viernes, 30 de julio de 2010

UN TORRENTE DE PASIONES


VIAJE SIN RETORNO

Antonio Campillo Ruiz


   Una de las maravillas de la Naturaleza, las cataratas del río Niágara (Niagara Falls), es el incomparable marco que eligen para pasar su luna de miel gran cantidad de parejas de recién casados de todo el mundo.



   Hacer amigos en un viaje de placer es frecuente y, a veces, puede entrañar sorpresas que ocasionan graves problemas. Esto es lo que sucede a una joven, Polly Cluter, Jean Peters, en “Niagara” de Henry Hathaway, 1953.


   Cuando la desconocida, arrebatadora e impetuosa Rose Loomis, Marilyn Monroe, entra en la vida de la inocente y buena chica Polly,  esta se encuentra con un embrujo que no puede frenar ya que el mundo de pasiones, locuras y celos, que inevitablemente la envuelve, la llevan a un laberinto del que no sabe ni puede salir.


   George Loomis, Joseph Cotten, esposo enamorado y atormentado por una maraña de delirio, erotismo y sufrimiento, se encuentra atrapado por la red que él mismo ha tendido y que le llevará inexorablemente a un destino predefinido y buscado. 


   Rose es el exponente fiel del deseo, del frenesí, de la vehemencia y  la voluptuosidad. Nunca volverá a las aguas calmas que le ofrece un marido, que está locamente enamorado de ella y que no quiere entrar en un juego de servilismo y desdén que le anulan. Prefiere sentirla en toda su vitalidad y posteriormente romper las redes de su sufrimiento y añoranza.


   Sin un maestro de la escena y de los puntos de vista como Henry Hathaway hubiera sido difícil que el espectador sintiera “Un torrente irrefrenable de emoción que ni siquiera la naturaleza puede controlar”, "A Raging Torrent Of Emotion That Even Nature Can´t Control!", frase publicitaria de la productora que define la estrecha relación existente entre el argumento de la película y el escueto título que designa un lugar en el que la Naturaleza es tan salvaje como los sentimientos expresados por los personajes.


   La calidad técnica y fílmica de Hathaway y su equipo se pueden apreciar observando detenidamente los elementos expresivos de cualesquiera de los contrapicados, en los que enmarca a actores y paisajes para engrandecer la escena que representan. Igualmente, los puntos de vista de la cámara son coincidentes con aquellos que el espectador espera ver en cada momento. 


   Desafortunadamente, existe una multitud de realizaciones en las que estas coincidencias cinematográfica y fílmica no siempre se producen en la proyección y, a veces, el espectador queda un poco confuso al no poder constatar “su premonición fílmica” con el desarrollo de la acción narrativa. Esto puede deberse a los tipos de planos rodados y/o al montaje posterior.

 
   Por otra parte, en “Niagara” no era fácil suscitar, por su trama cinematográfica compleja en la que el suspense se mezcla con los sentimientos, una complicidad fílmica con el espectador. La mano firme de Hathaway supo obtener de Marilyn Monroe una de sus mejores interpretaciones y de Joseph Cotten, Jean Peters, Max Showalter, Denis O´Dea, Richard Allan, Don Wilson y Will Wright, unas no menos espléndidas actuaciones absolutamente sinceras y creíbles. 
  

   Henry Hathaway es, junto a Raoul Walsh, uno de los dos realizadores imprescindibles en el cine de aventuras y de paisajes violentos, potentes e impetuosos, que tienen un papel propio en la narración de la trama argumental. Sin su correcta dirección y visión escénica, el cine no hubiera conseguido ni los puntos de vista, ni los planos, ni las secuencias, que engrandecen a una película poderosa y arrebatadora.




 

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