VIVIR
PARA VIVIR
Antonio Campillo Ruiz
Amo
la vida. Esta es la única conclusión que se puede pensar después de una tarde
agradable con tus seres queridos. No todos y esto es molesto porque la pasión del
ser humano es amar, con mucha fuerza, con frenesí, sin ningún tipo de regresiones
negativas o posibles consecuencias futuras a todo aquel que, como él, piense
que la vida es un bien a garantizar para todos. Se querría que todas las personas
pensasen y sintiesen como cualquier otra en cualquier momento. Se puede estar
convencido de que todos serían más felices, se comprenderían y complementarían
mejor. Es posible, incluso, que esta fuese una de las consecuencias que se espera
de la sociedad para convertirse en un ente sin denostar, sin ser maldecido, sin
querer cambiarlo a toda costa porque el atontamiento progresivo a que se someta
a sus miembros es, en muchos casos, insoportablemente, injusto, falaz y
desmentalizador.
Sí,
amar la vida supone aceptarla como es y esto, aún conllevando un aspecto
negativo importante es bueno: el tiempo, el paso del tiempo cronológico supone
cambios cada vez mayores en los aspectos fisiológicos y, por tanto, una
degradación progresiva y lenta pero implacable. Esto es lo peor de la
vida, amarla y saber que te está
llevando por derroteros felices pero con fecha de caducidad. Una caducidad que
nunca escapa, siempre queda para quienes te recuerdan, te valoran y te aman a
su vez, pero desaparece cuando lo hace la vida. Sin embargo, hubo un tiempo en el que nuestra
naturaleza fue sido tan dichosa, que superó pruebas, retos, momentos e
incluso hechos que supusieron todo tipo de aspectos emotivos ligados al
comportamiento bioquímico de la vida.
La
traducción reversible de emociones en reacciones químicas supone, a lo largo de
un corto período de tiempo, el que dura nuestra vida, un comportamiento
racional y ético que debe estar asociado con pensamientos propios y el entorno personal o ajeno. Los hechos ocurren por motivos jamás conocidos pero
con un razonable proceso por el que se producen. Admitir este hecho es tan
importante como el proceso en sí mismo. Y no, no es fácil que se acepten
momentos que dificultan o superan la capacidad de apreciación y valoración de
sucesos acaecidos fuera del alcance de nuestro siempre querido intelecto. A
veces, podemos amar a rabiar a la vida y maldecirla porque entre el amor y el
odio siempre existe una delgada línea que, de traspasarla, nos
convertiríamos en seres desprotegidos por nuestra mente y nuestra racionalidad.
Admirar,
querer, sentir a todas las personas que se encuentran en un entorno finito y, a
veces, demasiado reducido, es tan importante como respirar para admitir el aire
suficiente, ni por exceso ni por defecto, el justo, para que el oxígeno penetre
en nuestras células y genere la reacciones químicas reversibles que nos inducen
a poseer sentimientos, descritos o narrados, en todo tipo de escritos o discursos
que se precian de enseñarnos que vivir es avanzar sin mirar atrás, aprendiendo
de un futuro que pasó.
Antonio Campillo Ruiz
VIVIR SIEMPRE from
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Si es muy bonito vivir el amor, porque El amor son dos sentimientos con alma y corazón,
ResponderEliminarque solo ven la vida de color de rosa ,sin tener otra sensación. Todo como bien dice vos tiene su caducidad ,la peor la que llevamos en nuestro cuerpo.
Una muy buenísimas reflexiones las que nos regala
Saludos
Bien, José, como se puede apreciar, esta sección la llamo “La larga búsqueda” porque nunca sabemos muy bien qué buscamos y hacia donde dirigimos nuestra búsqueda. Este es el sentido que yo le aplico pero cualquiera pude establecer los vínculos que crea convenientes con las reflexiones que se pueden escribir en ella. Me parece muy bien que opines y sientas lo que expresas pero no puedo opinar de ello: cada cual es cada cual. Un saludo.
EliminarQué tema más profundo nos propones hoy. Lo tratas de una manera tan particular que me parece no comprenderlo del todo.
ResponderEliminarEl binomio vida-muerte! Ha ocupado e inspirado a poetas, filósofos, pensadores, pintores...y, naturalmente, preocupado a todos los seres humanos.
Ahora, que pienso que la idea de la muerte no debe obsesionarnos. No así:
"En un monasterio los monjes pasean mientras oran y meditan; los brazos cruzados al pecho, las manos ocultas en las amplias bocamangas del hábito y la cabeza cubierta por las ásperas capuchas.
Dan vueltas alrededor del hermoso claustro y cada vez que se cruzan con un compañero se intercambian el mismo saludo:
- Hermano, morir habemus.
- Ya lo "sabemus"
Y aceptada mi broma, ahora en serio. Qué ya lo "sabemus", pero la certeza no puede bloquear de ninguna manera nuestra vidas.
Un saludo y...a vivir.
Creo, Tía Conchi, que no, no es exactamente este binomio el que me preocupa. La muerte no es sino parte de la vida, por tanto, a pesar del odio o repulsión que podamos sentir por ella, es consustancial con la vida. Buscar incesantemente el placer de la vida es una obligación que es contrapuesta con la muerte, pérdida de toda actividad vital. Por ello, expresar el placer de las pequeñas cosas cotidianas, los hechos que, siendo mínimos, nos engrandecen y nos hacen sentirnos serenos y plenos, es una obligación permanente, trátese de aspectos fisiológicos o emocionales. Un gran abrazo, querida amiga.
EliminarHola, Antonio. El otro día te leí desde Facebook y quedé encantada con tan reflexiva entrada. Lástima que desde la tablet no me resultara imposible!!!!!
ResponderEliminarAhora solo he leído los comentarios, aunque ya he encontrado el camino para no perderte de vista desde mi nuevo espacio
Espero y deseo que estés bien.
Un abrazo grande.
¡Mi querida Pilar…! Pero… ¡cómo me alegro de encontrarte muy bien y, además, leyendo mis palabras unidas. Me ha encantado que me encontrases. Como sabes he tenido dos fases muy duras que parece, parece…, que se van suavizando y otra vez he emprendido el camino de unidor de palabras. Te he leído siempre que te he buscado y releído muchas de tus publicaciones. Ahora, que ya te has peleado con la tecnología y puedes acceder a este mundillo que es tan nuestro, espero tus publicaciones con su característica y habitual genialidad. Me encanta poder hablar contigo. Un abrazo … por lo menos así de grande, querida amiga.
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