lunes, 25 de septiembre de 2017

ABECEDARIO: I

ISABEL

Antonio Campillo Ruiz

Gustav Klimt

   Isabel sentía una perplejidad insólita. Jamás podría haber predicho que la pasión la embargaría hasta percibir, desde la piel hasta su corazón, el más mínimo retumbar de sus sentidos. Ahora, a estas alturas, en este momento inesperado. Tenía la sensación de observar una imagen en los espejos de su casa que era diferente a ella misma. Se sentía feliz, feliz y satisfecha. ¿Por qué no?, se preguntaba con frecuencia. Siempre había identificado los sentimientos y escarceos amorosos con una disciplina y una rectitud que iba más allá de los convencionalismos. ¿Era todo convencional? No lo sabía ni quería preguntárselo en estos días en los que era devorada por un frenesí que jamás se había mezclado con lo que consideraba establecido. La comprobación de lo anómalo se había adueñado de ella y los prejuicios habían empezado a diluirse en un mar de placeres encontrados y novedades enfrentadas, con entusiasmo, con deseo, con padecimiento. Placenteros todos pero extraños y vehementes hasta la insólita sensación de ser acariciada por la suavidad de las sábanas de su lecho cuando se introducía en ellas desnuda.

Gustav Klimt

   Isabel se preguntaba cómo había sucedido todo. No tenía un punto inicial desde el que pudiese arrancar. Aquello que denominaba, para ella misma, la extraña sensación general de su cuerpo se había entremezclado con sensaciones en las que su mente y cuerpo se fundieron en aspectos que engrandecían los momentos que vivía. Ahora, sí, ahora, al cabo de mil años de creer que la vida era tal como la había vivido estaba segura de tener razón, fue tradicional en momentos pasados, no en este. La metamorfosis, tan arrebatadora como firme y enérgica, que había sufrido con tanta rapidez, pareciese llevarla en volandas por un éter increíble e inmaterial. No, estaba segura de que no era normal pero ya no lo cambiaría por la continuidad paralela de la monotonía en la que el saber, disfrutar y percibir, eran producto de lo cotidiano. Quería aprender, experimentar y alcanzar márgenes no explorados con la firmeza que le proporcionaba poder distinguir tanto unas simples veleidades como inmensas alteraciones desconocidas. Y, lo más importante, gustar y entender estos cambios con la intensidad de la fascinación que le producían.

Gustav Klimt

   Isabel estaba tan absorta con sus continuos pensamientos que el derredor era, a veces, sustituido por la vacuidad de los sucesos que acontecían. Soñaba. Soñaba despierta y se erizaba con frecuencia. Esperaba, con demasiada frecuencia, que algo sucediese y aumentase el inmenso mar tormentoso de su interior. Siempre aumentarlo, llegar más lejos, a un mar ardiente que la quemase. Sentía. Sentía y quería que, con la serenidad para comprender qué le sucedía, continuase esa confusión de cuerpo y espíritu en un todo único, como pensaba que debía ser. Esperaba con ansia que pudiese establecer la unión entre ambos para que, en adelante, formasen una aleación con propiedades diferentes pero más firme, impetuosa, dinámica y resistente.

   Gustav Klimt



8 comentarios:

  1. Luces puro arte, amigo Antonio ... Isabel, quizás me haya enamorado de Isabel gracias a ti.
    Un abrazo muy fuerte y, ah, no dejes de escribir nunca

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    1. Mi problema es todavía mayor que l tuyo, Enrique: estoy locamente enamorado de las "Preposiciones" y me estoy enamorando de todo el "Abecedario". Mala cosa para las críticas sociales. Un abrazo.

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  2. Una manera de descubrirla. A pleno. Abrazos, Antonio.
    No abandones tu blog. Seguimos leyéndote.

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    1. Acepto totalmente tu recomendación, mi querida Alicia. Trataré, sea como sea, de no dejar el blog, tal como haces tú con tanto arte como sentimiento con el tuyo. Un gran abrazo.

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  3. Qué sensibilidad en un hombre para entrar así en los sentimientos de una mujer. Y ese vídeo... una belleza!

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    1. Pues, Tía Conchi, no te creas que sois fñaciles para expresarme a la oreja estas cosas tan ¿íntimas, normales, naturales, cotidianas...? No me adules que no sé nada de vosotras... Un abrazo.

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  4. Tanto tiempo me gusta leerte y se que me leés jaja
    un beso

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    1. Por supuesto, querida MuCha, por supuesto que te leo aunque existan procesos que deben ser lentos en su concepción y desarrollo. Un beso.

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