viernes, 29 de octubre de 2010

ESTUPRO

LOS CENCI

María Luisa Arnaiz Sánchez

Beatriz Cenci, Guido Reni
 
   Stendhal, seudónimo del republicano Henri Beyle, escribió a su amigo Di Fiore en1835 que había adquirido unos manuscritos de los siglos XVI y XVII, donde se describían historias tremebundas desde el cinquecento italiano en adelante. A modo de urdimbre empezó la trama de diversas intrigas y fue tejiendo relatos bajo el subterfugio de que solo se dedicaba a traducir lo que leía en sus manuscritos; así lo expresó en “La duquesa de Palliano”, una de las narraciones que forma parte de la recopilación que, bajo el título de “Crónicas italianas”, Romain Colomblo dio a la imprenta en 1855, muerto ya el autor. Es notorio que Stendhal ocultaba su capacidad de fabulación con su inveterada habilidad mistificadora, que es descubierta a cada paso en la desnudez quintaesenciada de su estilo, el cual, según propia confesión, depuraba leyendo el Código Civil.

Retrato de una joven, Domenico Ghirlandaio

   El estupro es en Derecho el coito con persona mayor de 12 años y menor de 18, prevaliéndose de superioridad; es también el acceso carnal con persona mayor de 12 años y menor de 16, conseguido con engaño; asimismo y conforme el Diccionario de la Lengua, es por equiparación legal algún caso de incesto. La narración de la que trataré lleva el título de “Los Cenci”, quizás el primer esbozo de un ensayo sobre el mito de Don Juan, donde el autor declara que “por mi gusto, no habría contado jamás este carácter, pues está más cerca de lo horrible que de lo curioso”. Se trata de un sórdido relato sobre el abuso de autoridad paterna, que por su frecuencia y por su disimulo en las sociedades de todas las épocas, quiero relacionar con las víctimas de asesinos “autorizados” en el seno familiar y de ciudadanos “proclives” a la violación de menores y a la prostitución. Me atrevo a sugerir su lectura, no a contar la historia, porque el peculiar rasgo stendhaliano de sobrecoger y dejar suspenso el ánimo, satisfará a más de un lector.

La lectora, Picasso, 1920

   Comienza el texto hablando de Don Juan, uno de los cuatro mitos inventado en Europa tras los griegos (Fausto, Hamlet y Don Quijote son los otros, los cuales se apartan de figuras literarias de creación posterior que denominan síndromes o complejos psicológicos, como los de Brummel, Bovary, Peter Pan, etc., incluso el propio Stendhal ha dado su nombre a uno). Este personaje no pudo aparecer en la Grecia clásica, bajo el punto de vista del autor, porque su sistema político solamente prohibía aquello que causaba daño a la patria, a la comunidad, no lo que perjudicaba al individuo. A este propósito dice Stendhal que no solo “para que Don Juan sea posible, es necesario que en la sociedad haya hipocresía”, sino que el prototipo apareció como “producto de las instituciones ascéticas de los papas posteriores a Lutero” y aporta como prueba una anécdota del XVII, cuyo significado encierra la incógnita de la cuestión, o sea, el placer transgresor ante la represión. Es la de aquella princesa italiana que decía lamiendo un helado: ¡Qué lástima que esto no sea pecado!

Florencia, causa del síndrome de Stendhal
 
   Opina el autor, muerto en 1842, que “por eso atribuyo a la religión cristiana la posibilidad del papel satánico de Don Juan (a pesar de que) no cabe duda de que es esta religión la que enseña al mundo que un pobre esclavo, que un gladiador, tiene un alma…igual en facultad al propio César”. En consecuencia, al surgir el modelo tras el Concilio de Trento en la obra “El burlador de Sevilla y convidado de piedra”, texto atribuido al fraile mercedario Tirso de Molina, hay que revisar la moral que impuso la iglesia católica a la sociedad de su tiempo, la cual no fue sino la restricción de las libertades de tipo sexual. Así pues, aunque teóricamente el pueblo soportaba la dura moral oficial, la experiencia confirmaba que los desajustes sexuales estaban a la orden del día (¡hasta Felipe IV reconoció por primera vez en la realeza española a un hijo ilegítimo!), por lo que la actitud inmoral practicada por los católicos llevaba al inconsciente colectivo  tanto al remordimiento como al deseo de rebeldía, de liberación. He aquí el porqué de la anterior aseveración stendhaliana pues solo se puede transgredir lo prohibido y, en este caso, oponerse a la fuente trascendente de donde derivaban las normas y mandamientos.

