LA ROSA AMARILLA
Antonio Campillo Ruiz
Oksana Zhelisko
No quiero ni mirar a la puerta. Ha batido tantas veces esta
tarde que ya no me interesa quién entra o sale. Sólo quedan cinco minutos para
la hora convenida. “Con una rosa amarilla…” ¡Qué tontería! No sé por qué he
aceptado. Cierto que a nosotras nos gustan las flores pero estar
pendiente de quién lleva una rosa amarilla en un lugar tan concurrido me parece
una estupidez. Además, no sé que hago aquí con un vaso de agua por consumición.
El camarero, al verme, se ha dirigido a mí rápidamente, me ha separado la
silla, me ha ayudado y, cuando le he pedido un vaso de agua, su rostro ha
cambiado y he notado un reproche en su mirada. ¡Mucho reproche! Habrá pensado cómo una señorita... ¡Ja!, habrá pensado en una señorita bien entrada en años -las arrugas de los ojos
no las he podido disimular con el maquillaje- se sienta en este rincón del café
y sólo pide agua. No me importa. Que piense lo que quiera, debe estar
acostumbrado a estas cosas. Si permitiesen fumar, el
ambiente sería irrespirable. Todo el bar se encuentra a rebosar de gente. Hace
un poco de calor y se huele a todo tipo de bebidas y extractos. ¿Qué mirará con
tanto interés esa mujer? Puede ser que le guste mi nuevo sombrero. Es un poco
anticuado porque ahora ya no se llevan pero no podía ocultar mi desmarañado
pelo de otra forma. No, no puedo estar gastando dinero en la peluquería cada
vez que a “¡con una rosa amarilla…!” se le ocurra citarme. Me agobia la
rosita esta. Además, estoy segura de que no olerá a nada. Bueno, sí, al plástico del envoltorio. En fin, ¡todo sea por la soledad! ¡Oh!, mira, un espejo en la
columna. ¡Ah!, pues me veo bien. Muy bien. Posiblemente las caderas demasiado
grandes. No, es por estar sentada. Muy bien, creo que estoy muy bien. ¿Qué
mirará la bruja aquella? ¡Buscona! Igual le está echando una ojeada a mi
bolso. Si supiera que no contiene nada y me da igual llevarlo que no... ¡Un
minuto¡ ¡Ya ha pasado un minuto! ¡Pues si que se va haciendo larga la espera! Bien
podrían cambiar ya ese armatoste de reloj que tienen ahí colgado. Creo que
atrasa. Debe estar ahí desde que construyeron el edificio. Este olor a cera me está poniendo nerviosa. ¿Por qué pondrán dos velas en una mesa?, ¿habrá una competición de
velas? Debería haberle preguntado al camarero, cuando me miró con esa estúpida
cara, si había que pagar las velas en el caso de que se consumieran. ¡Me habría
fulminado con la mirada! Si no fuese por estas reflexiones no me podría divertir con nada. ¡Ay! ,¡Dios mío! Tan ensimismada estaba divirtiéndome... Esa mano lleva una rosa amarilla. ¡Vamos, a la faena!
Discretamente la mujer introdujo su mano en el
escote y cogiendo su teta derecha la
subió dentro de su anclaje. Hizo igual con la izquierda. Se alisó la ropa, se levantó y, dirigiendo
su mirada hacia la entrada del café, dijo: “¡Yuhuuuu…!
Antonio Campillo Ruiz
Ah...conque eso son las citas a ciegas. Aunque creo que lo del agua es mentira, para mi que ha tomado absenta. Magnífico, me he reído un rato. Y encima la buena señora prepara sus armas para el ataque. Un abrazo Antonio
ResponderEliminarNo, mujer, no. Así es "esta" cita a ciegas, el resto, digamos que no lo sé, Mabel. Fijándose bien en la cara podría ser absenta. Pero como dice que no tiene un mal euro..., puede ser agua porque así enfada al camarero y es incolora, como la absenta.
Eliminar¡Ah!, eso sí, Mabel, para torear, el toro debe tener los pitones bien puestos...
Un fuerte abrazo, querida Mabel.
Que bueno eres hasta para hacer reir.
ResponderEliminarMiles de besos amigo
Me alegro mucho, Inma, que te haya hecho reír esta chica locuela y metomentodo. En muchos de sus pensamientos tiene hasta casi razón.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Inma.
¡No, no!... Me parece que ya estás haciendo demasiada trampa, pues ahora has escuchado los pensamientos de la chica, jajaja.
ResponderEliminarTe quedó de maravilla, divertidísimo! Sí, un poco alucinante. Me parece que el de la absenta es otro, jajaja.
