miércoles, 3 de noviembre de 2010

CORRUPCIÓN

EL BANQUERO DEL EMPERADOR

María Luisa Arnaiz Sánchez

Los embajadores, Holbein, 1553
 
   Augsburgo, la patria chica de los Fugger, era en opinión del papa Pío II en 1458 la ciudad más rica del mundo. Nominalmente estaba bajo el emperador Maximiliano I de Habsburgo, cuyo imperio poseía una próspera industria minera, favorecida hacia la mitad del siglo por la invención de un método que permitía la extracción de la plata contenida en el cobre. Los comerciantes augsburgueses invirtieron en el negocio de las minas a cambio de metales a precio de favor y tuvieron un gran éxito al asociar el comercio de los metales con las transacciones financieras concertadas con los soberanos de países productores de metales. Por lo que se refiere a la España del XVI, había tres grupos financieros: los comerciantes, los cambistas, que adelantaban dinero, y los banqueros que recibían el capital de unos y otros en depósito. Como determinados hombres ambiciosos se hacen inmensamente ricos siempre que a los estados les llega un cambio estructural, veamos el caso de Jacob Fugger.

Jacob Fugger, Durero, 1519
Städtische Kunstsammlungen
 
   Al hombre medieval le impidió enriquecerse la ética económica, bendecida por la iglesia católica y basada en el “precio justo”, que provenía de san Juan Crisóstomo y que fue adaptada por santo Tomás de Aquino. El primero sostenía que quien se beneficia con la venta es un traficante al que hay que echar de la iglesia; el segundo hiló más fino y dijo que si las ganancias se destinaban a un fin digno (la familia, los necesitados) eran lícitas. Para fijar el “precio justo” la sociedad creó el medio legal correspondiente, el gremio, árbitro de la situación económica, en la doble suposición de que mercaderes y artesanos se conformaban con un ingreso adecuado a su puesto en la vida, pero, cuando apareció la burguesía, comenzó la economía monetaria y se sentaron las bases del capitalismo, de modo que el concepto de “precio justo” desapareció.

Jakob Fugger con Matthäus Schwarz en la Oficina de oro
Anónimo, 1517. Museum Braunschweig

   Aunque el beneficio y el interés eran odiados por los escolásticos, hicieron de la necesidad virtud y de esta forma, por ejemplo, el papa Juan XXIII, que fue obligado a abdicar el 29 de mayo de 1415, pudo empeñar su rica tiara por 38.500 florines y los reyes, en inusitada condescendencia, transigieron con los judíos porque, al seguir otra religión, podían prestar dinero y soslayar la usura, que condenaba a las penas del infierno a los cristianos. O sea, ¡viva la hipocresía! Se podía “traficar” que no pasaba nada y, para condenarse por toda la eternidad según el credo católico, ahí estaban los judíos. Mira por donde aparece el estereotipo del judío: avaro, rico, contando dinero, etc., que tantas veces se ha reproducido. ¿Quién es responsable de esa imagen y su significado? Supongo que lo explicarían desde los púlpitos, pero yo no lo oí ni siquiera en las aulas. 

Tiara de Gregorio XIII
 
   Jacob Fugger, que se tenía por un buen cristiano, se buscó un abogado, Konrad Peutinger, que sostenía que “todo comerciante está en libertad de vender lo más caro que quiera y pueda”. En 1487 se hizo con el lucrativo comercio de la plata del Tirol y puso a disposición del gobierno tales sumas, que se convirtió en el hombre indispensable de la economía tirolesa. En 1488 Melchor de Meckau fue nombrado obispo-príncipe de Brixen y logró que el archiduque Segismundo abdicara en el emperador Maximiliano, por lo que este le encargó el gobierno de sus estados. Fugger lo convenció para que hiciera depósitos de plata en su banca y el obispo le agradeció la discreción, que le permitía acrecentar su fortuna a resguardo de la prohibición eclesial sobre la usura, suministrándole información respecto de los planes políticos de Maximiliano. Luego consiguió el monopolio de la plata y el cobre de Hungría y prácticamente fue el dueño de la plata con la ayuda del capital del obispo

