martes, 31 de agosto de 2010

¡PIIIIII! ¡QUE SE ATRASAN!


CERRADO POR MAL TIEMPO

Antonio Campillo Ruiz


   Pues si. Han llegado nuestras vacaciones. Proyectistas, taquilleras (casi siempre son mujeres, hasta en las películas), acomodadores, transportistas, pintores de las pizarras publicitarias, negras y con letras blancas muy peculiares, que se sitúan en lugares estratégicos…, todos los que han realizado un trabajo para que los veraneantes pudiesen ocupar parte de su ocio reviviendo antiguas glorias o modernas producciones del cine, se van, se van a casa. 


   Llevar a los espectadores los sueños, ilusiones, terrores o risas, que han imaginado cuando veían las películas que proyectaban ha sido una labor muy gratificante. A veces, tenían que subir un poco el volumen del único altavoz que funcionaba porque el ruido casca-pipas no dejaba oír el diálogo. Otras, el griterío de los niños viviendo, con su candidez, las aventuras de sus dibujos animados preferidos no dejaba oír ni siquiera la música. A la mañana siguiente, el suelo del cine se encontraba, cada día, como los restos de un campo de batalla: cáscaras, botes, medios bocatas, etc., etc.



   Pero siempre sonreían cuando a las diez, en julio, y nueve y media, en agosto, de la noche, el cine se volvía a llenar aunque las dos películas que “echaban” eran las mismas que proyectaron hacía cinco, e incluso dos días antes. No importa, el cine de verano es para revivir las películas con un bocata y un cartucho de pipas, si es posible con sal, así, cuando terminan las proyecciones vas caminado a casa chupándote los salados labios inflamados, pero con un sabor…, único, irrepetible y que recordamos siempre.

  
   No haré ningún balance. Creo que ha sido una idea como otra cualquiera que me ha divertido mucho, a pesar de su trabajillo, ¿eh? Hemos podido visionar, dieciséis películas de muy diferentes géneros y estilos. Claro que, una de ellas contiene dieciocho películas excelentes y de diferentes autores. Así que, por medio de la cuenta de la vieja, hace un total de quince más dieciocho, treinta y tres. Bien, un número que, además de capicúa, es casi mágico.


   Espero y deseo que a todos los lectores del blog les haya agradado alguna de las películas seleccionadas…, o mejor varias, bueno…, ya puestos…, todas, ¡¡¡caramba!!!


 

viernes, 27 de agosto de 2010

VERANO AZUL


UNAS LARGAS VACACIONES DE VERANO

Antonio Campillo Ruiz


   No podemos acabar este largo “Verano de Cine” sin recordar, y si podemos, volver a visionar, una de las producciones de TVE que representa las “vacaciones de verano” en España con más fidelidad: “Verano Azul” de Antonio Mercero, 1981, emitida por primera vez el 11 de octubre de ese año.


   Antonio Mercero es un guionista, director y productor cinematográfico muy meticuloso en sus realizaciones. Posee una sensibilidad especial para la narración de historias en donde, desde un solo actor protagonista, hasta grupos complejos de personajes, representan, bajo su magistral dirección, inolvidables interpretaciones.


   “Verano Azul”, cuyos principales actores son dos adultos, cinco adolescentes y dos niños, compone uno de los más complejos conjuntos para que la dirección de actores sea cómoda. Cada uno de ellos debe conducirse bajo dos aspectos muy diferentes: en función de su papel en la historia y en función de su edad cronológica. Para poder conseguir verosimilitud en este segundo aspecto es necesario conocer en profundidad la naturaleza de los adolescentes y niños. Mercero es, probablemente, el director español que mejor la conoce y es un maestro dirigiéndola.


   En un tormentoso 1981, aunque concebida y rodada desde tres años antes, la serie de diecinueve capítulos trata temas personales, sociales y de interés potencial que, poco después, se fueron implantando en una democracia cada vez más potente y respaldada por la sociedad de la época. Alguno de sus episodios examina contenidos tabú de los vestigios de la sociedad anterior y plantea discusiones sobre los posibles cambios, sobre todo varias cuestiones inusuales en la televisión, que en aquel momento histórico preocupaban a la mayoría de españoles.


