jueves, 28 de febrero de 2019

HELIOTROPOS


FINALES DE CINE I

Antonio Campillo Ruiz


   FIN. Palabra mágica que invita a pensar: “… y a partir de ahora, ¿qué podría suceder?”. Es una pregunta sencilla pero que el espectador puede hacerse cuando esta palabra, en cualquier idioma, aparece en la pantalla donde acaba de ver una película, silente o sonora. Los sucesos acaecidos a lo largo de un tiempo, son captados por el espectador como auténticos o ficticios. Depende del argumento que se ha contado, a través de imágenes, con o sin sonido, similares a las que acontecen en la realidad cotidiana, así como a multitud de aspectos: género, actores, ambientación, etc., que han intervenido en la historia relatada. Incluso, muchas de ellas son publicitadas como “basada en sucesos reales”. ¿Lo son? Quien ha estado recibiendo un torrente de información durante un tiempo, puede no estar muy seguro de ello. Sin embargo, ¿por qué debe existir un engaño? Pareciese que no tiene sentido si conocemos que el hecho ha tenido lugar. Por ello, es habitual creer lo que se expone en la película, aun sabiendo que, previamente, se asume la opinión subjetiva del realizador. Este es el poder de la narración cinematográfica. La subjetividad provocará una opinión personal favorable o adversa a la que se ha expuesto. En otras muchas ocasiones se traduce la interpretación que poseen los guionistas de una narración literaria. Los formatos diferentes sugieren aspectos interpretativos o subjetivos que se transforman, se modifican, se adecúan al medio, creando una nueva narración que, presentada en un formato distinto, aparece como diferente, inédita o se expone como distinta e incluso, contraria a la que motivó su nueva adaptación. En general se procura que los finales sean abiertos, que estén arropados por efectos sonoros y con elementos inmateriales sensibles que el espectador aplaude porque el desarrollo de la historia ha ido produciendo en su mente un efecto emotivo importante: simpatía, repulsión, comprensión, actitud, etc.
  
  
   Otros muchos finales de una narración cinematográfica son endulzados, calamitosos, definitivos o, por el contrario, dejan colapsado el desarrollo argumental con el propósito de la posible existencia de una continuación que se realizará en breve. En cualquier caso, es el  espectador quien imagina su posible continuidad y, al hacerlo, queda absorbido por su propia imaginación al desconocer los miles de sucesos posibles que pueden continuar. Sumisamente, admite que, efectivamente, sí, es el final y sólo elucubra con su continuidad si existen diferencias con lo aportado por otros espectadores. La planificación y el montaje pueden mostrar peculiaridades experimentales de la narración así como forzar finales en secuencias que, entendidas y aceptadas por el espectador como “veleidades” del director, no poseen continuidad espacio temporal. En estos casos, la formación y capacidad de comprensión de los receptores alertan de tales libertades, probablemente imprescindibles para el director pero no necesarias. Sólo se pueden diferenciar la exposición de hechos si se tienen en cuenta, a la vez, la complejidad en la estructura del guion y la posible intención de captar con mayor intensidad la atención de los espectadores.


   La simplicidad de un final absolutamente cerrado e inteligible rompe cualquier motivo de continuidad supuesta pero proporciona un rotundo drama que, únicamente concede la facultad al espectador de establecer un posible cambio en los hechos acaecidos, con anterioridad a la secuencia final, puesto que, pensados como solución, hubiesen podido suavizar la tragedia o desventura que cierra tan herméticamente la pantalla. No es fácil encontrar tal obstrucción a la imaginación pues aísla de una continuidad factible que, pensada individualmente, provoca la sensación de quedar en el momento más álgido y sorprendente de la narración. A pesar de tener en cuenta el arranque intrigante, el interés creciente y el final sorprendente, desarrollo normal que se establece en las narraciones, en diferentes categorías y medios, el máximo dramatismo puede  exponerse en la etapa inmediatamente anterior a la sorpresa final, sin exponerse a un anticlímax innecesario y que ocasiona, en multitud de ocasiones, un metraje y desenlace superfluos. Estos finales son, en su mayoría, impactantes, irremediables y contundentes.


