preparados
para escuchar el disparo de salida, Juan, al escuchar aquel balbuceante “… si quieres, lo dejamos por un tiempo…” pronunciado por Ana, se levantó como un resorte,
dejó un billete en la mesa, junto a un vaso todavía lleno de la bebida que
había solicitado y cogiendo su abrigo se marchó sin mirar atrás. La cara de Ana
entre sorprendida y perpleja se enrojeció y quedó mirando hacia la salida de
aquel apacible y cómodo salón al que habitualmente se sentaban antes de casi
correr a la casa de Ana, a una sola manzana de distancia. Hacía un año, en ese
mismo lugar, se vieron por primera vez. Una leve mirada se cruzó entre ambos
para, a continuación, otra más profunda, fija, de mutuo interés, hablaba de
sorpresa, de admiración y locura. Juan se había levantado de su silla y
acercándose a Ana le dijo si le permitía sentarse frente a ella para poder
mirarla a los ojos desde más cerca. Ana había quedado muda y asintió con la
cabeza. Estaba tan sorprendida de la actitud de aquel hombre como de ella
misma. Juan ocupó la silla frente a Ana en la misma mesa y no dejaba de mirarla
a los ojos. Ella, entre halagada y desconcertada le miraba cada vez más
conmovida. ¿Cómo era posible que aquel hombre joven hubiese reaccionado de tal
forma ante ella, una señora que, sin conocer su edad, evidenciaba ser mayor que
la de él? Su desconcierto la sobrecogía. Sabía que tenía unos bellos ojos
claros, limpios y muy expresivos pero de ahí a lo que estaba sucediendo mediaba
un abismo difícil de cruzar. Nerviosa ante aquella mirada insistente y profunda
pudo decir con una voz casi inaudible que se llamaba Ana. El hombre dijo con
voz fuerte y segura que él se llamaba Juan. En el instante que escuchó su voz
potente, Ana supo que aquel hombre, a pesar de no haber mirado su cuerpo, a
pesar de querer profundizar y hablar con los ojos, se encontraba atraído por
ella. Ante su propio desconcierto se oyó, extrañada, al oírse decir que su casa se encontraba a una
sola manzana y que podían hablar cómodamente en ella. Juan, nervioso se levantó
al instante y llamando al camarero, abonó las consumiciones y salieron a la
calle.
Edward Ulan
No
intercambiaron ni una palabra durante el tiempo que tardaron en llegar a un
portal con una puerta de madera labrada, muy bella, que Ana abrió. Llegaron en el
ascensor al cuarto piso y Ana volvió a abrir otra puerta de similar estructura a la del portal. Cuando se cerró la puerta tras ellos un abrazo esperado les
fundió hasta sentir dolor uno del otro. Una mirada de deseo, de incontrolada
pasión los envolvió, la imperiosa necesidad de besarse, de conocerse todo el
cuerpo, les llevaba a mordisquear y a mirar con sus profundas miradas todo el
cuerpo del otro, tras la puerta cerrada, sin desvestirse sino a pequeños
zarpazos, fueron descubriendo partes imaginadas pero jamás acariciadas. Cuando
ya era noche cerrada, Juan se despidió hasta el día siguiente, a la misma hora,
en el salón donde se habían conocido. Día tras día, durante un año, se repitió
este ritual al que habían añadido la larga charla cuando se encontraban en el
salón. Jamás hablaron del pasado. Jamás conocieron historias vividas por uno u
otro. Su charla se deslizaba por la senda de un presenta cambiante y veloz. Hasta
que se miraban con intensidad, hasta que sus ojos no dejaban escapar a los que
tenían enfrente. En ese momento, sin mediar palabra, con prisa, salían del
local y caminaban con rapidez hasta la casa de Ana y día tras día, buscando las
novedades que sus cuerpos y sus sentidos les proporcionaban, plenos de deseo, se
solazaban hasta la extenuación. Ana era tan feliz que no resistía su
impaciencia cuando se acercaba la hora del encuentro y siempre se adelantaba a
ella, esperando con impaciencia la llegada de Juan. Cuando le veía, un pequeño
golpe en el pecho le hacía sentir un salto en su corazón. Juan, que siempre era
puntual, miraba su reloj y ella lo tapaba cogiéndole las manos con mucho
cariño.
