sábado, 19 de marzo de 2016

ABECEDARIO: D

DELIA

Antonio Campillo Ruiz
                                                                                                            A Delia

 Hans Jochen Bakker

   Delia despertó en mitad de la noche agitada, empapada en su sudor. Sintió la pesadilla que quebró su descanso con la intensidad de la realidad vivida. Al levantarse de aquella cama extraña, advirtió que le dolía el cuerpo. Siempre extrañaba las camas ajenas. Con paso lento se dirigió a la estancia donde podía beber un vaso de agua. Sentada ante él, recordó el transcurrir de las últimas horas. Unas horas tan intensas como soñadas pero tan inesperadas como vanas. Era su obsesión desde hacía un tiempo que, simulaba ser inmenso, mas se concentraba en un corto período de soledad. Por las mal cuidadas contraventanas ululaba un viento que transportaba aquella arena fina que martilleaba sin cesar la madera. Otro sorbo de agua. Su mente, conectada con una realidad ajena a ella no cesaba de exigir respuestas a preguntas que jamás se hizo. Nunca quiso hacerlas porque sus respuestas se convertían en nuevas preguntas que, incesantes, agitaban unos sentimientos contradictorios desde el mismo día de su llegada.

 Hans Jochen Bakker

   Delia miraba ensimismada el vuelo incesante y monótono de un grupo de moscas que pareciese que flotaban ingrávidas en el centro de la habitación que poseía multifunciones en la casa. Esperaba. Su misión era esperar y recoger unas cuantas migajas de felicidad. ¡Ah, si no hubiese sucedido aquel desafortunado encuentro con su eterna enemiga! No, no tendría que esperar ni rebuscar en sí misma una pasión no por querida menos nimia, ni, en ocasiones,  insatisfactoria. Un entorno hostil le conducía por caminos imprevisibles, admitidos y, a veces, se preguntaba si eran también queridos. Estaba segura de que eran necesarios y eso le bastaba para admitirlos. Sin embargo, estaba cansada. Lo cotidiano era su carcelero a la vez que su único y necesario  amigo. Dejarlo suponía para ella una pequeña traición que aumentaba su sensación de desamparo.   

 Hans Jochen Bakker

   Delia se sobresaltó al escuchar el sonido de su teléfono. Menos mal, pensó, alguien quiere escucharme. El sonido de una voz alegre le recordó que todavía pertenecía a un mundo al que debía volver con la mente y el espíritu sanos y salvos. Su pensamiento voló y transmutó las preguntas por respuestas. Sí, era posible, todo se podía compartir y disfrutar, todo fue siempre posible y ahora, cuando empezaba a necesitarlo más, debía seguir siéndolo. Dudaba de su propia meta, impuesta por ella misma hacía tanto tiempo que ni recordaba cuál fue el motivo que le impulsó a ello. Lo cierto era que sus viajes y su vida se habían convertido en una tensa espera remendada con los frágiles hilos de la esperanza y la ilusión. Los mínimos instantes de deseos cumplidos y placeres furtivos disfrutados, rompían sin cesar el acueducto que mantenía regados y fertilizados los campos de sus sueños. Después, durante sus largos días de soledad, cosería con lentitud los desperfectos de su propia felicidad.

Antonio Campillo Ruiz

 Hans Jochen Bakker

2 comentarios:

  1. Cuando un autor encripta tan bien un argumento, está claro, no quiere abrir la tapa y compartirlo. Prefiere que el destinatario busque pistas y lo desarrolle.
    Esa ha sido mi opción. Seguir el juego hasta montar mi propia historia porque yo también, como el autor, imagino.
    Un afectuoso saludo, Antonio.

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    1. Ana María, es un placer aprender de tu perspicacia. Compartir lo expresado se ha compartido. La cuestión es que su encriptamiento debe ser, como ha sido tu opción, desentrañado por el lector. ¿Causa? Probablemente una invitación a componer una historia que es atemporal e infeliz. ¿Infeliz? Creo que sí, aunque para quien la percibe o la vive, pueda parecer tan importante como esa vida que trata de arañar.
      Como siempre, un placer y un lujo leerte.
      Un gran abrazo, querida Anamaría.

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