jueves, 7 de noviembre de 2013

EL VIAJE

ALBERT CAMUS: "LA MUJER ADÚLTERA" - I

Antonio Campillo Ruiz
                                                            « Je comprends ce qu’on appelle gloire,
                                                             le droit d’aimer sans mesure. »
                                                                                
                                                                                                            Albert Camus


   Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Albert Camus, uno de los maestros de la filosofía existencialista y escritor de prosa tan precisa como penetrante. Su temprana muerte nos privó de un cambio en su pensamiento filosófico, en su estilo literario y en su concepción de una vida que estaba sufriendo muestras de renovación y revolución del pensamiento. Mi pequeño homenaje a su imborrable recuerdo es un canto a la libertad y el rechazo a considerar siempre como normal aquello que queda establecido como un dictado ordenado, indiscutible, incuestionable e irremediable.
    
   “El exilio y el reino” de Albert Camus está formado por seis relatos y se publicó en 1957. En el primero de ellos, “La mujer adúltera”, se patentiza lo que el propio autor pensaba: “He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha”. Es muy frecuente que los lectores, críticos o estudiosos de esta obra, sepan de memoria su principio: Un matin d’hiver, en Algérie, dans un autocar brinquebalant aux glaces relevées en raison d’une tempête de sable, une “mouche maigre…” pero hoy me gustaría transcribir cómo se inicia la inquietud de una mujer casada mientras que acontece una tormenta de arena:

“Hacía rato que una mosca flaca daba vueltas por el autocar que sin embargo tenía los cristales levantados. Iba y venía sin ruido, insólita, con un vuelo extenuado. Janine la perdió de vista, después la vio aterrizar en la mano inmóvil de su marido. Hacía frío. La mosca se estremecía con el viento cargado de arena que rechinaba contra los cristales a cada ráfaga. En la escasa luz de la madrugada de invierno el vehículo rodaba, oscilaba y avanzaba a duras penas con gran ruido de ejes y chapas. Janine miró a su marido. Con aquellos espigados cabellos grises que nacían bajos en una frente apretada, su nariz ancha, su boca irregular, Marcel tenía un aspecto de fauno desdeñoso. A cada bache de la carretera le sentía saltar junto a ella. Después dejaba caer su torso pesado sobre sus piernas separadas, y de nuevo permanecía inerte, con la mirada fija, ausente. Únicamente sus gruesas manos lampiñas, que la franela gris que cubría las mangas de la camisa y las muñecas hacía parecer aún más cortas, parecían estar en acción. Apretaban con tanta fuerza una pequeña maleta de lona colocada entre sus rodillas que no parecían sentir el titubeante recorrido de la mosca.


De repente se oyó con nitidez el aullido del viento, y la bruma mineral que rodeaba al autocar se hizo aún más espesa. La arena caía ahora a puñados sobre los cristales, como arrojada por manos invisibles. La mosca agitó un ala friolera, se agachó sobre sus patas y alzó el vuelo. El autocar aminoró la marcha dando la impresión de que estaba a punto de detenerse. Después el viento pareció calmarse, la bruma se aclaró un poco y el vehículo recuperó velocidad. En el paisaje ahogado por el polvo se abrieron agujeros de luz. Dos o tres palmeras escuálidas y blanquecinas, que parecían recortadas en metal, surgieron en el cristal para desaparecer al instante.

—¡Qué país! —dijo Marcel.

El autocar estaba lleno de árabes que fingían dormir sepultados en sus chilabas. Algunos habían recogido los pies debajo del asiento y oscilaban más que los otros con el movimiento del vehículo. Su silencio, su impasibilidad, terminaban por resultar ominosos a Janine; le parecía que hacía días que viajaba con aquella escolta muda. Sin embargo el autocar había salido al amanecer de la terminal de ferrocarril, y hacía dos horas que avanzaba en la mañana fría por un páramo pedregoso, desolado, que al menos al principio se extendía en líneas rectas hacia horizontes rojizos. Pero se había levantado el viento y poco a poco se había tragado la inmensa llanura. A partir de aquel momento los viajeros no habían podido ver nada más; se habían ido callando uno tras otro para navegar en silencio por una especie de noche blanca, enjugándose a ratos los labios y los ojos, irritados por la arena que se infiltraba en el coche.


«¡Janine!» El grito de su marido la sobresaltó. Pensó una vez más en lo ridículo de aquel nombre, grande y fuerte, lo mismo que ella. Marcel quería saber dónde estaba el maletín de las muestras. Ella exploró con el pie el espacio vacío debajo del asiento, encontró un objeto y dedujo que era el maletín. De hecho no podía agacharse sin sofocarse un poco. Sin embargo en el colegio era la primera en gimnasia y sus pulmones eran inagotables. ¿Tanto tiempo hacía de eso? Veinticinco años. Pero veinticinco años no eran nada, porque le parecía que era ayer cuando aún dudaba entre la vida libre y el matrimonio, y que era ayer también cuando pensaba con angustia en el día en que quizá envejecería sola. No estaba sola, y aquel estudiante de Derecho que no quería dejarla nunca se encontraba ahora a su lado. Había terminado por aceptarle, aunque fuera un poco bajito y aunque no le gustara demasiado su risa ávida y breve, ni sus ojos negros demasiado saltones. Pero le gustaban sus ganas de vivir, algo que compartía con los franceses de aquel país. También le gustaba su aspecto lamentable cuando los acontecimientos, o los hombres, no respondían a sus expectativas. Sobre todo le gustaba ser amada, y él la había inundado de atenciones. Haciéndole sentir tan a menudo que ella existía para él, la hacía existir realmente. No, no estaba sola...