   Bastantes esquemas encorsetados de una rígida concepción de la televisión franquista se rompieron y el divorcio, la especulación inmobiliaria, el derecho de protesta, relaciones entre adultos y adolescentes y sobre todo la libertad, fueron narrados con una naturalidad que se criticaron en bastantes medios de comunicación, mientras se celebraban y aplaudían en otros. Las escenificaciones ficticias de algunos hechos se trasladaron a la calle con tal fuerza que incluso la muerte de Chanquete supuso noticias en primera plana de periódicos y revistas, tal y como si hubiese sido un acontecimiento real.


   Rodada en los espacios naturales de Nerja, para la ciudad supuso un cambio tan importante que, unido a la explosión urbanística, ha producido una transformación esencial para sus habitantes. De igual forma, “Verano Azul” ha sido esencial para una innovación de la televisión en España.  










domingo, 22 de agosto de 2010

PARIS, JE T'AIME

VIDA, AMOR, SILENCIO, TRISTEZA

Antonio Campillo Ruiz


   Lo cotidiano, lo que acontece diariamente a nuestro alrededor, es frecuente que no lo veamos. Posiblemente, lo miremos pero no lo vemos con la conciencia de un espectador de los hechos. En París, la bella y grandiosa ciudad protagonista de la “multipelícula” “Paris, je t’aime”, proyecto conjunto de los realizadores que citaré más adelante, 2006, acontecen diversos sucesos que el espectador puede visionar con admiración, sonrisa o terror.


   Cuando se argumenta que el trasfondo de la película es el amor, es cierto, pero hay que reflexionar sobre las características de los amores que se narran. En algunos casos, el hermoso silencio de una conversación induce a imaginar vidas ajenas, desconocidas, que expresan sentimientos contradictorios e incluso sorprendentes. Tanto los actores como los espectadores se atreven a soñar con episodios en los que se mata o se expone la vida, imágenes dolorosas o alegres, que pueden envenenar algunas ilusiones perdidas. Quizás, todos tienen el corazón en otra parte, aprendiendo a compartir sus soledades.


   El cortometraje puede poseer una libertad narrativa y una posibilidad de transgresión de las normas clásicas cinematográficas que no serían fáciles de expresar en los formatos medio o largo. En el cortometraje, cuando está bien realizado, una mirada, un gesto o un punto de vista, determinan tantos aspectos fílmicos que, solo con ellos, se manifiesta el sentido y sentimiento de la acción que se narra. Su realización es difícil, muy difícil, aunque muchos espectadores lo consideren un formato menor. Creo que en el cortometraje se puede valorar de una forma especial la creatividad, una creatividad que sólo poseen los directores que prevén lo sentido por el espectador antes que la magnificiencia cinematográfica de la técnica.


   Plantear un largometraje con dieciocho (eran en realidad veinte) cortometrajes puede materializarse mediante el conjunto separado de todos ellos o entrelazando las dieciocho historias paralelas sin relación alguna entre ellas. En “Paris, je t’aime”, se optó por la primera de las soluciones aunque se pretendió que existiese una unión, aunque fuese mínima, entre los distintos relatos. La planificación de la segunda e hipotética producción, podría conseguirse mediante un montaje en el que las historias se entrecruzaran unas con otras, algo que sería un verdadero alarde técnico para que el espectador no se perdiese en el entramado fílmico. Esto sucede en otra película que, con excelente montaje y facilitando la comprensión de su planificación, posee un título muy similar: Paris de Cédric Klapisch, 2009.


   Todos los cortos incluidos en “Paris, je t’aime” poseen la impronta especial de sus directores (también guionistas excepto en un caso), que en su mayoría, son extranjeros y han planteado una historia personal, coherente con su estilo cinematográfico y siempre bajo el manto de la ciudad protagonista de todos ellos, Paris.  Alguno de los relatos cortos no poseen, ni necesitan, diálogos. En otros, una voz en off ayuda a la comprensión de la idea expuesta y en el resto, el diálogo o mimo se integran con la naturalidad de un trabajo cinematográfico. Trataré que los lectores de estas líneas que hayan visionado la película recuerden todas sus partes, y aquellos que no lo hayan hecho posean una perspectiva general de esta crónica en dieciocho capítulos titulada “Paris, je t’aime”


   Los malos modos en la expresión, y en la posible vida monótona de nulos alicientes, del protagonista es rápidamente calmada ante un acontecimiento del que se siente protagonista hasta extremos inverosímiles.


