jueves, 25 de marzo de 2010

EINSTEIN: INCIDENTES DE FAMILIA


UNA MALHADADA PROGENIE

María Luisa Arnaiz Sánchez


   En 1987 Princeton Press publicó “The Collected Papers of Albert Einstein”. Reunía 51 cartas, vendidas por Hans A. Einstein, que Mileva Maric y Albert Einstein se escribieron entre 1897 y 1902. La colección que guardaba Hans Albert tuvo que esperar un tiempo irracional para salir a la luz, debido al control que los albaceas ejercían sobre la herencia de su padre; estos incluso habían ido a juicio en 1950 para impedir que Hans publicase parte de su contenido.

   Gracias a ellas se supo que Mileva había dado a luz a una hija de Einstein a principios de 1902, llamada en la correspondencia Lieserl, cuya existencia fue una revelación para el mundo. La niña nació en Novi Sad (Serbia), donde vivían los padres de Mileva, y la pareja se casó en enero de 1903. Todo lo que se ha tratado de averiguar sobre esta niña ha resultado infructuoso. (El propio Hans, muerto en 1973, se enteró de que había tenido una hermana tras la lectura de las cartas que custodiaba y, a partir de entonces, se abrió paso la posibilidad de que hubiera sido dada en adopción.)

   Asimismo, en la biografía de Einstein, aparte de su inveterada misoginia (apréciese la reglamentación que impuso a Mileva por escrito: "A. Te encargarás de que: 1. mi ropa esté en orden, 2. que se me sirvan tres comidas regulares al día en mi habitación, 3. que mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y que mi escritorio no sea tocado por nadie, excepto yo. B. Renunciarás a tus relaciones personales conmigo, excepto cuando éstas se requieran por apariencias sociales. En especial no solicitarás que: 1. me siente junto a ti en casa, 2. que salga o viaje contigo. C. Prometerás explícitamente observar los siguientes puntos cuanto estés en contacto conmigo: 1. no deberás esperar ninguna muestra de afecto mía ni me reprocharás por ello, 2. deberás responder de inmediato cuando te hable, 3. deberás abandonar de inmediato el dormitorio o el estudio y sin protestar cuanto te lo diga. D. Prometerás no denigrarme a los ojos de los niños, ya sea de palabra o de hecho."), sobresale el extraño comportamiento hacia su hijo Eduard (1910- 1965). Quizás sea explicable por el rasgo que, según su amigo Abraham Pais, más lo caracterizaba: “la profunda necesidad emocional de no dejar que nada interfiriera con su pensamiento”. 


   Cuando Einstein y Mileva se divorciaron en 1919 - él se casó con su prima en junio del mismo año -, el niño cayó en un desequilibrio emocional, a la vez que Hans, nacido en 1904, se distanció sentimentalmente de su padre, y en 1932, ya en la universidad, padeció el primer ataque de esquizofrenia, lo que llevó a internarlo en la clínica Burghölzli de Zurich. Al año siguiente volvió a ingresar para permanecer allí recluido hasta el final de sus días. (Conviene tener presente que las personas esquizofrénicas no viven en perpetua enajenación, sino que son conscientes, que piensan, que pueden trabajar, crear – recuérdese los numerosos casos de artistas con dicha enfermedad – y que son sensibles a todo tipo de afectos.)
  
   Pues bien, habida cuenta del continuo alejamiento familiar a causa de los lugares donde Einstein había dado clase, este se relacionó muy poco con sus hijos y visitó a Eduard por última vez en mayo de 1933 cuando fue a Suiza desde Bélgica, poco antes de establecerse en Estados Unidos.

   En un momento dado, Carl Seelig, un escritor y crítico de arte suizo, pidió permiso a Einstein para visitar a su hijo en la clínica, ya que estaba reuniendo datos para elaborar la biografía del afamado físico – publicada en 1952 – y ya nunca faltó a su cita con el interno, hasta que le llegó su propia muerte en 1962. Las confidencias que le pudiera haber transmitido el infeliz Eduard acerca del abandono paterno o de otra naturaleza apenas rozaron las páginas de tan acendrado samaritano.

   Añadamos sobre Carl Seelig que también acudió durante veinte años, desde 1936 a 1955, al manicomio de Herisau para conversar con Robert Walter, sobre todo de literatura, y que, pese a ser su albacea, no se deshizo de la obra del amigo, tal como este le había pedido.


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