martes, 27 de septiembre de 2011

PERIODISMO

LA FRONTERA

María Luisa Arnaiz Sánchez

En el pico, István Szönyi

LA FRONTERA

   A la entrada de la mina La Frontera, que creía abandonada, se hallan dos hombres. Tienen el rostro terroso, apariencia de mineros en la vestimenta desastrada, y pancartas en alto condenando el cierre de las minas decretado por Paz Estenssoro. La escena me parece curiosa; detengo el jeep, me bajo y me acerco a ellos. Hace años que no venía por este camino abandonado, hace años que no visitaba la finca de Sergio. Bien puede esperar unos minutos, me digo, y perdonar al periodista que siempre hay en mí.
   De cerca, confirmo que son mineros. Los rayos del sol refulgen en todas partes menos en sus cascos, tan viejos y oxidados que carecen de fuerzas para reflejar cualquier cosa. Los mineros no mueven un músculo cuando me acerco a ellos, no pestañean, miran a través de mí. Sus pies de abarcas destrozadas se hallan encima de huesos blanquinegros. Miro el suelo, y descubro que yo también estoy posando mis pies sobre huesos: de todos los tamaños y formas, algunos sólidos y otros muy frágiles, pulverizándose al roce de mis zapatos. En mi corazón se instala algo parecido al pavor.
   Las minas fueron cerradas hace más de siete años. Muchos mineros entraron en huelga, pero al final terminaron aceptando lo inevitable y marcharon hacia su forzosa relocalización, a las ciudades o a cosechar coca al Chapare.
   ¿Podía ser, me pregunto, que la noticia del fin de la huelga no hubiera llegado hasta ahora a los mineros de esta mina? La región de Sergio progresó con la inauguración del camino asfaltado, y aquí quedaron, abandonados, esta mina y el camino viejo.
   Les pregunto qué están protestando.
   Silencio.
   Después de un par de minutos insisto esta vez tartamudeando, acaso dirigiendo la pregunta más a mí mismo que a ellos. Y entonces veo un leve movimiento en la boca de uno de ellos. Un par de músculos faciales se estiran, quiere decirme algo.
   Pero el esfuerzo es demasiado. Boquiabierto, veo el quebrarse de la reseca piel de las mejillas y el pesado caer de la pancarta: luego, súbitamente, el rostro se contrae sobre sí mismo y la carne se torna polvo y se derrumba y del minero no queda más que un montón de huesos blancos y secos.
   Pienso que es hora de no hacer más preguntas, de reemprender mi camino, de aparentar, una vez más, no haber visto nada.

Edmundo Paz Soldán

4 comentarios:

  1. Descarnado, nunca mejor dicho, y demoledor relato. Edmundo Paz es un gran escritor.

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  2. Y ¡cuántas noticias ninguneadas por los intereses del capital! Saludos, Enrique.

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  3. Impresionante relato, símbolo de la destrucción de toda una sociedad que mantiene las apariencias pero está, a menudo, rota por dentro. Un abrazo.

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  4. Sin duda el relato tendría que no dejar impasible a quien lo leyera, pero estamos tan acostumbrados a ver en la tele muertos en vida (¿cómo llamar por ejemplo a los millones de pobres del mundo?), que sucesos como los del cuento, por más verídicos que sean, no son nunca noticia. Saludos, Isabel.

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