Un abrazo.
¡Ah!, Sara, ella estaba hablando sin cesar y yo, que estaba en la mesa de allado, la oí. Me puedes acusar de indiscreto... Bien, puede resulta un poco divertido pero ambos abemos que no lo es.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Sara.
Hola Antonio..te leí y no . Pues en este momento en mi vida ya no me interesa nada , nada mas que una sola persona que se esta yendo por un padecer insostenible y muy doloroso para los que en verdad lo amamos.
ResponderEliminarTu hablas de una cita a ciegas que se identifican por una rosa amarilla, en una hora convenida. Ignoro cuando sera para mi , ese " encuentro " aunque se y sin duda , pronto. Y aunque doloroso, llevare una rosa amarilla. Este banal comentario y desde este mi sentir : esa rosa cobra un significado diferente.. un ultimo gesto de amor hacia alguien que merece miles de rosas... en ese, nuestro ultimo momento juntos en esta vida.
Cariños Amigo.
Querida amiga ËMy£iâ, ¡lo siento! Lo siento mucho de corazón. Hablamos por otro medio.
EliminarUn fuerte abrazo y fortaleza, querida amiga ËMy£iâ.
Curiosa y atrevida historia, amigo Antonio. El último párrafo es de un sorprendente maquiabélico y, además, espléndido. Me encanta, también, ese nuevo estilo que le estás dando a tus últimas bloguerías, puro sello de autor novel, como corresponde a un "sesudo y joven escritor" como tú.
ResponderEliminarSí, Enrique, a mí también me gustaría soportar la tensión de escribir todos los días pero, como sabes, los de Ciencias estamos condenados a no saber "concordar" bien nombre con verbo, que no se yo muy bien qué quieren: los pongo de acuerdo, hago de juez y los condeno a estar unidos de por vida ... Mira, Enrique, como no sé a qué acepción se refieren, lo mejor es volver, cuando acabe el tercer relato corto, a mi bloguería variopinta. En caso contrario me van a dar de gorrazos por ir hablando de lo que "escucho" de las mentes de las mujeres. ¡Ahí es nada, las mujeres! ¡Qué horror!
EliminarEl gran acierto que siempre tienes, Enrique, es nombrar las cosas por su nombre: soy un novel unepalabras. Pero, Dios nos libre, Enrique, de ser sesudos y escritores... ¡Madre mía! ¡Menudo "pavo" que tendríamos! Eres el rey de la bloquería, amigo.
Un abrazo así de grande.
Muy bueno, Antonio, con todos los ingredientes exigibles a un buen relato y un final estupendo. Gracias por vuestra compañia y animo, a seguir con los relatos.
ResponderEliminarPues mira, Mariano, fíjate si son malas malísimas las mujeres que yo, que estaba en la mesa de al lado tomando nota de sus pensamientos, me presté a realizar la faena del último párrafo, cual mozo de espadas... Y, ¿sabes qué? ¡Que no quiso que la hiciese! ¡No tienen solución estas mujeres! ¡Le hubiese dejado unos pitones rectos, no bizcos, astifinos y sin afeitar...
EliminarMuchas gracias, Mariano. Me alegro de que lo hayas leído. En breve publicaré una sorpresa para ti.
Un abrazo, Mariano.
Muy bueno el relato. La mujer absorta en sus pensamietnos mientras espera. Me ha encantado. Besos amigo
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado, Alicia. Acabo de publicar el segundo "relato de mujeres" de una miniserie de tres que pensé ponerla seguida en el blog. Si logro que te gusten seré feliz.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Alicia.
Quién nos iba a decir que la historia de la rosa amarilla iba a acabar en una cita a ciegas. ¿Sabes que te digo? ¡Que vivan todas las mujeres valientes como la que retratas en este relato!
ResponderEliminarSaludos
¡Olé, Carmen! ¡Olé y olé...! ¿Por qué no? La vida debe ser valiente y vivirla valientemente en cualesquiera circunstancia. Esta chica, sola o no, con su personalidad peculiar, con su enfrentamiento a venturas o desventuras, es una mujer hecha y derecha que sabe que vivir conlleva algo que nunca se escribe, nunca se dice pero está siempre presente.
EliminarValiente Carmen,estupenda Carmen...
Un fuerte abrazo, querida Carmen.
Querida Gatita Coquetuela, ¡estás en plena forma! Me ha encantado este poema. De igual forma te deseo un fin de semana pleno de felicidad. ¡Ah! tenemos una pequeña conversación pendiente. Hablaremos.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, querida María del Carmen.