SERPIENTE DE VERANO
Antonio Campillo Ruiz
Los ahogados
resoplidos de aquella máquina de vapor y el traqueteante ¡tac!, ¡tac!, del
choque de las ruedas con los huecos entre raíles, adormecía a los ocupantes del
departamento aquella mañana de Sol furioso y bochorno. Entre maletas, paquetes,
restos de comida, el humo de algún cigarro y el calor humano entre los cuerpos
que se rozaban en las estrechas bancadas de plástico, una frente a la otra en
el interior de aquel cubículo, era difícil poder percibir la leve brisa que,
por la escasa velocidad del tren, entraba de vez en cuando a través de
ventanillas y pasillo. Un traslúcido periódico, envoltura que fue del sabroso
bocadillo de jamón, aceite y tomate muy rallado, anunciaba con letras de gran
tamaño, bajo el haz de las cinco flechas, parte de la simbología habitual del
momento político, la noticia que persistía desde hacía meses en los medios de
comunicación: “Mañana, a las dos y tres
minutos de la tarde, el Sol sufrirá un colapso catastrófico”.
Mañana, que
ya era hoy, el sempiterno fin del mundo, anunciado por todo tipo de libros
sagrados o panfletos de charlatanes, había llegado. A pesar de ello, el tren
avanzaba torpemente por el páramo salino en dirección norte y los viajeros
habían compartido sus provisiones para tan largo viaje a media mañana, aprobando con gran júbilo las
delicias regaladas y aceptando los parabienes del resto de comensales sobre las
propias. La noticia parecía ser aceptada con resignación por todos,
irremediable. ¿Qué podían hacer ante las noticias? Los billetes, comprados con
antelación, familiares y amigos esperándoles, los regalos en las enormes cestas
de mimbre de doble tapadera. No, no podían posponer el viaje aunque, las
conversaciones se fueron apagando conforme pasaban las horas.
A la una y media de
la tarde, cuando en los departamentos debían volver a compartir las sabrosas viandas
que cada cual portaba, lentamente, con
cierta preocupación, los viajeros fueron saliendo, en silencio al pasillo
que, orientado hacia el suroeste, dejaba ver en todo su esplendor el Sol.
Muchos, salieron a las plataformas entre vagones y su pequeño pasillo con
barandilla para poder pasar de uno a otro. Decían que querían ver el fenómeno
desde el exterior, haciéndole cara, con valentía. Se creó un ambiente
enrarecido, desafiante, retador y provocador de un destino asumido, en el que
se podían observar caras adustas y dientes apretados. Si algunos hubiesen
podido, se habrían dirigido hacia el Sol para encontrarse más cerca de él
cuando se produjese el fenómeno descrito por las noticias. La irresistible
atracción de la muerte, perfectamente planificada por un suicida, se extendió
como una epidemia entre los viajeros, conscientes de su cercano final. Los
relojes no dejaban de ser consultados por unos y otros. A las dos menos un
minuto de la tarde el tren hizo su entrada en un túnel. Todos corrieron hacia
las ventanillas para cerrarlas completamente. El denso humo de la locomotora
podía penetrar en los departamentos y el aire se haría irrespirable, además del
depósito de carbonilla mal quemada de la negra hulla. Pequeñas luces se
encendieron y multitud de muñecas con relojes de correa, se acercaron a
ellas. El paso del túnel solo duró dos minutos. Las carreras y la vuelta a los
puestos de observación fue inmediata. Solo faltaban dos minutos para que todo
acabase pero el tren continuaba con su monótono resoplido. Llegó la hora. Las
dos y tres minutos, aunque la exactitud no era una de las mejores cualidades de
aquellos relojes. El Sol lucía con idéntico esplendor y potentes rayos, como lo
hizo durante toda la mañana. Las dos y cinco minutos de la tarde. Nada, todo
igual. El paisaje era el único cambio que se podía apreciar por todos los
observadores. Ahora, existía un gran bosque de pinos mediterráneos de intenso
color verde y gran altura de troncos. Las dos y quince minutos. Algunos observadores
de segunda fila habían ocupado sus asientos y empezaban a desembalar, de otras
hojas del mismo periódico, diversos alimentos que colocaban sobre la minúscula
mesita plegable que existía junto a la ventanilla. Otros, que esperaron hasta
las dos y media para cerciorarse del fallo de la noticia, al entrar en sus
departamentos solían decir: “… ¿qué pasa?
¿Usted no se creyó la noticia? ¡Pues pertenece al mejor periódico que existe! ¡Atajo de
rojos!”
Aquel día, esa
estrella amarilla, cansada ya de su existencia, nuestro Sol, continuó quemando
hidrógeno sin problemas dignos de resaltar, con sus innumerables tormentas y
explosiones fabulosas que nos alcanzan levemente. Muchos pensaron que, como en
otras muchas ocasiones, la serpiente de verano
había llegado demasiado pronto para que la atención estuviese centrada en ella
antes que en algún problema que jamás se sabrá cual fue. El periódico mejor que
existía ni siquiera dijo una palabra, al día siguiente, de su adulterada y provechosa
información del Régimen, ni de los cientos de retinas dañadas de sus crédulos y
fieles seguidores. Los atardeceres han seguido, a su pesar, poniendo una nota de belleza en nuestro planeta.
Antonio Campillo Ruiz
Hola, Antonio:
ResponderEliminarUna noticia amarillista e inverosímil que, afortunadamente, dio pie para este interesante y ameno relato que deja en evidencia el morbo de la raza humana hacia lo trágico y fatal.
Abrazos.
Gracias por estas letras tan estupendas.
ResponderEliminarAsí son las noticias muchas veces....
Un gran abrazo, querido Antonio.
A cuántos fines del mundo ha acudido la humanidad de manera periódica. A los charlatanes les gusta remover los miedos; no sé si así se sentirán más poderosos.
ResponderEliminarUna historia magníficamente escrita, Antonio.
Un besazo.
Muy pintoresco y costumbrista relato, mostrandonos con gran descripción aquelos desplazamientos casi heroicos. El fin anunciado, uno mas de tantos. Lo sorprendente es que siempre que hay un anuncio, o habia una nuncio de fin de mundo, la gente se suicidaba en lugar de esperar a constatarlo.
ResponderEliminarMenos mal que hoy será mañana, amigo Antonio.
ResponderEliminarExcelente. Me ha gustado y me ha "asustado".
¡Qué belleza de relato! Ese tren metáfora de la serpiente de verano y por supuesto de la vida porque ésta sí que tiene un destino aunque no sea el anunciado tan a bombo y platillo. Ese ambiente que has recreado de toda una época cruzaba por el tren en el que se convivía y se compartía, el tren se la llevó para nunca más volver. Se cumplió la noticia aunque no el día ni la hora señalada.
ResponderEliminarFelices días con todo mi cariño Antonio :)
Escalofría imaginar a qué auténtica noticia desactivó la falsa, querido amigo.
ResponderEliminar.
" Los atardeceres han seguido, a su pesar, poniendo una nota de belleza en nuestro planeta" Me gusta tu estilo Jerónimo: realidad mezclada con nostalgia y romanticismo. Gracias, amigo!
ResponderEliminarUna vez mas falló el fin del mundo. Puede que no lo veamos, pero una de esas veces...Precioso relato, Antonio.
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