EL SOPLO DE LA
MALDICIÓN
Antonio
Campillo Ruiz
Alex Alemany
Sabía que le encontraría. Sabía de su constancia y había pasado ya
demasiados tiempo desde que juró que le encontraría. Le vio acercarse a la casa
por el recto sendero entre los grandes árboles. Ordenó construirlo de esta
forma para poder verle cuando viniese a buscarle. El paso de los años no le
había cambiado excepto en su paso cansino y lento. Cuando se separaron lo
hicieron con rencor, con desprecio, a pesar de la amistad que siempre les unió.
Se comprendían y eran tan inseparables que todos los conocidos quedaron
asombrados de la drástica decisión. Muchos la achacaron a cosas de brujería,
¿Cómo era posible que, estando siempre enfermo, se separase de quien era un
apoyo y liberación para él? ¿Cómo fue posible su curación repentina y su
inmediata marcha a la lejana casa que ni recordaban los más ancianos dónde se
encontraba? Tal vez esta fuese la causa de su separación.
Alex Alemany
El
día anterior, el atardecer le trajo noticias de la proximidad de su fin. Una
luz que anunciaba extraños fenómenos atmosféricos tendía una inmensa escalera
en el cielo. La había visto en otras ocasiones. En realidad, había estado casi
siempre contemplando embelesado esos cielos que le robaban su bienestar para
aplicarlo a su belleza. Eran atractivos pero malvados. Empezó a contar los
casos en los que estos cielos se veían desde su casa. A la vez se dirigió a una
pequeña estancia de la desvencijada habitación donde se hallaba, separada por
una cortina mal colgada y cogió su escopeta de caza. Con igual parsimonia, del
cajón medio vacío de un mueble, sus nerviosos dedos cogían, uno a uno,
cartuchos de postas para caza mayor. Cargaba la escopeta de repetición con
mucho cuidado, como acariciando la entrada de la munición por la ranura del
cargador. Cuando la tuvo preparada tiró con fuerza de la corredera de la
recámara y un cartucho ocupó su lugar de fuego.
Alex Alemany
Salió
de la casa, bajó los cuatro escalones que la separaban del suelo y empezó a
caminar hacia la figura que cada vez se encontraba más cerca. A no más de
treinta metros una explosión inesperada, un trueno sin rayo, hizo que los
pájaros de los árboles vecinos levantasen un vuelo caótico. La figura se
desplomó y otra idéntica levantó de ella. Su instinto de cazador le indicó que
necesitaría varios disparos para abatirla, para detener su avance. Un segundo,
tercero, cuarto, disparos sonaron casi seguidos. Las imágenes iban cayendo y
surgiendo nuevamente tras cada una de las explosiones. Esperó a que la última
figura caminante estuviese muy cerca de él para disparar su quinto y último
cartucho a quemarropa. Un soplo incontenible, un viento infernal, un remolino
tan violento como un huracán, le atravesó de lado a lado, le arrastró hasta la
casa y lo dejó tendido en la entrada. Al atardecer, el sol cayó como si nunca
fuese a levantarse y el cuerpo caído fue adoptando la figura de los escalones
en líneas rectas verticales y horizontales.
Antonio Campillo Ruiz
Alex Alemany
Puede uno hacerse amigo de su propio final y sin duda, es la amistad más fuerte.
ResponderEliminarEl momento del abrazo final mejor sin armas en la mano...
Fantásticas las imágenes que has elegido.
Me encantan los otoños, gracias por este hermoso vídeo. Un abrazo inmenso, mi querido amigo.
Bien, Raquel, sin armas pero, siendo el fin ¿qué más da? Para esta persona era lo esperado y lo recibe como siempre había pensado: apuntándose a sí mismo. Sí, el otoño es muy cálido por su inolvidable gama de colores, a pesar de que empiece el frío que perfora hasta los huesos. Un inmenso abrazo, querida Raquel.
EliminarUfffff, Antonio, qué relato más inquietante. No sé qué ha podido inspirártelo, pero es como una de esas pesadillas de las que cuesta despegarse una vez abiertos los ojos.
ResponderEliminarEl último párrafo tan bien construído, me ha gustado mucho.
Un abrazo
Pues debió ser algo tan inquietante como lo que tú has sentido. Es imposible tener la imagen de la mano que dirige una ficción. Sin embargo, es una realidad cotidiana a la que no debemos dar la espalda. Un abrazo, Tía Conchi.
EliminarTenso, así me has dejado, amigo. El cuerpo adaptándose a los escalones, y ese soplo de nostalgia ... a veces creo entender que escribes para alguien que no está en nuestro mundo.
ResponderEliminarUn abrazo ... Muy fuerte.
Pues es posible, Enrique. Y creo que lo es porque se tratan de ficciones puras, por tanto, van dirigidas a una nada inexistente en nuestro entorno y, posiblemente por ello produce un escalofrío alguna vez. Sólo alguna vez, por fortuna. Un gran abrazo, querido amigo.
EliminarEs espeluznante lo que la mente puede hacer con las imágenes del recuerdo, de ciertas relaciones destructivas.
ResponderEliminarUn abrazo de anís.
Pues eso creo yo, Sara. La mente es capaz de trasladar a la realidad estados y ficciones que toman aspecto de realidad. Por ello, cuando pensamos en este tipo de sucesos, la mortificación mental es demasiado potente para soportar algunos hechos. Un abrazo, Sara.
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