lunes, 6 de agosto de 2018

PASEO ESTELAR


EL VIAJE PROMETIDO

Antonio Campillo Ruiz


A Marisa, mi amada esposa,
que marchó a las Pléyades
hace dos años.


   La abuela siempre aseveraba lo que decía con tal seguridad que era obligatorio creerla. Viajábamos en su antiguo pero inmaculado coche por uno de los miles de caminos entretejidos como una tela de araña en la enorme planicie polvorienta que separaba su casa de la ciudad. El rostro de la abuela se diferenciaba de su pulido coche en los profundos valles que poseía. Secos y zigzagueantes recuerdos del lecho de una piel suave, martirizada por el sol y los potentes vientos del semidesierto donde vivía. Estaba segura de que nos podía llevar hasta uno de los lugares que más apreciaba de todo el Universo.

-      Sí, no lo dudéis, mis Pequeñas, podréis caminar por miles de caminos sólo saltando de un mínimo satélite a otro.


   Su pasión por los astros y el cielo inmaculado que la extasiaba todas las noches, sentada en el porche de su casa, observando con paciencia los detalles y variaciones en función de las estaciones que, posteriormente relataba a sus dos nietas con la pasión de haber vivido el encanto de constelaciones y todo tipo de formaciones estelares mitológicas. Muchas noches enseñaba, a simple vista, a las dos niñas las formaciones más peculiares y sencillas. Otras, escudriñaban las tres, a través del telescopio construido por el abuelo y que difícilmente dejaba a personas ajenas si no era ajustado previamente por él. Observaban embelesadas el cielo gracias a sus precisas lentes y espejos. sin luces parásitas que desvirtuasen la pureza de aquellos astros, a los que, con certeza, decía la abuela que nos enviaría para conocerlos en su inmensa grandeza.

-      Pero, abuela, ¿cómo vamos a viajar mi hermana y yo tan lejos? Tendrás que comprar o construir una nave espacial para que podamos alcanzar ese lugar que tanto te atrae.
-      No. Iréis cuando vuestro convencimiento por llegar sea tan potente que, para alcanzarlos el deseo por visitarlos sea tan grande en vosotras como las dimensiones de los lugares unidas a la distancia a las que se encuentran.


   En ese momento se produjo un enorme destello, unido a un chasquido de gran sonoridad y las dos hermanas se encontraron suspendidas en el espacio alejándose a gran velocidad del bello Planeta Azul en el que se encontraban hasta ese instante. La sorpresa ante la veracidad de las palabras de la abuela fueron olvidándola al observar la belleza de la que disfrutaban en aquel sorprendente vuelo por lo infinito. En varias ocasiones habían podido ver y leer las condiciones de los viajes en el espacio cercano. Los enormes y pesados trajes protectores con sus mecanismos y artilugios para detener la radiación solar, la complejidad del lanzamiento de las naves, la gran cantidad de técnicos encargados del proceso… No, no podían creer que ellas, con sus vestidos de verano, a través de las palabras de la abuela se encontrasen en el espacio.


   Inesperada y sorprendentemente sintieron en su cuerpo unos extraños choques a la vez que se detenían de golpe. Trataron de identificar el lugar donde se encontraban. Sus pies se posaban sobre unos pequeños trozos de hielo que percibían muy frío porque no llevaban zapatos. Al diluirse este hielo quedaron encima de unas pequeñas rocas que formaban, junto a miles y miles de otras, un inmenso plano circular que destellaba con la luz solar, mucho más débil que la percibida en la Tierra. Existían diferentes planos que rodeaban una enorme masa circular. Eran satélites de un planeta y lo aprendido les indicaba que debía ser Saturno, el “Gigante Bello”, como le llamaba la abuela. Lo habían  observado, investigado y fisgado desde la Tierra en todas sus posiciones y conocían esos inmensos anillos que lo rodean. Recordaron todo lo que le había contado la abuela y trataron de caminar, desde el lugar en el que se encontraban, a otras pequeñas rocas con hielo y lo consiguieron. Con alegría empezaron a trazar caminos y, de vez en cuando quedaban sobre uno de los satélites haciendo equilibrio con un solo pie como cuando jugaban a la rayuela. Gritaron:


-      ¡Principito, estos satélites a los que nos ha enviado muestra abuela son más pequeños que tu  planeta! ¡Y podemos caminar de uno a otro para dar la vuelta completa a este enorme Gigante Bello! Tú camina hacia la derecha haciendo curvas y yo hacia la izquierda - dijo una hermana a la otra - así, la abuela nos verá y comprenderá que nos divertimos jugando. 