 Matthäus Schwarz, Christoph Amberger
 Museo Thyssen-Bornernisza

   El caso del obispo con negocios reprobados por la iglesia católica  es solo una muestra de lo que realmente sucedía en Europa pues hasta los papas, auténticas coronas seculares agobiadas por la falta de liquidez, silenciaron la ética tomista porque les entorpecía la vida económica. Así la usura pasó a llamarse interés y los beneficios y el rédito dejaron de estar prohibidos. Maximiliano también acudió a Jacob Fugger porque era la pieza clave de los consorcios entre comerciantes y banqueros para obtener dinero con que pagar a los mercenarios y satisfacer su megalomanía. Se conserva una carta suya de 1511 dirigida a una de sus hijas que, aunque pasa por apócrifa, revela el delirio que lo acompañaba: “Mañana enviaremos a Roma para buscar la forma de que el papa nos haga su coadjutor, a fin de que, a su muerte, podamos tener asegurado el papa­do”. Al morir en 1518 el imperio estaba en manos de Jacob Fugger.

El emperador Maximiliano y su familia, Bernhard Strigel
 (Carlos I de España y V de Alemania en el centro)

   Véase ahora cómo se hizo con las finanzas de la iglesia de Roma. La Curia romana introdujo la economía monetaria en los Estados de la iglesia católica, consecuentemente quien quisiera una prebenda debía entregar regalos tanto a los encargados de los trámites como a los que decidían. Los clérigos ambiciosos recurrían a Fugger y él se jactó en alguna ocasión de que los obispos alemanes le debían sus nombramientos. De otra parte, como no hay constancia de que el dinero sirva en el “cielo” prometido, se fue ampliando el comercio de las indulgencias, que condonaban total o parcialmente las penas futuras en el más allá, y el sacrum negotium fue un medio de aumentar las rentas de la iglesia. Cuando Alberto de Brandeburgo quiso el arzobispado de Maguncia, que lo convertía en primado de Alemania, la Dataria romana lo tasó en 10.000 florines y el aval fue parte de lo que se recaudara en Maguncia y Brandeburgo sobre las indulgencias que el papa León X emitió a propósito, bajo la especie de construir la basílica de san Pedro. El padre Tetzel las predicó, Fugger recaudó y todos salieron ganando.

El prestamista y su esposa, Quentin Metsys, c. 1440
 
   La elección de Carlos I de España y V de Alemania fue calificada por Albert Housset como la más grande prevaricación electoral de la historia pasada. Nada de intrigas ni rivalidades, sino un monumental negocio de corrupción. Con el fin de asegurar los votos de los príncipes electores se necesitaba plata y un banquero para recoger los fondos. El destino reservó a Fugger este papel poco honorable pero decisivo. La elección por unanimidad del nieto de Maximiliano I en junio de 1519 fue un triunfo de Jacob y causó gran alegría al día siguiente en Augsburgo cuando se supo la noticia. La corona costó a Carlos una suma increíble: 852.189 florines, o sea, 2.100 kilos de oro. La recuperación del dinero fue dificultosa para Fugger por uno u otro acontecimiento ocurrido en España: que si la guerra de los Comuneros de Castilla, que si la de las Germanías, que si…

Electores en deliberación: Arzobispo de Colonia, Arzobispo de Maguncia, Arzobispo de Tréveris, Conde Palatino del Rin, Duque de Sajonia, Margrave de Brandenburgo y Rey de Bohemia.

Carlos V, Jan Cornelisz Vermeyen, c. 1530
 
   Muchos españoles se refieren al rey Carlos I como Carlos V, o sea, el emperador, ignorando que estuvimos al servicio de intereses austríacos y no españoles y que todos los empréstitos hubo que pagarlos con la riqueza de América que ni siquiera tocaba puerto español. Lope de Aguirre lo expresó así en la carta que envió a Felipe II “¡Qué lástima tan grande que el Emperador, tu padre, conquistase con la fuerza de España la superba Germania y gastar tanta moneda llevada destas Indias descubiertas por nosotros…! En 1523 Jacob Fugger escribió al emperador recordándole que todavía estaba pendiente el saldo del préstamo que le había hecho. Carlos I le respondió en 1524 concediéndole el arrendamiento de las rentas de los Maestrazgos de las Órdenes Militares, más el monopolio del mercurio de Almadén y el de la plata de Guadalcanal. Las ventajas de unos pocos y los delirios de grandeza del pueblo español fueron en detrimento del tesoro público y la ruina asoló España.

Palacio de los Fúcares (españolización de Fugger). Almagro
 



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