Retrato de una joven, Botticelli
 
   De otra parte, conviene decir que el mito de Don Juan encierra la normación de la monogamia y una contradicción: si triunfa Eros, se sigue la afirmación universal del deseo, por tanto, la monogamia se opone a la libido, el matrimonio al amor, y, una vez socializado el “amor” y legalizado en forma de matrimonio eclesiástico, se produce el aniquilamiento del deseo con la bendición “divina” y se castiga al transgresor con la muerte, lo que sucede al Don Juan de Tirso, de Molière y de Mozart, no así al pasteleado Don Juan de Zorrilla con que simpatiza el gusto domesticado de muchos españoles. Por esto, hay que saber que entre las consecuencias normativas que trajo Trento para los enlaces matrimoniales figuraron la necesaria autorización paterna para los menores, la publicación de amonestaciones y la presencia de un sacerdote en las bodas (recuérdese que así se reforzaba la autoridad del pater familias y se favorecía la acumulación de bienes porque se atajaban las bodas clandestinas que suponían desbaratar la economía capitalista, basada en la política familiar de la propiedad; de igual modo, la iglesia católica ganaba poder pues se interfería en los casamientos).

 Bodas medievales sin intervención eclesiástica

   Por último, sirva como resumen del relato propuesto la siguiente exposición: Francesco Cenci, rico gracias a la fortuna amasada por su padre como ministro de Hacienda del papa Pío V, se tenía por un donjuán en el sentido de conquistador y provocador de Dios. Murió a los 71 años a manos de unos sicarios contratados por su hija de 16, a la que mantenía como esclava sexual y agredía con crueles palizas. Se dice que Guido Reni retrató a Beatrice la víspera de su ejecución ya que Clemente VIII, contra el parecer mayoritario de los romanos, no perdonó a la parricida. Así lo expresa Charles Dickens: “Cuentan algunas historias que Guido (Reni) lo pintó la noche antes de que la ejecutaran; y otros, que lo pintó de memoria después de haberla visto camino del patíbulo. Yo me inclino a creer que se volvió hacia él tal como aparece en el lienzo al ver por primera vez el hacha, y que grabó en su mente esa mirada que él ha grabado en la mía como si hubiera estado a su lado entre la multitud. La historia está escrita en la pintura; escrita en la cara de la niña agonizante por la propia mano de la Naturaleza” en “Estampas de Italia”.

Bambola di Crepereia Thriphaena, 150 ó 160 d. e.
Museo Nazionale Romano

   Como conclusión diré que, dada la afrenta pública que implica la confesión de estar sometida a vejaciones de toda índole a causa de comoquiera que denominemos a los maltratadores “autorizados”, se comprende el silencio de casi todas las mujeres que pagan con la muerte física o psicológica el ser consideradas un objeto propiedad del padre, marido o compañero (también de los hermanos en otras creencias). No puede ser fácil pasar por esta situación y denunciar a los transgresores, pues diariamente conocemos la víctima número “x” del elenco nacional desde nuestra posición privilegiada; de igual modo, ha de resultar muy difícil escapar a la prostitución, cuando vemos la falta de escrúpulos de ciertos ciudadanos ante la pobreza que rodea la infeliz condición. Por todo ello es necesario educar en valores igualitarios y desechar la hipocresía católica, que postula la mortificación dentro y fuera del matrimonio para salvarse, así como el cinismo patriótico.

Seated Couple, Egon y Edith Schiele
 





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