sábado, 24 de julio de 2010

AVENTURAS SIN FIN


EL HOMBRE DE BOSTON Y EL PORTUGUÉS

Antonio Campillo Ruiz


   “El Hombre de Boston” y “El Portugués” son dos de los mejores amigos y rivales de todos los tiempos. Su pasión por la vida y por la amistad les lleva continuamente a pelear contra un tercer adversario o competidor sin renunciar a las zancadillas entre uno y otro. Pero zancadillas consentidas, admitidas y de amigo, sobre todo de amigo.


    Raoul Walsh rodó “El mundo en sus manos”, 1952, con la maestría cinematográfica que le caracterizaba cuando narraba una historia de aventuras y de pasiones desbordadas, que traslada al espectador con desenfado gracias a un estado de vitalidad fílmica pocas veces conseguido en el cine de aventuras.


   Cuando el capitán Jonathan Clark, “El Hombre de Boston” (Gregory Peck), navega con su barco, “La Peregrina de Shalom”, por Alaska para capturar focas sin autorización de los dueños del territorio, los rusos, con el fin de vender las pieles en San Francisco, se encuentra con miles de aventureros que, atraídos por el sonido del dinero, de las pieles, del oro y otros descubrimientos que no dejan de producirse día a día en el oeste de la nueva América del Norte, buscan sin descanso enriquecerse fácilmente.


   Su rival en el mar, “El Portugués” (Anthony Qinn), pendenciero, simpático, marrullero, sinvergüenza, bebedor como todos, pero amigo, amigo ante todo, siempre anda a la greña con él por cualquier causa. La más importante es ser dueño de “La Peregrina” “… la goleta más marinera de las que surcan los mares…”, a pesar de ser patrón de la “Santa Isabel” otra goleta también muy  veloz.


   La apuesta, que concluye con una carrera hasta las islas Pribilof,  Острова Прибылова, que en 1850, año en el que está ubicada la película, pertenecían a Rusia, eran el lugar de caza ilícita por excelencia de aquellos comerciantes y aventureros que buscaban un dinero rápido aunque para conseguirlo tuvieran que sortear grandes peligros. 


   Una magnífica fotografía, una planificación maestra y un montaje excelente ha motivado que se considere a la carrera de barcos  como la mejor y más memorable carrera marina rodada para el cine.

 

   Walsh planificó su rodaje con una meticulosidad propia de un director que, como él, siempre subordina los aspectos fílmicos a la técnica: solamente existen tres planos que están realizados con la técnica de transparencias (cuando “La Peregrina” casi aborda a “La Santa Isabel”), el resto está rodado a pie de barco en plena navegación. No de otra forma se hubiera logrado que el espectador viviera como propia una secuencia que en determinados momentos casi se aprecia como cámara subjetiva. Tampoco se hubiera logrado que toda una generación supiera lo que era "la mayor", "el foque" y sobre todo "la escandalosa". Cuando el capitan Clark ordena izar la escandalosa, en el cine que visioné por primera vez la película, sumido en un silencio tenso, de las gargantas de todos los niños y jóvenes, con la misma tensión, salieron gritos de satisfacción y ánimo a pesar de no saber la importancia de la vela izada.


   Probablemente impulsados a una representación tan apasionante, los actores y, especialmente “El Portugués”, Anthony Quinn,  realizan una interpretación inolvidable, ya sean actores principales en la historia o simplemente grandes secundarios que impregnan a la misma de una pizca de humor que siempre es agradable en el este cine de aventuras sin fin.





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