viernes, 13 de mayo de 2011

SUICIDAS

“APUNTE PARA UN VIEJO AMIGO”, AKUTAGAWA

Antonio Campillo Ruiz

Blue-Green Music, Georgia O'Keeffe

   “Probablemente nadie que intente el suicidio, como Reigner muestra en uno de sus cuentos, tiene clara conciencia de todos sus motivos, los cuales generalmente son muy complejos. Por lo menos en mi caso está impulsado por una vaga sensación de ansiedad, una vaga sensación de ansiedad sobre mi propio futuro.

Pilar bajo la luna, Paul Nash

   Aproximadamente en los últimos dos años he pensado solo en la muerte y con especial interés he leído un relato que trata sobre este proceso. Mientras el autor se refiere a esto en términos abstractos, yo seré lo más concreto que pueda, incluso hasta el punto de sonar inhumano. En este punto estoy moralmente obligado a ser honesto. En cuanto al vago sentido de ansiedad respecto de mi futuro, creo que lo he analizado por completo en mi relato “La vida de un loco” excepto por el factor social, o sea, por la sombra del feudalismo proyectada sobre mi vida. Esto lo omití a propósito, al no tener la certeza de poder clarificar realmente el contexto social en que viví.

Paisaje líquido, Remedios Varo

   Una vez tomada la decisión de suicidarme (yo no veo el suicidio como lo ven los occidentales, es decir, como un pecado), me resolví por la forma menos dolorosa de llevarlo a cabo. Excluí, por razones prácticas y estéticas, la posibilidad de ahorcarme, dispararme un tiro, saltar al vacío u otras formas de suicidio. El uso de drogas me pareció el camino más satisfactorio. Y por el lugar, tendría que ser mi propia casa, a pesar de los inconvenientes para mi familia. Como una suerte de trampolín, al igual que Kleist y Racine, pensé en la compañía de una amante o un amigo pero, habiéndose elevado mi confianza, decidí seguir adelante solo. Lo último que consideré fue el asegurarme una perfecta ejecución sin el conocimiento de mi familia. Después de unos meses de preparación, me convencí de la posibilidad de realizarlo.

Suicidio, Carlos Rodríguez

   Nosotros los humanos, siendo animales humanos, tenemos un miedo animal a la muerte; la así llamada vitalidad no es otra cosa que fuerza animal. Yo mismo soy uno de esos animales humanos. Mi sistema parece gradualmente haberse liberado de esa fuerza animal, teniendo en cuenta el poco interés que me queda por el alimento y las mujeres. El mundo en el que estoy ahora es uno de enfermedades nerviosas, lúcido y frío. Si no la felicidad, la muerte voluntaria debe darnos paz. Ahora que estoy listo, encuentro la naturaleza más hermosa que nunca por paradójico que suene. Yo he visto, amado y entendido, más que otros. Esto me produce cierto grado de satisfacción pese a todo el dolor que he soportado hasta aquí.

El mar de hielo, Caspar David Friedich

   P. S. Leyendo la vida de Empédocles, me di cuenta de lo antiguo que es el deseo de convertirse en Dios. Por lo que me concierne, esta carta no intenta eso. Al contrario, me considero uno de los hombres más corrientes. Recordarás aquellos días, veinte años ha, cuando discutíamos bajo los tilos sobre “Empedocles on Etna”. Entonces yo era uno de los que deseaba convertirme en Dios.

The dance of the West, Paul Klee

   “Me pregunto adónde van los sueños que no se recuerdan. No sé qué hacer con mis manos cuando no tienen nada que hacer. Aunque nunca sea para mí, siempre me giro cuando oigo un silbido por la calle. He visto un rayo. Es una pena que no haya toboganes para adultos. Hablo con mis objetos cuando los veo tristes” escribe Édouard Levé en “Autorretrato”.

Édouard Levé

   Trataba de encontrar entre papeles, libros casi olvidados y archivos informáticos, una pequeña apostilla sobre la película “Rashōmon” de Akira Kurosawa, 1950 ("Rashōmon" de  Ryūnosuke Akutagawa, relato de 1915, fue combinado con otro del mismo autor, “En un bosquecillo” de 1921-22, para estructurar el argumento de la película homónima, sobre la que iba a hablar), cuando encontré la carta que el escritor japonés dejó a un amigo antes de suicidarse a los 35 años. Olvidé al instante el objetivo de mi búsqueda y recordé el caso de Édouard Levé, que con 42 envió el manuscrito de “Suicidio” por Internet a su editor Paul Otchakovsky-Laurens diez días antes de ahorcarse en 2007. “No creo que Édouard Levé quisiera hacer de “Suicidio” un aviso” dijo el fundador de la editorial francesa POL, que le envió un SMS al móvil tres días después para confirmar una entrevista a propósito de la publicación. “Desgraciadamente yo no lo tomé como tal. Pienso que estaba decidido. Me parece que para él era un libro que concluía su obra y que precisamente escogió el modo del recuerdo y de la ficción para descartar cualquier sospecha”. Akutagawa cayó en la temida locura que padeció su madre el año anterior al de su muerte, 1927, aun así publicó “Vida de un loco” y “Los engranajes”; Levé había publicado en 2008 “Autorretrato”.

Édouard Levé

   Pero aún hay más coincidencias entre estos suicidas, cuya partida los separa ochenta años. En “Suicidio” se rememora la vida de un amigo de Levé, del que ni siquiera se dice cómo se llamaba, que se había suicidado hacía veinte años, sin que nadie sospechara que lo haría. Hacia la mitad de la novela parece como si el retratado y el escritor fueran la misma persona, de modo que da la impresión de que el escritor estuviera examinando las causas que para él eran determinantes a la hora de dar un paso inexorable; dicho de otra manera, estaba anticipando su propio suicidio. La novela habla en realidad de la memoria que se deja en los otros, una suerte de culto al que se ha ido, por lo que sutilmente, lo que rehuía el japonés, parece perseguirlo el francés.

