“EXCALIBUR” de John Boorman.
Antonio Campillo Ruiz
Desde que visioné por primera vez “Excalibur” siempre he dicho que era una de las películas que me hubiese gustado realizar. Los poderosos planos de todo su metraje contando la fantasía artúrica, las diferentes músicas y las relaciones humanas son el ejercicio de una verdadera obra magistral.
Desde que visioné por primera vez “Excalibur” siempre he dicho que era una de las películas que me hubiese gustado realizar. Los poderosos planos de todo su metraje contando la fantasía artúrica, las diferentes músicas y las relaciones humanas son el ejercicio de una verdadera obra magistral.
El encuentro, el amor y la redención de Lancelot du Lac, el perfecto y extraño guerrero al que se le ofrece un lugar en la Tabla Redonda , representan el pragmatismo de una realidad convulsionada por las ansias de poder y la justificación de la unión alrededor de un líder.
Pero el espíritu, representado por la magia y la muerte, es tan violento como potente son las escenas que lo representan. La doble muerte de padre e hijo, Arturo y Mordred, fruto este del incesto mágico del rey con Morgana, su hermana, para arrebatarle el preciado reino por ser su hijo, posee, además del horror de la muerte, una fuerza pocas veces representada en el cine. Por último, cuando Arturo ordena a Perceval que Excalibur vuelva al reposo y cuidado de La Dama del Lago, el sonido de la música de la Muerte de Sigfrido dota a las imágenes de una fuerza épica que sería muy difícil poder sentir por el espectador con otros acordes.
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