EL ÁRBOL DEL FUEGO
María Luisa Arnaiz Sánchez
Hacia el colegio, Albert Anker
EL ÁRBOL DEL FUEGO
Es el niño primero de la clase, extraño niño de sobresalientes y matrículas. Por las tardes abunda en su sustancia, y en el parque soslaya la facilidad de los cerezos y los arces y trepa, con dificultades, a lo más alto de un árbol del fuego.
Abajo, intuyendo la caída que algún día tendrá que llegar, espera sin prisas otro niño, este más discreto tras sus gafas: el que fantasea en la clase en el último pupitre bajo el mapa, donde nunca llegan los premios de los maestros.
Hipólito G. Navarro
Me ha encantado M.L. Permíteme que me lo lleve a mis amigos del Facebook
ResponderEliminarGracias, María Luis, por tu cordial comentario. Tu blog es sumamente interesante y de un alto nivel. LO frecuentaré, por supuesto.
ResponderEliminarUn abrazo desde Madrid.
Claro que sí, Enrique, y como mañana empiezan las clases… Un abrazo.
ResponderEliminarBueno, Antonio, la agradecida soy yo. Esperaré siempre tus obras con entusiasmo. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, María del Carmen, que también 2012 sea generoso contigo. Saludos cordiales.
ResponderEliminarYo me identifico con el niño del último pupitre, allí donde nunca llegan los premios de los maestros.
ResponderEliminarCuando ejercí de maestra estuve muy atenta a esos niños del último pupitre y les subí la autoestima hasta la estella más alta del universo.
Hoy escribo poesía para alimentar mi espíritu.
Un saludo.
Pues afortunada tú, Carmen, porque yo creo que a la mayoría de los profesores nos pasa lo que relata el cuento. Un abrazo.
ResponderEliminarMe producen ternura los dos niños, no lo puedo remediar, tanto el aplicado como el que no lo es. Tratándose de niños... Eso sí, no me gusta del de la última fila que espere la caída del otro, porque nunca se debe subir a costa de que otro caiga. Los árboles son muchos y hay ramas para todos.
ResponderEliminarUn abrazo, querida Mª Luisa.
No hay personas más valiosas que otras por la posición. Además, en función de donde se sitúe el observador…los efectos cambian, como demostró Einstein. Besos, Isabel.
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