EVOLUCIÓN
Y COMPETITIVIDAD - I
Antonio Campillo Ruiz
No se puede enseñar
nada a un hombre;
sólo se le puede ayudar a
descubrirlo en su interior.
Galileo Galilei
¿Por
qué algunos materialistas se resisten a admitir la mera posibilidad del origen
divino del hombre? Charles Darwin revolucionó la concepción del origen
creacionista del hombre y, desde el
dictado de su teoría sobre el Origen de las Especies, la Ciencia adquirió un
impulso renovador sobre un aspecto desconocido hasta entonces que nos ha traído
al momento actual. La “inadmisible” teoría suscitó una convulsión sobre el
dilema de admitir la vida de los seres humanos, en su conjunto, como un todo de
dos partes bien diferenciadas: la material y la divina, como naturalezas
distintas pero compatibles.
A lo
largo de la Historia, el empecinamiento en la persistente negación de aspectos
científicos por la iglesia, rebatidos por personas no preparadas en la materias
a tratar, en muchas ocasiones, ha supuesto el retraso de miles de años en los
conocimientos y el avance científico. Sólo el ejemplo de Galileo Galilei y la
negación de la iglesia a restablecer el prestigio que arrebató al científico,
quinientos años después de su nefasta y obligada retractación, es de manifiesta
tozudez a la sinrazón del dilema, nacido en el seno de la propia iglesia
cristiana, entre divinidad del ser humano y materialidad.
Con
hechos como el ejemplo anterior, la iglesia cristiana aprendió lo más elemental
de las acciones que debía realizar ante hechos científicos incontrovertibles
pero que chocan con la palabra que determina todo lo que supone su inmenso
entramado: fe. Así, la evolución, lejos de desautorizar la divinidad
creacionista, exaltó la gloria de un ser creador que compatibilizaba evolución
con divinidad. Bastaba dividir la naturaleza humana en las “dos sustancias”. La
Ciencia moderna y el sistemático estudio de la evolución y los avances
espectaculares en el estudio y aplicación del ADN, ha supuesto nuevas
explicaciones divinas que, tratando de ser racionales, admiten “con
condiciones” la evolución y la selección natural. Estas, explican una condición
de la vida, en cualesquiera de sus formas, vegetal o animal, tan terrible como
poco recomendable para los seres humanos: el más fuerte es quien tiene derecho
sobre los débiles y generará un estatus entre manadas o en solitario que
determinará su poder. Es la selección natutal.
Bien,
admitida a regañadientes y con condiciones la selección natural y la evolución,
la iglesia cristiana, copiadora de la Naturaleza, así como el poder social
imperante, han establecido, a pesar de su cuasi negación inicial, en el llamado
Occidente desarrollado, una sociedad que es idéntica a la evolución: se
determina como hecho incontrovertible que la selección entre humanos debe
existir, potenciarse y enseñarse en centros y espacios de formación de la mente
humana. La brutal competitividad, la selección
antinatural, existente entre quienes tratan de obtener los conocimientos
necesarios para poder desenvolverse en el seno de la sociedad, es terrible. No
se limita nada. Se trata de salir adelante como sea, aun siendo a costa de los
demás. Ante esta brutal forma de interpretación de la selección antinatural, la
competitividad, en el seno de los humanos, se ha tratado de suavizar, al igual
que la iglesia cristiana hizo con la teoría evolucionista de Darwin. Se ha
inventado la doble naturaleza del competidor por excelencia:
Material: inteligencia y conocimientos.
Personal: actitud ante
los hechos que se desarrollan en la vida y sus consecuencias.
Considerar la existencia de una actitud ante la vida se fundamenta en la capacidad del ser
humano de poseer emotividad. A esta peculiaridad se la empieza a dotar de mayor
importancia que a los elementos materiales que conforman la competitividad, la
falsa selección natural se aprecia con intensidad en el terrible enfrentamiento
entre humanos para alcanzar una mínima parte de su papel en la sociedad. Pero…
pero, ya se empieza a no depender de los conocimientos adquiridos y que se
encuentran perfectamente descritos y explicados en variopintas partes de la
tecnología moderna. Se ha generado un problema en la sociedad moderna y en el
hombre en sí: la actitud empieza a ser lo más valorado del supuesto y poderoso
ser competitivo. Y, ¡ay!, este ha sido un golpe bajo porque la actitud no
depende de un aprendizaje dirigido para el triunfo, depende de la calidad
humana de uno mismo, de una apertura clara y explícita de la mente que potencie
aspectos no superables con exámenes sino con comportamientos. ¿Adquiridos? Sí,
posiblemente, con educación, mente abierta y nunca fiables per sé, siempre
dudando de todo lo que se nos asegura como incontestable, percibiendo y asimilando con motivaciones
lógicas y amplitud de razonamientos ante todo lo que es considerado natural y
perteneciente a la vida.
Se
ha aprendido muy bien la lección sibilina de la iglesia cristiana, excepto de
los creacionistas puros, que los hay y más de los que se contabilizan. Dividamos
al ser humano en dos partes bien diferenciadas y una pertenece a al poder
divino y la otra al poder político. Ya tenemos cuatro divisiones para el ser
humano, dos por cada poder: evolución, divinidad, inteligencia y conocimientos
y por último actitud. Así, ese ser físico aparecido en el planeta Tierra
mediante un proceso complejo pero estrictamente material, sólo a causa de complejos
procesos químicos, físicos y ambos, debidos a pequeños electrones, conformando
una vida que florece y, a la vez, un ser divino creado, esta parte sí, creado,
por otro ser grandioso que dota de la capacidad emotiva a esa inmensa maraña de
compuestos químicos. Sí, complejo, muy complejo pero real. Tan real como las inexplicables preguntas: ¿sabíamos que los sentimientos se producen a causa de una gran cantidad de reacciones químicas, sólo a que tienen lugar estas reacciones? ¿Cuántas de ellas son necesarias para que un
pensamiento se desarrolle? ¿Para que un sentimiento estremezca a un ser humano?
¿Para que una mirada al horizonte se transforme en un escalofrío de belleza? ¿Para que los seres humanos seamos capaces de percibir los sentimientos, que pueden hasta transformar nuestra existencia, mediante simples reacciones químicas?
Sí, sólo
nos diferenciamos de nuestro hermano orangután, no desarrollado evolutivamente
todavía, en tres o cuatro cromosomas, lo que podríamos decir, una minúscula
porción de compuestos químicos, aunque, a veces, la diferencia parece no
existir por el comportamiento y actitud de algunos seres más evolucionados. Los
aspectos inmateriales que el ser humano es capaz de percibir y realizar, la
música, literatura, el arte, etc., son una clave determinante de la propia
existencia, evolución, estructura social admitida, así como los objetivos y
consecuencias del poder, un poder que
dictamina, establece, dirige y se aprovecha de una actitud, siempre positiva,
que poseen la mayor parte de los seres que han evolucionado total y
positivamente.
Antonio Campillo Ruiz
Siempre ilustre e instructivo querido amigo. Se lo voy a leer a mis nietos.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte