JULIA
Antonio Campillo Ruiz
Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.
Gustavo Adolfo Bécquer
Ira Tsantakidou
Julia
sintió un escalofrío. Levantó levemente sus almendrados ojos color avellana por
encima de las minúsculas gafitas de lectura y se encontró con dos faros verdes,
fijos, impenetrables, incidiendo directamente en ellos. Con un suave movimiento
dejó que las lentes resbalasen desde su nariz y quedasen colgando del cordón
que rodeaba su cuello. Su turbación era desasosegante. La mirada verde incidía
directamente es sus ojos, sin pestañear, hablándole con los miles de
irisaciones que los cambios de luz reflejados en ellos destellaban de vez en
cuando. Frente a frente, a una distancia no superior a un metro, la intensidad
de la mirada la atraía y rechazaba. Cerró el libro que leía con parsimonia
dejando la mirada quieta. Se recostó suavemente sobre el respaldo y trató de
leer lo que estaba escrito en el espacio.
Ira Tsantakidou
Julia, aquella mañana, en el baño reparador, había intuido que algo podría
suceder aquel día. Quedó pensativa mientras el agua recorría su cuerpo y se
rió. ¿Qué podría suceder? Pues, lo cotidiano. Iría al trabajo, con prisa, como
siempre, se encontraría bien o regular, desearía terminar o se enfrascaría en
su trabajo con intensidad. Lo cotidiano. Sin embargo aquellos ojos la atraparon
con una intensidad nunca sentida. Y no se desviaban de los suyos. No recorrían
su cuerpo ni observaban sin ver. Estaban hablando con los suyos en un lenguaje
que no podía comprender. Con lentitud recorrió frente, pelo, labios y cara de
quien se había atrevido a hablarle descarada, aguda y vehementemente.
Ira Tsantakidou

Antonio Campillo Ruiz
Ira Tsantakidou
Querido Antonio (soy ohma),hacía mucho tiempo que no te leía pero ya veo que sigues haciendo buenas descripciones y contando historias que dicen mucho con pocas palabras. Con una mirada se pueden conseguir muchas cosas y decirlas.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
¡Hola, querida amiga Ohma! Te sigo leyendo a pesar de que deje aparcados los comentarios. Un largo proceso de readaptación mental y emotiva me lo aconseja. Sí, a pesar de ello, empecé a escribir otra vez y, bueno, parece que sigo uniendo palabras para que, con vuestra condescendencia, leáis y critiquéis. Me encanta seguir en contacto contigo. Un gran abrazo.
EliminarTu amor, nunca oculto, siempre te desborda, amigo Antonio ¿Cuántas veces me he sentido Julia? ¿Cuántos y cuantos de nosotros no lo hemos sentido? ¿Cuántos ojos con daga verde volvieron al día siguiente, al momento siguiente? ¿Cuantos encontraron a su Julia o a sus otros ojos verdes clavados en los suyos? Tuvimos suerte, amigo, la encontramos y ahora quedamos atrapados eternamente en ellos en sus ojos y en su alma.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo ... muy fuerte.
Pues, ¿a qué negarlo, Enrique? Me gusta sentir. Nos gusta sentir y encontrarnos vivos con esa maravillosa unión de sensaciones físicas y percepciones emotivas. Alguna vez, aún sin especificar el género de quien posee esos ojos verdes, se puede hacer notar una Julia en un instante y vivir la belleza, el sonrojo y la atracción. Un abrazo, querido amigo Enrique.
EliminarEsa voluble Julia! Cómo puede apartar de su mente la mirada verde que describes! Seguro que no fue capaz de captar lo que tú nos transmites con la palabra.
ResponderEliminarNo se sabe, Tía Conchi. Las personas, a veces, somos capaces de apreciar miles de detalles que pasan como una veloz película plena de fotogramas que nunca apreciamos de forma consciente y separados. Todos conforman un mundo especial que nos transporta más allá del lugar y el instante en el que nos encontramos. Nunca se sabe. Un abrazo.
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