EL
CUERPO, EL DOLOR, EL PLACER
Antonio Campillo Ruiz
Nicolás de Maya
Un
cambio significativo se viene produciendo en el arte moderno. La apreciación de
lo aparentemente extravagante o deformado por la visión conjunta de diferentes
puntos de vista a la vez, en Nicolás de Maya, Cehegín, Murcia, 1968, se transforma en un estudio de
humanos y cosas pertenecientes a su “Edén”
particular, nuestro entorno, nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestras sensaciones
como autor y espectador/interpretador de lo percibido pero no pintado: el dolor
y el placer. No sin estas emociones intangibles, podríamos comprender un mundo
en el que cuerpo y su impacto como protagonista se retuerce, se describe
minuciosamente y se localizan lugares en los que se produce alguno de esos
inmensos dolores, algún placer perseguido y rechazado.
Nicolás de Maya
En
un espacio tan bello como preciso para realizar esta exposición, al pasear
entre lo sentido, apreciamos como, las partes o el todo de un cuerpo humano,
nos enseñan su fisiología y, de ella, lo sentido en cada momento, lo dilucidado
como diagnóstico escrito en aquellos lugares en los que dolor y placer se
entremezclan, se funden en una inacabable conjunción que traslada a autor, obra
y espectador a un mundo diferente del que viven. Les traslada a un Edén en el
que vida y muerte no existen, sólo poseen una naturaleza propia: los gestos,
letras y números, con los que se
escriben la expresión que podríamos poseer fuera de ese entorno etéreo y
sublime.
Nicolás de Maya
Punzantes
hierros duelen hasta en las cosas. Tensiones inenarrables ejercen en el cuerpo
humano tal cúmulo de aspectos que podrían copiarse para estirar, tensar,
recolocar músculos y huesos, pasiones y sensaciones, placeres y dolores. No de
otra forma el cuerpo humano será capaz de delimitar sus posibilidades en
cualesquiera de las facetas en las que interviene de forma decisiva y única. Un
mundo de formas perfectas y manos apretadas, locuras transformadas en emisión y
captación de todas las posibilidades de seres atormentados pero vivos, deseosos
de alcanzar todo lo que un autor quiere para ellos, para sus criaturas y para
todos los que admiran los momentos creados por sus pinceles, maderas, yerros,
escayolas…, y, vigilados por multitud de ojos inquietantes que perciben el
mínimo gesto, la mayor ilusión, la plena verdad de una conjunción existente y
poco desarrollada: el placer y el dolor.
Antonio Campìllo Ruiz
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