jueves, 13 de septiembre de 2018

EL HOMBRE Y LA EMOTIVIDAD - I

EVOLUCIÓN Y COMPETITIVIDAD - I

Antonio Campillo Ruiz

No se puede enseñar
nada a un hombre;
sólo se le puede ayudar a
descubrirlo en su interior.

Galileo Galilei


   ¿Por qué algunos materialistas se resisten a admitir la mera posibilidad del origen divino del hombre? Charles Darwin revolucionó la concepción del origen creacionista del hombre y,  desde el dictado de su teoría sobre el Origen de las Especies, la Ciencia adquirió un impulso renovador sobre un aspecto desconocido hasta entonces que nos ha traído al momento actual. La “inadmisible” teoría suscitó una convulsión sobre el dilema de admitir la vida de los seres humanos, en su conjunto, como un todo de dos partes bien diferenciadas: la material y la divina, como naturalezas distintas pero compatibles.


   A lo largo de la Historia, el empecinamiento en la persistente negación de aspectos científicos por la iglesia, rebatidos por personas no preparadas en la materias a tratar, en muchas ocasiones, ha supuesto el retraso de miles de años en los conocimientos y el avance científico. Sólo el ejemplo de Galileo Galilei y la negación de la iglesia a restablecer el prestigio que arrebató al científico, quinientos años después de su nefasta y obligada retractación, es de manifiesta tozudez a la sinrazón del dilema, nacido en el seno de la propia iglesia cristiana, entre divinidad del ser humano y materialidad.


   Con hechos como el ejemplo anterior, la iglesia cristiana aprendió lo más elemental de las acciones que debía realizar ante hechos científicos incontrovertibles pero que chocan con la palabra que determina todo lo que supone su inmenso entramado: fe. Así, la evolución, lejos de desautorizar la divinidad creacionista, exaltó la gloria de un ser creador que compatibilizaba evolución con divinidad. Bastaba dividir la naturaleza humana en las “dos sustancias”. La Ciencia moderna y el sistemático estudio de la evolución y los avances espectaculares en el estudio y aplicación del ADN, ha supuesto nuevas explicaciones divinas que, tratando de ser racionales, admiten “con condiciones” la evolución y la selección natural. Estas, explican una condición de la vida, en cualesquiera de sus formas, vegetal o animal, tan terrible como poco recomendable para los seres humanos: el más fuerte es quien tiene derecho sobre los débiles y generará un estatus entre manadas o en solitario que determinará su poder. Es la selección natutal.


   Bien, admitida a regañadientes y con condiciones la selección natural y la evolución, la iglesia cristiana, copiadora de la Naturaleza, así como el poder social imperante, han establecido, a pesar de su cuasi negación inicial, en el llamado Occidente desarrollado, una sociedad que es idéntica a la evolución: se determina como hecho incontrovertible que la selección entre humanos debe existir, potenciarse y enseñarse en centros y espacios de formación de la mente humana. La brutal  competitividad, la selección antinatural, existente entre quienes tratan de obtener los conocimientos necesarios para poder desenvolverse en el seno de la sociedad, es terrible. No se limita nada. Se trata de salir adelante como sea, aun siendo a costa de los demás. Ante esta brutal forma de interpretación de la selección antinatural, la competitividad, en el seno de los humanos, se ha tratado de suavizar, al igual que la iglesia cristiana hizo con la teoría evolucionista de Darwin. Se ha inventado la doble naturaleza del competidor por excelencia:

Material: inteligencia y conocimientos.

Personal: actitud  ante los hechos que se desarrollan en la vida y sus consecuencias.


   Considerar la existencia de una actitud ante la vida se fundamenta en la capacidad del ser humano de poseer emotividad. A esta peculiaridad se la empieza a dotar de mayor importancia que a los elementos materiales que conforman la competitividad, la falsa selección natural se aprecia con intensidad en el terrible enfrentamiento entre humanos para alcanzar una mínima parte de su papel en la sociedad. Pero… pero, ya se empieza a no depender de los conocimientos adquiridos y que se encuentran perfectamente descritos y explicados en variopintas partes de la tecnología moderna. Se ha generado un problema en la sociedad moderna y en el hombre en sí: la actitud empieza a ser lo más valorado del supuesto y poderoso ser competitivo. Y, ¡ay!, este ha sido un golpe bajo porque la actitud no depende de un aprendizaje dirigido para el triunfo, depende de la calidad humana de uno mismo, de una apertura clara y explícita de la mente que potencie aspectos no superables con exámenes sino con comportamientos. ¿Adquiridos? Sí, posiblemente, con educación, mente abierta y nunca fiables per sé, siempre dudando de todo lo que se nos asegura como incontestable,  percibiendo y asimilando con motivaciones lógicas y amplitud de razonamientos ante todo lo que es considerado natural y perteneciente a la vida.


   Se ha aprendido muy bien la lección sibilina de la iglesia cristiana, excepto de los creacionistas puros, que los hay y más de los que se contabilizan. Dividamos al ser humano en dos partes bien diferenciadas y una pertenece a al poder divino y la otra al poder político. Ya tenemos cuatro divisiones para el ser humano, dos por cada poder: evolución, divinidad, inteligencia y conocimientos y por último actitud. Así, ese ser físico aparecido en el planeta Tierra mediante un proceso complejo pero estrictamente material, sólo a causa de complejos procesos químicos, físicos y ambos, debidos a pequeños electrones, conformando una vida que florece y, a la vez, un ser divino creado, esta parte sí, creado, por otro ser grandioso que dota de la capacidad emotiva a esa inmensa maraña de compuestos químicos. Sí, complejo, muy complejo pero real. Tan real como las inexplicables preguntas: ¿sabíamos que los sentimientos se producen a causa de una gran cantidad de reacciones químicas, sólo a que tienen lugar estas reacciones? ¿Cuántas de ellas son necesarias para que un pensamiento se desarrolle? ¿Para que un sentimiento estremezca a un ser humano? ¿Para que una mirada al horizonte se transforme en un escalofrío de belleza? ¿Para que los seres humanos seamos capaces de percibir los sentimientos, que pueden hasta transformar nuestra existencia, mediante simples reacciones químicas?


   Sí, sólo nos diferenciamos de nuestro hermano orangután, no desarrollado evolutivamente todavía, en tres o cuatro cromosomas, lo que podríamos decir, una minúscula porción de compuestos químicos, aunque, a veces, la diferencia parece no existir por el comportamiento y actitud de algunos seres más evolucionados. Los aspectos inmateriales que el ser humano es capaz de percibir y realizar, la música, literatura, el arte, etc., son una clave determinante de la propia existencia, evolución, estructura social admitida, así como los objetivos y consecuencias del poder, un  poder que dictamina, establece, dirige y se aprovecha de una actitud, siempre positiva, que poseen la mayor parte de los seres que han evolucionado total y positivamente.

Antonio Campillo Ruiz



Ciclo de talleres en línea / 11 (extra) / Replicación del ADN in vitro from Sección Bioquímica (FCien) on Vimeo.

1 comentario:

  1. Siempre ilustre e instructivo querido amigo. Se lo voy a leer a mis nietos.
    Un abrazo muy fuerte

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