Édouard Levé

   Obsesionado con el tema del doble, que muestra especialmente en sus fotografías, Levé escribía sobre todo para conjurar sus miedos. Selecciono del primer libro y del segundo sendos fragmentos:

   “Me costó mucho decirle a mi madre que la quería, esperé a tener treinta y cinco años. Mi madre me dijo que me quería cuando yo tenía treinta y nueve años, o me lo dijo antes pero se me ha olvidado. Le dije a mi padre que lo quería cuando pasé por una depresión a los treinta y cinco, contemplaba el suicidio, me parecía una lástima morirme sin habérselo dicho.

Édouard Levé

   Bromeo con la muerte. No me gusto. No me detesto. No me olvido de olvidar…No me avergüenzo de mi familia pero no la invito a mis inauguraciones. A menudo he querido. Me quiero menos de lo que me han querido. Me sorprende que me quieran.

Édouard Levé

   Por último, si Ryūnosuke Akutagawa tres días antes de suicidarse acudió en calculado gesto con la cara maquillada de blanco a un burdel, acompañado de Yasunari Kawabata, primer escritor japonés galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1968, que se sorprendió al ver cómo rehusaban “disfrutar” con él las prostitutas por creerlo un fantasma, Édouard Levé, a modo de macabro Don Juan Tenorio, había escrito en “Autorretrato”: “En mis épocas de depresión me hago la imagen mental del entierro que sigue a mi suicidio, hay muchos amigos, tristeza y belleza, el acontecimiento es tan conmovedor que me entran ganas de vivirlo, y por ende, de vivir”. Vila-Matas en “París no acaba nunca” dice que quizás solo vivió en la Ciudad de la Luz para oír a Marguerite Duras, su casera, esta frase: “Escribo para no suicidarme”. Akutagawa y Levé le llevaron la contraria.

Édouard Levé, 2006

   “Si tu vivais encore, tu serais peut-être devenu un étranger. Mort, tu es aussi vivant que vif” dice Levé en “Suicidio”. Como los dioses.  

Informal Unity, Rafal Olbinski

Es importante visionar el vídeo a plena pantalla

4 comentarios:

  1. Excelente trabajo comparativo entre estas dos Crónicas de suicidios anunciados.
    El vídeo que dejas me ha parecido espeluznante.
    Todo ello me ha llevado a reflexionar sobre qué es lo que al hombre le lleva a la idea del suicidio.
    Punset seguramente nos diría que la causa está escrita en su cerebro: deficiencia en la segregación de serotonina, lesión cerebral en la infancia, dominio del poder de la amigdala sobre el córtex...
    El amigo del suicida quizás dijera: perdió todo en la Bolsa, su mujer lo dejó, se quedó sin trabajo, su novio murió, perdió a una hija, perdió la ilusión...
    "Pérdida" de algo es la palabra que siempre obtengo como producto al sumar todos los factores que he expuesto.

    Tema complejo el que expones, Antonio, de una manera admirable y con unas ilustraciones preciosas. Me dejas muy pensativa...

    Un enorme placer leerte, amigo.
    Un abrazo.

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  2. Parece que el suicidio se da con cierta frecuencia sospechosa entre escritores y artistas, Kawabata, al que citas, Misima, J.A. Goytisolo, Marai, Stefan Zweig, Hemingway, Larra, Salgari, V. Wolf...Es un tema en que se podria escarbar. Tu estudio bifocal, excelente y el video estremecedor. No se porque los japoneses tienen ese afan de jugar ritualizando con la muerte. Un abrazo

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  3. Es posible que tus preguntas se respondan según las formulas, Marisa. La pérdida de lo fisiológico o lo social pueden explicar estos sucesos. Posiblemente.

    Pero, ¿son sucesos verdaderamente inexplicables? ¿Podría incluir una acción de tan irresoluble resultado un alivio, un rito, un frío lúcido? Sospecho que algo debe tener de vitalidad rebelada contra lo inexorable. La lucha contra la degradación puede sobrecoger pero es lógica.

    Por el contrario, el efecto dominó, la unión ante un juego llamado vida acaba felizmente: llega la muerte. Su horror nos sobrecoge. La pregunta clave es, ¿a todos o sólo a quienes no entendemos el juego y sus reglas?

    El interesante “cuento” de la última parte de “Las intermitencias de la muerte” de Saramago, es tan curioso como otros muchos que forman parte, muy activa, en el todo de geniales obras de la literatura universal.

    Muchas gracias, Marisa. Tu lucidez siempre es tan imprescindible como esperada.

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  4. Mariano, ya te dije que salvando un Cañón del Colorado, tu escrito y este podrían poseer leves roces curiosos. Uno de ellos es el referido a la degradación y la muerte. “Dejad morir en paz” posee unas connotaciones muy similares.

    Sí, la Literatura debe poseer un filtro mágico tan “pernicioso” que provoca en quienes la componen una tendencia malsana a buscar, a veces obsesivamente, un fin perfecto a su últim suspiro.

    En la película “Las horas” de Stephen Daldry, 2002, se narran dos suicidios, el más “importante” es el de Virginia Woolf, extraño, casi único, el otro es provocado por el cansancio de la degradación. Puede ser que escarbando encontrásemos bastantes sorpresas.

    En “Las vírgenes suicidas” de Sofía Coppola, 1999, podría estar la clave de la unión ante el desafuero de la vida.

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