El autocar se abrió paso entre obstáculos invisibles con grandes toques de bocina. Sin embargo en el coche nadie se movió. De repente Janine sintió que alguien la miraba y se volvió hacia el asiento contiguo al suyo, del otro lado del pasillo. Aquel individuo no era un árabe y le extrañó no haberlo advertido al principio. Llevaba el uniforme de las unidades francesas del Sahara y un quepis de tela parda sobre un curtido rostro de chacal, largo y puntiagudo. La examinaba con sus ojos claros, fijamente, con una especie de hastío. De repente ella se ruborizó y se volvió hacia su marido que seguía mirando hacia el frente, hacia la bruma y el viento. Se arropó en el abrigo. Pero aún seguía viendo al soldado francés, alto y delgado, tan delgado en su guerrera ajustada que parecía fabricado con algún material seco y frío, una mezcla de arena y huesos. Fue entonces cuando vio las manos flacas y el rostro quemado de los árabes que iban delante de ella, y observó que parecía que estaban a sus anchas, a pesar de sus vestimentas amplias, en aquellos asientos en los que ella y su marido apenas cabían. Recogió junto al cuerpo los faldones del abrigo. Sin embargo ella no era tan gorda, sino más bien grande y llena, carnal y aún deseable —bien lo adivinaba en la mirada de los hombres— con su cara un tanto infantil, sus ojos frescos y claros, en contraste con aquel cuerpo grande que ella sabía tibio y relajante.”

Albert Camus

22 comentarios:

  1. Certero homenaje a un gran hombre multifacético.
    Las cosas buenas son dignas de transcribirlas.
    Gracias por este pasaje tan rico en palabras y escenas.
    Saludos cálidos para ti Antonio.

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    1. Albert Camus siempre estará presente en la memoria de la sociedad moderna, Genessis. La minuciosidad de su prosa ees tan sencilla que aparentemente es fácil de imitar. Nada más lejos de la realidad. Transcribir una simple línea de sus obras es una satisfacción.

      Un fuerte abrazo, querida Genessis.

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  2. Me uno a ese homenaje a Albert Camus. Muy bien seleccionado el texto que he disfrutado con su lectura. Donde esté una buena lectura, aunque como en este caso sea una traducción, que se quite tanto texto que deja mucho que desear. Me gusta mucho leer y no tengo tanto tiempo por eso tengo que priorizar a qué obras lo voy a dedicar y la obra de Camus es una de ellas.
    Cariñoso abrazo.

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    1. Me congratulo al pensar como tú, María Pilar. Priorizar una obra de Camus para leerla con la atención que merece es un acierto para quien sepa valorar, en general, la Filosofía y la Literatura. Este texto es la mitad de la novela corta incluída en "El exilio y el reino". No es complejo poder acceder al resto de "La mujer adúltera". Te aconsejo que, a pesar del tiempo la acabes de leer: http://elbamboso.blogspot.com.es/search/label/Albert%20Camus

      Un fuerte abrazo, María Pilar.

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  3. Muchas gracias por recordarnos la importancia de este escritor, hay tanto por leer...

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    1. Sí, Marcos. Se nos escapa tanto... No por ganas sino por no poder abarcar todo lo que nos es grato...

      Un abrazo, Marcos.

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  4. Coincido con todos por aquí arriba, un merecido homenaje. Nos hacen falta más homenajes, a veces siento que a todos estos personajes "enormes" los hemos visto pasar sin hacer un alto en nuestro camino para pensar lo que han dejado de verdad. Fue, justamente, Camus quien dijo "No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar." Nada más, ni nada menos. Abrazo, Antonio.

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    1. Cierto, Patzy: ¡nada más, ni nada menos... El pensamiento de Camus, su pensamiento y su evolución, su influencia en millones de jóvenes que en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado tuvieron la suerte de poder leerlo (en España estuvo prohibido surante mucho tiempo),, quienes hacíamos pequeñas trampas entre consentidas y espiadas, como traerlo en versión original por algún amigo desde Francia o traducido desde Mexico, sabemos que poseemos mucho de un pensamiento tan limpio como clarividente. Quienes lo han anatemizado, despreciado y sojuzgado, continúan haciéndolo con la desfachatez que impone el poder. Ha estado sin editarse nuevas ediciones de sus obras años y años. Afortunadamente poseo unas veinticinco edicionesm en idiomaoriginales, diferentes y varias traducidas. La traducción que he seleccionado es una de las mejores que he encontrado. Yo poseo mis propias traducciones.

