María Luisa Arnaiz Sánchez
Kenne Gregoire
Mientras leía ayer
la denuncia hecha a mediados del siglo XVI contra el doctor Salazar y el
licenciado Jerónimo Manrique, dos inquisidores que actuaron en Murcia, la estaba
relacionando con la interpuesta por José Manuel Gómez, vocal del
Consejo General del Poder Judicial, contra el presidente de dicho organismo,
Carlos Dívar, por haber pagado con dinero público sus viajes
particulares. Sigue lo que ocurrió en estos pagos.
Cuando el notario Gregorio de Ardid los denunció ante la Suprema por amenazar y
comprar testigos y por tener “hambre de
que hubiese procesos”, ellos mandaron la genealogía del notario al Consejo
de la Suprema
y fue cesado fulminantemente (después sería procesado y condenado por
transgredir “en cosas muy graves” el
secreto del Santo Oficio). A raíz de las protestas Felipe II ordenó que se
visitara el tribunal de Murcia y el licenciado Ayora abrió un proceso contra el
inquisidor Manrique y lo acusó de noventa y tres cargos. Este solicitó ayuda al
inquisidor general y se le exigió a Ayora que olvidara el asunto (quizás por
eso fue nombrado obispo de Oviedo en 1567).
Kenne Gregoire
H. C. Lea en su
“Historia de la
Inquisición española”, 1983, afirma respecto de los abusos
que cometían los inquisidores: “Era el
inevitable resultado de confiar un poder irresponsable a hombres generalmente…arrogantes
que solo reconocían obediencia a la
Suprema y pronto advirtieron que, aun cuando pudiese no
aprobar sus actos, siempre los apoyaría frente a las quejas, y…dudaría mucho
antes de comprometer la pretendida infalibilidad del Santo Oficio con su
destitución o cualquier intervención pública…La Suprema …rara vez castigaba
y siempre protegía a los ofensores”.
Mutatis mutandis...
Mutatis mutandis...
Kenne Gregoire
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