LUISA
Antonio Campillo Ruiz
Phoebe Anna Traquair
Luisa
abrazó a la anciana señora y un atisbo de su bondad interior fluyó a su cara.
Se apreció un leve rubor cuando, con la naturalidad de los años, aquella le
dijo que era muy buena moza y muy guapa. Nunca se había considerado bella
aunque siempre sentía una especial tendencia a presentarse donde fuese con la
dignidad, arreglo y buena presencia de ánimo para no pasar indiferente fuese
cual fuese el momento y las personas con las que convivía o conocía. Los
huesudos dedos de la señora la cogieron con la dulzura que podían y paseó con
ella por la agradable alameda del camino que conducía a la casa, clavada en
medio de aquel jardín mitad explotado para las necesidades gastronómicas, mitad
para recreo y bienestar de los sentidos. Estaba allí porque creía que ya había
transcurrido el tiempo suficiente para conocer a la familia de aquel muchacho
al que amaba con la pasión incontrolada de sus veinte años.
Phoebe Anna Traquair
Luisa,
siempre había tenido una potente tendencia a disfrutar de la Naturaleza,
especialmente de los lugares arbolados en los que el sonido del aire componía
con las hojas verdes, mecidas con fuerza, una sinfonía interpretada por miles
de instrumentos que elevaban el alma y se paralizaba el pensamiento. Al rozar
la corteza de un árbol, sus ramas, las puntas de sus dedos percibían las mínimas
alteraciones, las cicatrices que animales o enfermedades propias de la especie
poseían y orgullosamente persistían por siempre. Se disfrazaba con ellas y las
incluía en su vida, en su ser. Siempre había creído que la vida de las plantas
era tan intensa como la suya propia, que sus pensamientos, guardados no sabía
dónde, permitían a las plantas dirigir su crecimiento siguiendo unas escondidas
órdenes que conformaban su complejo y esbelto manto de follaje. Y, con ese
escondido y desconocido lugar donde se encuentran los sentimientos de los
árboles, de las plantas, hablaba frecuentemente. Les contaba, con machacona
persistencia, su opinión acerca de una novela que había leído, de su corretear
en la vida y, muy especialmente, les llevaba noticias de otros lugares que no
podían apreciar porque no se movían del mínimo espacio en el que habían
arraigado y crecido. Esto era muy doloroso para ella. Sus amigas nunca se
movían y nunca apreciaban la belleza, los colores de otros espacios ni la
sensación de velocidad, percepciones muy agradables y necesarias para ella. Se
entristecía cuando pensaba o hablaba con aquellos árboles y plantas de
cualquier especie, bellas, perfectas en sus espigadas semillas que se
transforman en otras plantas y que ella apreciaba tanto que todos los días las
visitaba.
Phoebe Anna Traquair
Luisa
conoció un día que las hojas de papel de los libros estaban confeccionadas con
la materia de los árboles y se entristeció mucho. A la vez, comprendió por qué
le agradaba tanto el tacto de las hojas de papel y por qué sólo le gustaba leer
libros confeccionados con él. Eran parte de los árboles, de las plantas, de los
seres entre los que gustaba rozarse con la suavidad que lo hacen las gotas de
agua del mar al zambullirte entre ellas. Cuando morían, su eterna vida
posterior consistía en pasar a ser el soporte de la imaginación, de las
palabras, de miles de millones de frases que, como las estrellas, llenaban un
espacio negro y vacío convirtiéndolo en el maravilloso universo de la fantasía,
la ilusión y los pensamientos personales que engendran el mundo de la
creatividad, utópica o real pero siempre clarividente. Aquel día, la
Naturaleza, aquella señora tan anciana y tan amorosa, los árboles de la alameda
y su mente confluyeron en un maremágnum de sensaciones que la transportó hasta
el inicio de su amor y la causa de sentirlo: su pasión por la vida, la
imaginación y la aguda quimera del pensamiento.
Antonio Campillo Ruiz
Phoebe Anna Traquair
Es importante que se visualice el vídeo a plena
pantalla.
Que el año que empieza, este 2018, cumpla todos tus sueños.
ResponderEliminarUn beso
¡Te deseo, al igual que tú a mí, querida amiga Carmen, que este año 2018 sea para ti productivo, dichoso y feliz! Es un deseo cuasi innecesario puesto que mereces un bienestar acorde con tu interés y amor por tu tierra, amigos y personas en general que te admiramos. Un gran abrazo, querida Carmen.
EliminarA lo largo del relato he podido seguir los pasos de Luisa. Ensimismada,soñadora, mimetizándose con los árboles que la envuelven. Robles, olivos, pinos... Hasta he podido sentir su aroma y oír el suave murmullo del balanceo de sus ramas, mientras iba avanzando en mi mente, y quizás en mi deseo, un final que no se ha dado. Así que habiendo disfrutado de tu texto, permíteme que en mi imaginario sea otro su desenlace.
ResponderEliminarGracias siempre.
Pues me alegro de que haya sido tan rica tu lectura como para haber soñado y sentido otro final que es tuyo, sólo tuyo. Si su nacimiento ha tenido lugar en función de la lectura general, el hecho de crear otras partes del mismo texto implica una introducción tan personal que es muy importante que los lectores aprecien esta posibilidad que, para mí, es fundamental. Eres una fascinante inventora. Un gran abrazo, querida amiga Conchi.
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