      Un fuert abrazo, querida Patzy.

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  5. Antonio me uno a este pequeño homenaje que haces a Albert Camus, defensor de las libertades, que al morir tan joven, no pudo dejarnos lo que un alma como la suya, va experimentando con el paso de los años. El texto que has elegido es maravilloso, se percibe el viento, el rodar del autobús, la asquerosa mosca... y hasta los olores que emanan las personas que van en él.

    Mis felicitaciones con un abrazo.

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    1. Así es Ángeles, se huele el interior del autobús... Su meticulosidad, tan sencilla como eficaz, nos la transmitió con la misma ilusión que cantó con una fuerza potente y poderosa la libertad. Quien posee la suerte de leer sus obras literarias y pensamientos.filosóficos lo apreciará con mucha rapidez.

      Un fuerte abrazo, querida Ángeles..

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  6. Camus es uno de mis autores favoritos. Me ha encantado tu elección, Antonio, aunque me gusta leerlo más en versión original.
    Un abrazo

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    1. Sí, es cierto, María José, ninguna traducción creo que es mejor que la de uno mismo por dos razones: pensarlas en francés y traducirlas con el carácter libre que impone la interpretación de lo expresado. Como le he contado a Patzy, poseo bastantes ediciones en idioma original y mis propias traducciones. Creo que es un trabajo que me satisfizo porque Albert Camus es para mí, el filósofo, el autor, el hombre. Te he seleccionado una dirección: sube el sonido de tus altavoces y el de la película que está un poco bajo, y escucha...
      http://youtu.be/AEp7hATkECw

      Un fuerte abrazo, querida María José.

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  7. Le haces un gran homenaje, con el que me abres la puerta de regreso a su obra, porque es muy valiosa, que recuerdo muy vagamente, estaba muy joven cuando leí algunas, como La peste.
    Gran abrazo.

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    1. Es normal, Sara, a los grandes autores y pensadores siempre les sucede algio similar a lo que expresas: les conocemos, les hemos leído pero hace tanto tiempo que en ese intervalo hemos estado sujetos a la comercialización de aciagas obras que alcanzan lo que persiguen las editoriales: grandes beneficios. Una desgracia como otra cualquiera.

      Un fuerte abrazo, querida Sata.

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  8. Magnífica tu iniciativa, querido Antonio. Traer a Camus es bueno siempre y más en ocasiones como esta, que para algo sirven las efemérides.
    Me gusta tu elección, porque disfruto de Camus siempre.
    Un beso enorme.

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    1. Sí, Isabel, la efemérides se han inventado para celebrar algo que nos resulta grato. En este caso, debido a la temprana edad y desafortunado accidente en el que desapareció esta inmenso pensador del siglo pasado, no se debe celebrar nada pero sí recordar su obra y su pensamiento. Disfrutar de Albert Camus es lo que sucede siempre que se lee aunque solo sea una línea de su pensamiento.

      Un fuerte abrazo, querida Isabel.

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  9. Hola Antonio!
    siempre me gusto Camus, especialmente por como se veia en su gabardina... jeje :) De verdad, que bonito homenaje le haces al gigante de la intelectualidad cuya muerte violenta sello su mistica. . su obra es la prueba de que se puede vivir con dignidad; su increíble contribucion al pensamiento occidental deberia ser una inspiracion permanente para todos nosotros. Camus es uno de mis heroes, bravo por este recuerdo y por tu blog siempre lucido y maravilloso.
    Saludos.

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    1. Muchas gracias, Carolina, siempre me sonrojas. Me agrada que tengamos igual opinión acerca de este gran pensador. Es cierto, siempre ha cantó con fuerza a la dignidad y a la libertad de todas las personas humanas sin tener en cuenta su condición, raza o credo. Este complejo y difícil camino le provocó no pocos dolores de cabeza y sinsabores, incluso de sus amigos de pensamiento. A pesar de rllo, desde sus novelas, ensayos, artículos peridísticos y obras de teatro son esenciales en la Literatura Universal. Siempre será una desgracia no haber podido acabar el bello texto de "El primer hombre". Aunque inconcluso, su hija lo publicó en 1994.

      Un fuerte abrazo, querida Carolina..

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  10. Me parece maravilloso este estupendo y merecido homenaje que le haces al inolvidable Albert Camus . Me uno a este bello recuerdo.

    Un fuerte abrazo

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    1. Me alegro de tener gustos similares, Amalia. De entre tus amables palabras, escojo "merecido homenaje" porque así lo creo yo también. Albert Camus merece un homenaje continuo: leerle a apreciar su lúcido pensamiento.

      Un fuerte abrazo, querida Amalia.

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  11. Ay, Camus. Llegó tarde a mi pero luego me hizo cautivo encerrándome dentro de sus libros. Magnífico homenaje.

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    1. Sin trucos, Enrique, llegó tarde a mucha gente. Sus libros e incluso las referencias a su pensamiento "estaban en el índice". Amén. Gravemente peligroso cantar a la libertad y dignidad de las personas. ¡Vaya etapa que nos tocó vivir!

      Un fuerte abrazo, querido Enrique.

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