viernes, 9 de diciembre de 2016

EL ASCENSOR

FRIALDAD

Antonio Campillo Ruiz 
 

   Escuchó un pequeño chasquido cuando aquella mano le agarró fuertemente su brazo y, sorprendido, miró su pecho mientras un cuchillo lo penetraba. Lo hizo sin dolor, sólo un roce con alguna costilla que desvió su camino. Se sorprendió al levantar la cabeza y observar aquellos ojos claros, fríos y penetrantes que, con una mirada perdida, sin denotar ninguna emoción, se clavaban en los suyos. La puerta del portal se abrió con gran estruendo y los chicos del segundo entraron con su acostumbrado jolgorio.


   Aquella mañana se había despertado muy temprano. No era su costumbre pero se levantó con presteza. Trataba de acabar un trabajo, no complejo pero sí pesado y reiterativo. Estaba cansado de ver los folios desordenados, garabateados y ocupando espacios diferentes. Su apartamento era la papelera de los resultados de un estudio que ya se había acabado hacía tiempo. No supo decir no cuando le solicitaron que guardase los resultados de aquel estudio porque como en la práctica era casi todo suyo, sabía el mínimo detalle y podría ordenar los resultados. Hacia calor a pesar de que el verano había acabado hacía ya tiempo. Cuando hubo ordenado y clasificado dos sillas y una mesa, que quedaron libres de papeles, ya habían transcurrido tres horas y el sol se encontraba ya casi en su zenit. Asombrado ante el paso veloz del tiempo, se dirigió al baño y empezó con rapidez su aseo personal bajo la reparadora agua del baño. Siempre bajaba en el ascensor desde su tercer piso, sin embargo, son su pelo mojado y su desvencijada cartera se dirigió a la escalera y empezó a bajar con rapidez los peldaños, Escuchó el ascensor arrancar y pensó que había sido una decisión acertada porque algún vecino lo estaría utilizando y él tendría que haber esperado. Se detuvo en el segundo y observó, en la entrada de la vivienda letra C, la planta que, a pesar de la poca luz que la alcanzaba resistía y crecía muy lenta. Si hubiese tenido un poco de agua la habría echado en su manto de arena y humus. Llegó a la entrada del edificio a la vez que el ascensor y se dirigió a la puerta de la calle. Antes de alcanzarla, una mano firme le cogió del brazo derecho. Con sorpresa, se volvió y sólo distinguió la afilada hoja de acero que brillaba por la intensa luz que reflejaba.



   La espera era ya demasiado larga. Pasaba ya de cinco horas. Sabía que había sido un tiempo perdido porque nunca madrugaba y casi siempre llegaba un poco tarde al trabajo, si no era que se retrasaba horas. A pesar de ello, subió y bajó en el ascensor tantas veces como los vecinos lo requerían para utilizarlo. Era la hora punta de un aparato que, con cansancio, nunca dejaba de subir y bajar obedeciendo las órdenes de aquellos grandes y brillantes botones que parecía que tenían en su interior vida propia al encenderse las pequeñas luces que portaban. Siempre hacía el amago de salir o quedarse en el interior de aquella caja de acero en función de los deseos de los usuarios. A veces, cuando llegaban a la entrada del portal salía con los demás pasajeros para volver rápidamente a entrar cuando, sin mirarle, salían prestos. Volvía a dejarse llevar por la siguiente llamada una y otra vez. Sí, se cansaba. Al avanzar las horas, se requería con menor asiduidad al ascensor y tuvo que tocar con delicadeza varias veces el tercer piso y quedar en el interior esperando, esperando. Sabía que tendría que entrar al ascensor. Siempre lo hacía. De pronto, estando en el rellano del tercer piso, un ruido en la puerta que le era muy familiar le sobresaltó y sus músculos se tensaron. Escuchó los pasos en los peldaños y asomándose vislumbró un instante las ropas y cabeza conocidas. No podía ser. Bajaba por la escalera. Apretó insistentemente el botón que indicaba el cero. Cuando el ascensor empezó a moverse su inquietud fue en aumento. Empujaba hacia abajo con desesperación. Al llegar a la entrada escuchó unos pasos potentes que saltaban los tres últimos peldaños antes que, a pesar de su desesperación, se abriese la puerta del ascensor. Al hacerlo, comprobó que aquella prenda de vestir era la que tanto conocía y de dos saltos se colocó a la altura de quien caminaba con paso firme. Le cogió fuertemente del brazo derecho.
      

2 comentarios:

  1. Inesperado y algo cruel, amigo, intrigado me dejas ... ¿Habrá desenlace o es el que es?
    Buen post, amigo.
    Un abrazo

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  2. Amigo Antonio, esta mañana, hoy, estas un poco trágico, yo, como decía en mi último post,prefiero reír que llorar, como decía Peret, las tragedias y penas vienen solas, sin llamarlas
    Un abrazo y espero cambies el chip amigo, sinceramente

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