   Jugaban a saltar de uno a otro componente de los inmensos anillos y cantando de felicidad observaron un cometa deslumbrante que se dirigía hacia donde se encontraban. Se detuvieron y, con la claridad de una aparente luz propia, vieron que era la abuela viajando a gran velocidad por la misma trayectoria que ellas habían recorrido.

-      ¡Abuela! ¡Abuela! ¿Dónde vas?
-      ¡Hola, mis Pequeñas princesas! Me dirijo a uno de los lugares más bellos del Universo al que vosotras no podéis acompañarme todavía. Se encuentra muy lejos, muy lejos. Se llama “Las Siete Hermanas”, Las Pléyades, en la constelación de Tauro. No podréis ir a ese lugar hasta que seáis tan mayores, tan mayores, como yo. Disfrutad mucho de vuestra imaginación y de la vida. ¡Adiós, mis queridas Pequeñas!


   Un sonido estridente les molestaba mucho y se agitaron cuando alguien las cogió y, en volandas, las trasladó a dos estrechas y duras camas donde quedaron dormidas. Un enfermero colocó los zapatos de ambas niñas en la parte posterior de las camillas. Las sirenas de ambulancias y policías ululaban sin cesar y varios hombres, con diferentes uniformes, trataban de rescatar a una mujer sin vida que se encontraba atrapado entre el volante y el asiento de un destartalado coche antiguo que había caído en un socavón sin señalización. La policía circundaba con vallas aquel extraño agujero en el que se podía apreciar un objeto ardiente en su centro. 
  

  Años después, las niñas que viajaron sin nave y jamás supieron por qué no se fueron con la abuela aquel lejano día, escribieron, en la parte posterior de una fotografía de la abuela con ellas, en la que se encontraban sentadas sobre las rodillas de aquella mujer tan admirada y recordada, uno de los fragmentos de su libro más querido, entremezclado con su perenne recuerdo:

“Sí, abuela, creemos que lo único que podemos sentir es tristeza, que es un sentimiento y, como decía D. Quijote, “… los sentimientos son privativos del alma y, querido Sancho, el alma sólo es de Dios”. Siempre te querremos querida abuela".

Antonio Campillo Ruiz




6 comentarios:

  1. Precioso e ilustrativo, como siempre. Un abrazo, tío bamboso.

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  2. Muy bonito. Seguro que a Marisa Le encantará que se lo hayas dedicado. Un abrazo

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  3. Un homenaje muy emotivo. Desde donde esté en la Luz, tintineará de alegría.

    Un gran abrazo

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  4. Mucha emoción en tu mensaje... y personalmente, sentí mucho su partida. Nos seguíamos en los blogs. Un abrazo Antonio ! (Así es la vida, cruel y despiadada, yo perdí a mi esposo hace un año y medio, y no soy la misma ... se perdió TODO para mi )

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  5. Allá, por donde pasean el Caballero Andante y el Principito, llegó la Pasajera Celeste.

    Se tendió y buscó a través de la túnica azul, allí donde cada noche escapaban chispas de luz, aros de viento.
    El lugar perfecto para escuchar el Ave María de Schubert.
    Observó a los suyos para bendecirlos y cuidarlos. Todo en orden.

    Un abrazo.


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  6. Me ha encantado este bonito y sentido homenaje.
    Mi querido amigo... sin duda ella brilla con suave y elegante movimiento en el espacio infinito, entre otras bellas estrellas que la hacen única y especial, tal como fue antes de su increíble viaje.
    Me resulta realmente fácil sentirla sonreír mientras ve a esas dos pequeñitas gozar la vida con la plenitud que ella siempre les deseó.
    Las enseñanzas de una abuela nunca se olvidan, la grandeza de un alma hermosa, tampoco.
    Un abrazo inmenso, como tu cielo colmado de estrellas. Gracias por compartir pedacitos de tu vida, de tu recuerdo y de tu cielo.

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