JULIA
Antonio Campillo Ruiz
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
Gustavo Adolfo Bécquer
Ira Tsantakidou
Julia
sintió un escalofrío. Levantó levemente sus almendrados ojos color avellana por
encima de las minúsculas gafitas de lectura y se encontró con dos faros verdes,
fijos, impenetrables, incidiendo directamente en ellos. Con un suave movimiento
dejó que las lentes resbalasen desde su nariz y quedasen colgando del cordón
que rodeaba su cuello. Su turbación era desasosegante. La mirada verde incidía
directamente es sus ojos, sin pestañear, hablándole con los miles de
irisaciones que los cambios de luz reflejados en ellos destellaban de vez en
cuando. Frente a frente, a una distancia no superior a un metro, la intensidad
de la mirada la atraía y rechazaba. Cerró el libro que leía con parsimonia
dejando la mirada quieta. Se recostó suavemente sobre el respaldo y trató de
leer lo que estaba escrito en el espacio.
Ira Tsantakidou
Julia, aquella mañana, en el baño reparador, había intuido que algo podría
suceder aquel día. Quedó pensativa mientras el agua recorría su cuerpo y se
rió. ¿Qué podría suceder? Pues, lo cotidiano. Iría al trabajo, con prisa, como
siempre, se encontraría bien o regular, desearía terminar o se enfrascaría en
su trabajo con intensidad. Lo cotidiano. Sin embargo aquellos ojos la atraparon
con una intensidad nunca sentida. Y no se desviaban de los suyos. No recorrían
su cuerpo ni observaban sin ver. Estaban hablando con los suyos en un lenguaje
que no podía comprender. Con lentitud recorrió frente, pelo, labios y cara de
quien se había atrevido a hablarle descarada, aguda y vehementemente.
Ira Tsantakidou
Julia
se sabía atractiva. Siempre decía de sí misma que sus pómulos sobresalientes y
altos, sin formar huecos inoportunos, su ojos y sus labios formaban un conjunto
armonioso y, posiblemente, cautivador. Bueno, era su opinión cuando delante del
espejo se miraba sin una pizca de maquillaje. Jamás lo había usado. Su piel
poseía la sencillez de la limpieza y la tersura de su tacto. De pronto la
dirección de la luz verde fue bajando hacia el inicio de ese sensual canalito
que separaba sus pechos. ¡Vaya con la luz verde, qué atrevida! Sin embargo no
se movió ni un milímetro. Le agradaba que, como ella anteriormente, hiciesen un
leve recorrido por su cuerpo. Pensó que estaba pensado en lo oculto bajo su
leve ropa. Hacía todavía calor tras un verano pleno de luz y sol. Sus pezones
se erizaron y su rigidez erecta casi traslucía. Se sonrojó un poco sin apartar
la mirada de aquellos ojos que volvían a estar clavados en los suyos. ¿Cómo era
posible que le sucediesen estas sensaciones? Tan temprano. Yendo a su trabajo.
Sin esperarlo y sin haberlo soñado. La parada de su andén paso rauda y ella
continuaba en su asiento. ¡No lo podía creer! Cuando, en la siguiente parada
aquellos faros dejaron de iluminarla y marcharon sin volver a ser reconocidos
entre la pequeña multitud, Julia, continuó el viaje y, en el siguiente recodo,
bajó a los largos pasillos que la devolverían al sentido contrario para llegar,
bastante tarde, a la mesa de su trabajo. Aquel día fue anodino. Sin sabor a
nada. Su mirada estaba perdida sin ver los papeles, libros y personas que la
rodeaban. Los ojos verdes quedaron en el olvido y pensó que, quizás, otro día,
a otra hora volvería a sentir el sonrojo de ser admirada.
Antonio Campillo Ruiz
Ira Tsantakidou
Querido Antonio (soy ohma),hacía mucho tiempo que no te leía pero ya veo que sigues haciendo buenas descripciones y contando historias que dicen mucho con pocas palabras. Con una mirada se pueden conseguir muchas cosas y decirlas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
¡Hola, querida amiga Ohma! Te sigo leyendo a pesar de que deje aparcados los comentarios. Un largo proceso de readaptación mental y emotiva me lo aconseja. Sí, a pesar de ello, empecé a escribir otra vez y, bueno, parece que sigo uniendo palabras para que, con vuestra condescendencia, leáis y critiquéis. Me encanta seguir en contacto contigo. Un gran abrazo.
EliminarTu amor, nunca oculto, siempre te desborda, amigo Antonio ¿Cuántas veces me he sentido Julia? ¿Cuántos y cuantos de nosotros no lo hemos sentido? ¿Cuántos ojos con daga verde volvieron al día siguiente, al momento siguiente? ¿Cuantos encontraron a su Julia o a sus otros ojos verdes clavados en los suyos? Tuvimos suerte, amigo, la encontramos y ahora quedamos atrapados eternamente en ellos en sus ojos y en su alma.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo ... muy fuerte.
Pues, ¿a qué negarlo, Enrique? Me gusta sentir. Nos gusta sentir y encontrarnos vivos con esa maravillosa unión de sensaciones físicas y percepciones emotivas. Alguna vez, aún sin especificar el género de quien posee esos ojos verdes, se puede hacer notar una Julia en un instante y vivir la belleza, el sonrojo y la atracción. Un abrazo, querido amigo Enrique.
EliminarEsa voluble Julia! Cómo puede apartar de su mente la mirada verde que describes! Seguro que no fue capaz de captar lo que tú nos transmites con la palabra.
ResponderEliminarNo se sabe, Tía Conchi. Las personas, a veces, somos capaces de apreciar miles de detalles que pasan como una veloz película plena de fotogramas que nunca apreciamos de forma consciente y separados. Todos conforman un mundo especial que nos transporta más allá del lugar y el instante en el que nos encontramos. Nunca se sabe. Un abrazo.
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