   No siempre lo soez es chistoso. La ayuda es también importante cuando se empieza a sentir que ha acabado la adolescencia y se camina hacia una 
comprensión digna y cálida en donde se creía que no la había.


   Descubrir que existen seres que sienten y piensan como uno mismo es desmitificador y sorprendente. Puede ser que se sienta igual sin saber cómo es ese sentimiento.


   Los provocadores actos en presencia de todo tipo de personas solo es un juego, aderezado con la molestia de la permisividad infantil, para constatar una pasión de jóvenes que tienen que demostrar diariamente su poder sobre el/la compañero/a.


   La hermosa y desoladora historia de una nana nos traslada a la sinrazón de una vida moderna, plena de tiempos perdidos, inútiles, en una ciudad en donde se realiza un trabajo que es punto de partida de una larga cadena idéntica a la que se expone.


   Extravagancia, surrealismo, poder y moda. Estas son las características de este pintoresco y estrafalario escenario que existe, si, existe en lugares tan peculiares como los escenarios en donde transcurre la historia rodada.


   Un perfecto contrasentido entre la voz en off y las imágenes que pertenecen a vivencias de los personajes. Un excelente ejemplo cinematográfico de cambio en la apreciación de la vida propia y ajena. El futuro, prometedor, cambia de sentido.


   Tristeza y silencio. El amor es tan potente que el reencuentro soñado es tan real que colma en un solo instante el dolor que desde hace días perturba inconsolablemente a la protagonista.


   La incomprensión de las caricaturas mímicas puede ocasionar momentos de tristeza. Son superados por la verdad del origen de la desigualdad y disconformidad, incluso para niños que son objeto de burlas. 


   Rodada en un solo plano, el diálogo entre una pareja confunde al espectador para llevarle a sonreír agradablemente cuando el amor filial ocasiona un problema al protagonista. 


   Secretas atracciones nunca reconocidas. Mentes obnubiladas por la diaria despreocupación. Fiestas sin fin, amigos sin conocerse. Despreocupación que desata pasiones y nos dejan en vilo cuando la película funde a negro.


   Trabajo mal apreciado. Alegría de vivir y esfuerzo por abrirse camino en una sociedad dura. Atracción secreta y un hecho inesperado entre una multitud de flashback.


   El aburrimiento sexual es mal inspirador de juegos que llevan a los protagonistas más allá de un entretenimiento personal. Como siempre, los pasatiempos solo conducen a eso, a pasar el tiempo.


   Con intrigante arranque, magnífico escenario gótico y una difícil fotografía, creo que el espectador siempre querrá saborear un beso tan intenso, poderoso e impetuoso, como el que escenifican los protagonistas.


   Père-Lachaise posee un encanto especial. Pero, encontrar las calles y lugares específicos en un espacio tan visitado como cualquier museo parisino, provoca una discusión entre una pareja que sólo el protagonista del desencuentro, mágico y sublime, es capaz de solucionar, e incluso mejorar la relación entre la pareja.


   La reiterada invocación desenfrenada sobre el recuerdo de su antigua novia es tan conmovedor como la planificación y montaje de este pequeño gran corto.


   El sarcasmo en la conversación de una pareja adulta contrasta con la peculiar atención del camarero por agradar y procurar que la velada sea dulce.


   La satisfacción de poder disfrutar de un viaje soñado está al alcance de todos los que deseen poder expresar:

“Sentada allí, sola en un país extranjero, lejos de mi trabajo y de toda la gente que conocía, sentí una sensación.

Era algo que faltaba en mi vida: percibí la alegría y la tristeza. Pero no una gran tristeza porque me sentía viva.

Ese fue el momento en el que me enamoré de París.
Y, a la vez, sentí que París se había enamorado de mi.”