   El cine, a lo largo de su historia, ha sido capaz de analizarse, criticarse, recomponerse e incluso, estudiar otros medios. A veces, de tarde en tarde, un guionista perfila un argumento insólito acerca de medios que se han ido implantando en la sociedad. Si el director comprende e interpreta correctamente lo pretendido por el guionista, los espectadores podemos disfrutar de una película tan impactante y desconcertante como insólita y perturbadora. Es entonces cuando pensamos que no se trata de un simple entretenimiento proyectado con un ritmo espacio/temporal, es una reflexión sobre novedosos valores que los cambios tecnológicos aportan a la sociedad moderna. Incluso, con bastante frecuencia, se puede llegar a persuadir a los espectadores de la necesaria reflexión acerca del mundo en el que viven y de cómo afecta a su vida personal, al seno de su entorno y a su complejidad singular. Sátira, comedia y fantasía se mezclan tratando de alcanzar objetivos que van más allá del divertimento: crear opinión y conciencia de lo expuesto, ejercer una influencia, positiva o manipuladora pero siempre muy subjetiva, de un pasado responsable de nuestra vida actual y/o de un futuro, próximo o lejano, de consecuencias impredecibles. Es entonces cuando sí se necesita una apertura de lo expuesto más allá de la pantalla, cuando se genera realmente el cine: en la mente del espectador, lugar donde se conforma la verdadera narración cinematográfica. El final de estos retazos de historias ajenas, en general, traspasa la meditación personal de lo trascendente para el espectador, siendo aceptados o rechazados vehementemente en ambos casos.

Antonio Campillo Ruiz
  

3 comentarios:

  1. Querido Antonio,cómo se nota en tu trabajo tan documentado, tu gran pasión por el cine. Como supongo que escribirás una segunda parte sobre este tema, espero no dejes de poner alguno de esos finales que esperábamos los jóvenes de nuestra generación, cuando el cine no era tan comprometido con los problemas de la sociedad y simplemente nos hacía soñar. Y ese final no era otro que el "beso de película", así lo llamábamos, con el que los protagonistas cerraban el último fotograma. Más no nos mostraban, claro. Pero aquel beso más o menos apasionado, más o menos prolongado, supongo dependería del corte de la censura, era el colofón de la película perfecta.
    Como bien dices, ahora el cine explora y experimenta de manera más profunda sobre problemas y afanes de nuestro tiempo. Más intelectual, más comprometido...nos hace pensar; áquel simplemente nos hacía soñar.
    Esperemos esa segunda parte sobre finales de película. Un saludo y gracias.

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  2. Y ya puesta a pedir, recordando aquel rincón del oyente, por qué no nos pones el final de La vida de Bryan. Para mí la película más ingeniosa jamás rodada.
    Gracias

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  3. Buscaba tiempo para leer tu múltiple entrada, un ensayo fetén.
    Y entre lo mucho que me has sugerido, está el hacerme pensar en algo que hasta hace unos años sólo sucedía de forma aislada, mientras que ahora nos asalta continuamente: Los finales abiertos.
    Mira, me dejan jurando en arameo. Porque eso de que "así el espectador puede acabar la historia a su gusto", no me convence. Es como cuando hasta media película, el autor no ha conseguido hacernos entrar en el tema. En ambos casos por incapacidad suya.

    Como cinéfila arrebatada que soy, valoro y admiro a los creadores que con tres toques consiguen ponerte en situación (Días sin Huella), tanto como a los que llegados a un multiembrollo sin salida, logran desmenuzar lo sucedido con minuciosidad de entomólogo y ¡zas! todo acaba teniendo sentido y solución. Ahí un guiño a Wilder en Un, Dos, Tres, y a Todd Philips con Resacón en Las Vegas.

    Por cierto, señor profesor, me inclino ante su muestra. Excepto con Pulp Fiction.
    Tarantino y yo no nos llevamos.

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