domingo, 22 de agosto de 2010

PARIS, JE T'AIME

VIDA, AMOR, SILENCIO, TRISTEZA

Antonio Campillo Ruiz


   Lo cotidiano, lo que acontece diariamente a nuestro alrededor, es frecuente que no lo veamos. Posiblemente, lo miremos pero no lo vemos con la conciencia de un espectador de los hechos. En París, la bella y grandiosa ciudad protagonista de la “multipelícula” “Paris, je t’aime”, proyecto conjunto de los realizadores que citaré más adelante, 2006, acontecen diversos sucesos que el espectador puede visionar con admiración, sonrisa o terror.


   Cuando se argumenta que el trasfondo de la película es el amor, es cierto, pero hay que reflexionar sobre las características de los amores que se narran. En algunos casos, el hermoso silencio de una conversación induce a imaginar vidas ajenas, desconocidas, que expresan sentimientos contradictorios e incluso sorprendentes. Tanto los actores como los espectadores se atreven a soñar con episodios en los que se mata o se expone la vida, imágenes dolorosas o alegres, que pueden envenenar algunas ilusiones perdidas. Quizás, todos tienen el corazón en otra parte, aprendiendo a compartir sus soledades.


   El cortometraje puede poseer una libertad narrativa y una posibilidad de transgresión de las normas clásicas cinematográficas que no serían fáciles de expresar en los formatos medio o largo. En el cortometraje, cuando está bien realizado, una mirada, un gesto o un punto de vista, determinan tantos aspectos fílmicos que, solo con ellos, se manifiesta el sentido y sentimiento de la acción que se narra. Su realización es difícil, muy difícil, aunque muchos espectadores lo consideren un formato menor. Creo que en el cortometraje se puede valorar de una forma especial la creatividad, una creatividad que sólo poseen los directores que prevén lo sentido por el espectador antes que la magnificiencia cinematográfica de la técnica.


   Plantear un largometraje con dieciocho (eran en realidad veinte) cortometrajes puede materializarse mediante el conjunto separado de todos ellos o entrelazando las dieciocho historias paralelas sin relación alguna entre ellas. En “Paris, je t’aime”, se optó por la primera de las soluciones aunque se pretendió que existiese una unión, aunque fuese mínima, entre los distintos relatos. La planificación de la segunda e hipotética producción, podría conseguirse mediante un montaje en el que las historias se entrecruzaran unas con otras, algo que sería un verdadero alarde técnico para que el espectador no se perdiese en el entramado fílmico. Esto sucede en otra película que, con excelente montaje y facilitando la comprensión de su planificación, posee un título muy similar: Paris de Cédric Klapisch, 2009.


   Todos los cortos incluidos en “Paris, je t’aime” poseen la impronta especial de sus directores (también guionistas excepto en un caso), que en su mayoría, son extranjeros y han planteado una historia personal, coherente con su estilo cinematográfico y siempre bajo el manto de la ciudad protagonista de todos ellos, Paris.  Alguno de los relatos cortos no poseen, ni necesitan, diálogos. En otros, una voz en off ayuda a la comprensión de la idea expuesta y en el resto, el diálogo o mimo se integran con la naturalidad de un trabajo cinematográfico. Trataré que los lectores de estas líneas que hayan visionado la película recuerden todas sus partes, y aquellos que no lo hayan hecho posean una perspectiva general de esta crónica en dieciocho capítulos titulada “Paris, je t’aime”


   Los malos modos en la expresión, y en la posible vida monótona de nulos alicientes, del protagonista es rápidamente calmada ante un acontecimiento del que se siente protagonista hasta extremos inverosímiles.


   No siempre lo soez es chistoso. La ayuda es también importante cuando se empieza a sentir que ha acabado la adolescencia y se camina hacia una 
comprensión digna y cálida en donde se creía que no la había.


   Descubrir que existen seres que sienten y piensan como uno mismo es desmitificador y sorprendente. Puede ser que se sienta igual sin saber cómo es ese sentimiento.


   Los provocadores actos en presencia de todo tipo de personas solo es un juego, aderezado con la molestia de la permisividad infantil, para constatar una pasión de jóvenes que tienen que demostrar diariamente su poder sobre el/la compañero/a.


   La hermosa y desoladora historia de una nana nos traslada a la sinrazón de una vida moderna, plena de tiempos perdidos, inútiles, en una ciudad en donde se realiza un trabajo que es punto de partida de una larga cadena idéntica a la que se expone.


   Extravagancia, surrealismo, poder y moda. Estas son las características de este pintoresco y estrafalario escenario que existe, si, existe en lugares tan peculiares como los escenarios en donde transcurre la historia rodada.


   Un perfecto contrasentido entre la voz en off y las imágenes que pertenecen a vivencias de los personajes. Un excelente ejemplo cinematográfico de cambio en la apreciación de la vida propia y ajena. El futuro, prometedor, cambia de sentido.


   Tristeza y silencio. El amor es tan potente que el reencuentro soñado es tan real que colma en un solo instante el dolor que desde hace días perturba inconsolablemente a la protagonista.


   La incomprensión de las caricaturas mímicas puede ocasionar momentos de tristeza. Son superados por la verdad del origen de la desigualdad y disconformidad, incluso para niños que son objeto de burlas. 


   Rodada en un solo plano, el diálogo entre una pareja confunde al espectador para llevarle a sonreír agradablemente cuando el amor filial ocasiona un problema al protagonista. 


   Secretas atracciones nunca reconocidas. Mentes obnubiladas por la diaria despreocupación. Fiestas sin fin, amigos sin conocerse. Despreocupación que desata pasiones y nos dejan en vilo cuando la película funde a negro.


   Trabajo mal apreciado. Alegría de vivir y esfuerzo por abrirse camino en una sociedad dura. Atracción secreta y un hecho inesperado entre una multitud de flashback.


   El aburrimiento sexual es mal inspirador de juegos que llevan a los protagonistas más allá de un entretenimiento personal. Como siempre, los pasatiempos solo conducen a eso, a pasar el tiempo.


   Con intrigante arranque, magnífico escenario gótico y una difícil fotografía, creo que el espectador siempre querrá saborear un beso tan intenso, poderoso e impetuoso, como el que escenifican los protagonistas.


   Père-Lachaise posee un encanto especial. Pero, encontrar las calles y lugares específicos en un espacio tan visitado como cualquier museo parisino, provoca una discusión entre una pareja que sólo el protagonista del desencuentro, mágico y sublime, es capaz de solucionar, e incluso mejorar la relación entre la pareja.


   La reiterada invocación desenfrenada sobre el recuerdo de su antigua novia es tan conmovedor como la planificación y montaje de este pequeño gran corto.


   El sarcasmo en la conversación de una pareja adulta contrasta con la peculiar atención del camarero por agradar y procurar que la velada sea dulce.


   La satisfacción de poder disfrutar de un viaje soñado está al alcance de todos los que deseen poder expresar:

“Sentada allí, sola en un país extranjero, lejos de mi trabajo y de toda la gente que conocía, sentí una sensación.

Era algo que faltaba en mi vida: percibí la alegría y la tristeza. Pero no una gran tristeza porque me sentía viva.

Ese fue el momento en el que me enamoré de París.
Y, a la vez, sentí que París se había enamorado de mi.”


 




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