Edward Ulan
Aquella
nefasta tarde en la que Ana contó a Juan que había visto a su marido, del que
se había separado hacía más de diez años, separada pero no divorciada, que estaba muy avejentado por falta de una compañía que le ayudase
a superar su solitaria vida, que le dijo no poder volver con él a pesar de
quererle como siempre, que como algo extraordinario podría ayudarle
durante las mañanas, acompañarle, ser ella durante un tiempo, que podrían
sentirse pero sin la unión que tuvieron en otro tiempo… Juan, quedó serio, muy
serio y fue entonces cuando ella pronunció aquella fatídica frase: “… si
quieres, lo dejamos por un tiempo …”.
Antonio Campillo Ruiz
Edward Ulan
Antonio, tu relato es minucioso, real y muy bello, hay un amor inmenso que llena a Juan y a Ana, y los momentos felices se atesoran en sus almas como lo más deseado. me gusta mucho tu manera de escribir este relato, pero el final es muy triste, aunque muy propio de muchas mujeres, que dejan escapar su felicidad, para ayudar al ex que ahora está perdido entre las sombras.
ResponderEliminarCon tu entrada, haces un pequeño homenaje a muchas mujeres, que tienen la capacidad de dejar su felicidad, por la compasión de alguien por el qué nada sienten ya, y esto sólo lo hace un alma muy bella.
Un abrazo grande.
Querido Antonio, es justo reconocer que no soy asidua lectora tuya, y ahora leo este relato y quedo gratamente sorprendida por la impecable construcción, un tema cotidiano pero narrado por un buen escritor, se convierte en un placer para el lector. Felicitaciones, amigo del alma, un gusto pasar por aquí!!! Abrazos
ResponderEliminarUn relato muy bonito y muy bien escrito.
ResponderEliminarUna pena que un amor así tenga que terminar.
Enhorabuena. Un abrazo grande.
Sigue siendo un gran placer leer tus artículos, maestro Campillo. El tema de hoy, elñ que nos traes aquí, fluye en la vida real cercana de forma viral. Un abrazo
ResponderEliminarNo por recurrente, el tema de tu relato pierde interés, querido amigo. Al contrario. Creo que has sabido dotar de la personalidad suficiente a tus personajes para escribir un historia tan común y tan diferente a la vez; que, sin duda, despierta el interés del lector.
ResponderEliminarUn abrazo
Antonio, me ha encantado como has enfocado el tema del relato, porque no has caído en el tópico de emplear las palabras amor y desamor...porque no se trata de eso. La pura realidad es la que tú has plasmado con tu habitual maestría éste relato.Me ha encantado y tenía que decírtelo... porque de lo que se trata es de pasión y compasión....y no lo has contaminado enfocándolo como un problema de "amores"
ResponderEliminarUn beso grande, Antonio.
Un relato muy atrayente, como esas miradas, como la pasión de lo desconocido y el desinterés por el pasado. Una historia breve pero intensa y muy viva.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Antonio, y los cuadros también, tienen tanta magia como tu escrito.
Un gran abrazo amigo.
¡Ay! Ese “si quieres lo dejamos por un tiempo”, cuantos estragos no habrá hecho. A veces la intención puede que sólo sea echarle un pulso al otro, otras, la creencia equivocada de un exceso de poder sobre la pareja, quizá la necesidad de escucharle suplicar un “Ne me quitte pas. Aunque solo me dejes ser la sombra de tu perro” parodiando a Dostoievski (haz de mí tu cosa, tu perro).
ResponderEliminarPero nadie que lanza ese órdago espera oírle decir al otro un demoledor: “¡Ah! Pues muy bien. Hasta otra”.
Como recordarás, querido amigo, algo así le pasó a Pinochet en 1989 cuando en su delirio de Poder accedió a convocar un Plebiscito que tenía la absoluta seguridad de ganar. Y lo perdió.